Nos sonreímos las feministas cuando nos dicen que nuestra lucha ya no tiene razón de ser. Nos sonreímos con la boca torcida porque las que tenemos alguna visibilidad como tales, recibimos el regalo diario de diatribas, insultos y amenazas de toda laya que nos demuestra el arraigo del patriarcado. Sabemos que detrás del barniz progresista y feminista de unas leyes sociales persiste el insultante peso del patriarcado anclado en cimientos muy firmes. Tanto como que después de casi tres siglos de lucha seguimos recibiendo mazazos como el que propinó el Senado argentino a las hermanas que luchan por la legalización del aborto en su país.
De España poco diré que no se haya dicho, entre otras en estas páginas de @LaPajareraMgzn que contra viento y marea hizo del feminismo bandera y estandarte.https://www.lapajareramagazine.com/juana-rivas-sentencia-o-venganza https://www.lapajareramagazine.com/como-les-decimos-ahora-que-denuncien
Las sentencias como la ofrecida a La Manada, la dureza con que se juzgó a Juana Rivas, los bastardos comentarios que soportamos en ambos casos, y no precisamente en las barras de bares de borrachines sino en artículos, púlpitos y escabeles notorios, nos dice claramente el camino que resta recorrer.
En Argentina se ha volcado el grito popular para condenar a la muerte a muchas mujeres. No tenemos duda, las feministas, que es una lucha ganada, como la del matrimonio igualitario, sanidad universal y otros derechos humanos lógicos y sanos, pero las muertes, el dolor que este traspié ocasionará a las mujeres argentinas no se lo quitan esos carcundos senadores con rezos y sahumerios.
Detrás de estas leyes hay gente sufriendo. Detrás del aborto legal hay mujeres que no pueden permitirse el viaje a Uruguay -como nosotras antaño a Londres– para intervenirse en condiciones sanitarias e higiénicas sanas, de forma que vuelvan a sus casas integras y vivas. No, los señores senadores saben que el aborto no lo impiden con sus leyes de mierda, como no impiden el amor entre las personas del mismo sexo al prohibir el matrimonio. Lo que pretenden, eludiendo el derecho que asiste es fastidiar, es mantener una ideología marginadora y discriminadora. Lo que buscan es que perviva un patriarcado infame cual virus sobrevive a plagas y a años.
Es la propiedad del cuerpo femenino lo que sus señorías los senadores argentinos no quieren soltar, porque ellos saben que van a seguir abortando. En una cocina, en una habitación mal ventilada; realizado por gente poco o nada preparada, sin higiene, sin anestesia, con dolor, con sangre, con riesgo…Con muerte. Lo saben, porque los cerca de 450.000 abortos clandestinos por año que se realizan en el país hermano, no van a dejar de hacerse. Al contrario, esta medida discriminatoria acrecienta la ideología patriarcal que pide sumisión al varón del cuerpo femenino y seguirán cayendo hermanas a manos de la ignominia y de la ignorancia.
Estamos hablando de vidas. Estamos hablando de mujeres a las que no se las deja disponer de su cuerpo. Mensaje claro: tú no eres nada, no tienes derecho a decidir ni sobre tu cuerpo, ni sobre la maternidad. Te obligamos a parir o a arriesgarte a morir porque podemos hacerlo. Como cuando golpean o matan. Lo hacen porque pueden. Porque pasa poco o nada. La impunidad del canalla hace ideología.
Ese es el mensaje. No se crean ni una palabra de esas memeces de los próvida. Porque si fueran próvida protegerían la de las mujeres vivas que mueren cada año. Si son próvida les preocuparía y mucho la escasez de medios, que en un país rico y poderoso como Argentina condena a la infancia a subsistencias precarias por no decir misérrimas. Y no les preocupa lo más mínimo. Es más, si se ponen, promueven la limpieza de las calles de los chicos que piden o viven en ellas, como ya se hizo en Brasil hace tiempo eliminando de forma física a los niños de la calle en aras de la seguridad y de mantener las vías bonitas. Se preocuparían también de los abusos terribles que se producen en la infancia que fueron solapados al público. No nos equivoquemos, no les importa la vida, les importa el poder ejercido sobre nuestros cuerpos…casi diría, sobre nuestras almas. Porque, como pecadoras, merecemos el castigo que nos causa un aborto clandestino. Dolor, sangre, muerte. Por pecar. Por gozar o por ceder al goce masculino, que de todo hay.
Nuestro destino, según los senadores, es ser puras y castas para que cuando el varón nos elija encuentre el camino sin contaminar de otras experiencias, exigencias o comparaciones. El poder de mantenernos atadas a la moral católica más ultramontana que nos somete a las cacerolas, al maquillaje y a estar calladas. No hacen ablación porque no la necesitan, ya se ocupa su egoísmo sexual en castrarnos lo suficiente hasta convertirnos en meros úteros y vaginas para su uso personal.
Eso, amigas, es el patriarcado. Y eso es lo que se decidía en Argentina, como antes se decidió en Irlanda, como mucho antes decidimos en España. Las que calzamos canas recordamos con rabia y dolor la campaña que sufrimos a lo largo de muchos años; la lucha enconada de calle, de escritos, de inculpaciones, de gritos hasta conseguir el derecho a ser dueñas de nuestro cuerpo.
Porque resulta que los mismos o similares que defienden la prostitución y la libertad para vender o alquilar nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y nuestro placer. Los mismos, o casi, que propugnan las granjitas de úteros para que los poderosos infértiles tengan vástagos bonitos. Los mismos, digo, que nos dejan ser libres para vendernos y vender hijos, nos impiden abortar.
La misma ideología. La misma carraca. El patriarcado asesino. El patriarcado ideológico que mantiene la propiedad sobre nuestro cuerpo y nuestra mente, como apéndice de las suyas. Somos y tenemos sentido en la medida de su complacencia, de su comodidad, no como entes privados y propios. Somos por y para ellos. Por eso ningunean e impiden cualquier atisbo de libertad.
Decía Pilar Aguilar el otro día, que no entendía como el delito del aborto, siendo tan execrable para esos dignos señores, no le hacen extensivo a los que engendran al cigoto. Si castigan a la mujer, si castigan al médico, ayudantes y enfermeros no entendemos cómo no se castiga de igual forma al engendrador. Con las pruebas de paternidad que ahora tenemos, saber quién es el padre costaría apenas unas horas. Si son tres años de cárcel, tres para cada miembro de la pareja ¿O es que el delito es solo nuestro? Piénsenlo, señores senadores y si les repugna la idea de castigar al engendrador imaginen hasta donde llega el virus del patriarcado que ha germinado en sus ponzoñosos corazones.
María Toca
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