No te arranco.

La tarde de ayer me abofeteó en la cara. A mano vuelta, con contundencia y además con un frío que te resquebrajaba la más mínima gota de dignidad, con el moco haciendo equilibrios entre estalactita y grifo averiado con pérdidas de esas que sabes que van a contribuir, si o si, a joder más el cambio climático.
Mi tarde se pintó animada y pizpireta, ir a comprar lacasitos a la gasolinera para sustituir a las doce tradicionales uvas para mi pequeño adolescente de 13 años, de paso y, una vez puestos, pasar a mi querido Toyota Rav4 por la pistola de agua a presión porque venía semanas clamando un poco de pulcritud entre sus cien mil gotas de lluvia con barro que, después de 17 añazos, lo pintaban como al todoterreno al que, en realidad, nunca hice servir.
Tras dejarlo como los chorros del oro (eso si, más rayau que un joven de los noventa en la ruta del bacalao), decidí toda happy irme a comprar algún juego de mesa, parecido al trivial pero con preguntas más actuales. Allá que me fui, solo me faltaba andar cantando a grito pelao alguna canción de La fuga.
Me costó dos vueltas de esas tediosas por el centro, semáforos y luces navideñas incluidas y, por fin, encontré una abandonada plaza de carga y descarga libre para optar a una buena y merecida multa. Va, total, serán pocos minutos.
Allá que me fui, compré el juego de mesa y al salir vi dentro de un coche negro, subido malamente sobre la acera y justo enfrente de una farmacia, a mi tía con la boca por su enfermedad mental, absolutamente tensa y el brazo completamente resquebrajado con más de 15 puntos de sutura.
Entre sollozos y el horror anidando en su pecho, me contó que mi pobre tío (hombre de 74 años que lleva un año y tres meses apostado al lado de mi tía aguantando su deterioro cognitivo y su angustia) se había encontrado mal y al levantarse y observar que se tambaleaba, mi tía quiso cuidar su verticalidad pero no pudo evitar su desmayo que la tiró también a ella al suelo. Él con los ojos en blanco, mi tía con el brazo abierto en canal porque su cuerpo se ha escorado tanto hacia la muerte que no le queda un gramo de grasa que sirva de elasticidad a esa deteriorada piel.
Marché hacia el coche en carga y descarga con las lágrimas encapsuladas en mi garganta.
Me subí y al darle al contacto apareció un aviso de fallo motor en naranja y un “por mis huevos morenos” que hoy no te arranco.
Llamé a mi padre y en ese tiempo de, mierda que putada y que venía a ver qué pasaba, mis manos se fueron directas a la cabeza y en mis ojos abiertos pude ver en letras grandes y azules (como las había visto en el surtidor) Gasolina sin plomo 98.
Cágate lorito. ¿Se puede ser más zote en este mundo?. Como por la mañana le había puesto al coche de mi pareja Gasolina sin plomo 98, mi cerebro de chorlito debió de pensar, que seguíamos en la misma gasolinera como en la peli de la marmota y en vez de diésel le cargó 50 euracos de gasolina…angélico mío….
Así que de pronto las lágrimas que habían estado acumulándose por mi tía y mi tío, de pronto empezaron a emerger como de esas gomas de riego que en las rotondas arboladas se joden e inundan la calzada. Pero esta vez con el motivo exclusivo de y ahora mis niños ya no podrán disfrutar de la caravana recién comprada porque no tendremos vehículo tractor para tirar de ella.
De pronto mis tíos desaparecieron de mi pecho y todas esas lágrimas materialistas se estaban centrando en un puto coche y en una puta caravana.
Mi madre me abrazó mientras me decía que no le diera importancia a un coche, que pensara en cómo estaban en ese momento mis primos y mis tíos, que eso sí que era para andar con el pecho roto.
Y poco a poco fui bajando el moco y cerrando compuertas.
Pero me ha quedado la sensación de, cómo he podido llegar a ser así de gilipollas, de no saber distinguir entre lo de verdad importante y lo accesorio.
Desde anoche mi tío está en la UCI por un trombo pulmonar. Mi tía sigue con su boca en tensión porque anda inmersa en un infierno, cuerda con una paranoia en un rincón de su cerebro que no la deja vivir en paz.
Mi coche descansa en una nave de la empresa de grúas más tranquilo que un ocho, a la espera de un diagnóstico que, sea cual sea, no va a hacer que mi vida deje de tener lo importante. Salud, coño y nada más.
Valenia Gil.

1 comentario

  1. La verdad es que sí. Con demasiada frecuencia los agravios cotidianos nos impiden ver el bosque de la realidad y de lo importante.
    Saludos

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