El Corsa que nos esperaba en el parking del hotel tenía bajo el capot suficientes caballos como para salir de cualquier apuro. Un tres puertas para dos personas era mucho más útil por diferentes motivos. Colocamos todo el equipaje en el maletero, y la bolsa de Adidas a los pies entre el asiento trasero y mi respaldo. Antes de arrancar, Fatine se sorprendió al verme palpar con la mano los pasos de rueda de un lado. Enseguida ella comenzó a hacer lo propio en su parte y, voilà.
–¿Es esto lo que buscas?
–Chica lista. Exactamente. Esto es un localizador. Sin duda les interesa saber en todo momento dónde está el coche. Quédatelo en la mano. Ahora iremos a la cola de los que entran en Gibraltar, y el imán se lo pegaremos a otro coche de los que espera para entrar en la roca. Al fin y al cabo, eso es lo que les hemos dicho antes que íbamos a hacer.
No fue complicado colocar el “pirulo” al coche de una pareja de ingleses jubilados. Los abuelos de UK pasearían tranquilos las calles gibraltareñas, mientras nosotros llegábamos a la cafetería del puerto de Algeciras más próxima a la zona de embarque.
–¿Buscas a alguien? –preguntó Fatine al verme mirar por encima de las cabezas de la gente en el amplio salón.
–Al picoleto que nos tiene que poner las cosas sencillas.
–¿Y?
–Es pronto, pero si continúa con el turno de tarde, lo normal es que pase por aquí antes de comenzar para tomar algo.
Pasada la una y media le vi entrar tras hablar un momento con dos tipos en la calle junto a la puerta, solo, de uniforme y con la gorra bajo el brazo. Me dirigí a él sonriente.
–Amigo Jaime…
–Hola comisario.
–¿Qué te pasa? Tienes mala cara.
–Me acaban de dar una mala noticia.
Mi perspicacia me llevó a preguntar.
–¿Puedo ayudarte en algo?
Hice un gesto a Fatine para que permaneciera sentada en la mesa desde la que nos miraba.
–¿Aquella es la chica que le haría volver de nuevo a Marruecos? Es muy guapa. Tenía usted una buena razón sin duda.
–No me has respondido.
–¿Trae coche?
–Sí. Ahora lo embarcaremos a las tres.
–Muy bien. En ese ferry yo estaré en el acceso de vehículos con otros dos compañeros. Cuando le pregunte si tiene algo que declarar y pase con el coche, entraré en la bodega y allí hablamos.
Aquello pintaba mucho mejor de lo que yo hubiera podido imaginar. El guardia que sin saberlo me ayudaría a pasar el dinero, estaba en el embarque, lo que hacía todo mucho más sencillo, o al menos eso pensaba yo.
Tomamos una baguette con atún y pimientos cada uno con sendas latas de Coca Cola, y sobre las 14,30 Fatiné subió al paso de frontera para el embarque, y yo me puse en cola con el coche, a esperar el acceso al buque. Quedé con ella en el pico de proa tras el desatraque. Me había propuesto una escenita tipo Titanic, y yo acepté con la cabeza en otro lado.
Al llegar al punto de acceso, Jaime me pidió el pasaporte y yo se lo entregué por la ventanilla del Opel. Comenté que no tenía nada que declarar, y que iba a Marruecos con mi novia en viaje turístico.
Avancé rumbo a la bodega y vi por el retrovisor, como aquel picoleto comentaba algo con sus compañeros, y me seguía andando rumbo a las tripas del barco.
–Cuéntame ahora Jaime, ¿Qué pasa?
–Verá comisario… dentro de dos semana van a pasar una furgoneta cargada de hachís.
–Cuando paséis el perro lo marcará y todo resuelto.
–Ya pero, tienen a mi hermana secuestrada en Nador. De que yo se lo ponga fácil, depende que a ella no le ocurra nada. Estoy muy agobiado comisario. Mi padre fue militar en Marruecos, y ella es hija de una marroquí. Mi madre como buena castellana nunca dijo nada, y yo aprendí a querer a esa chica como a mi hermana que es.
–Dame tu número de teléfono y vuelve con tus compañeros. Mañana te llamaré para que me des detalles. Tengo amigos en Marruecos. Veré que se puede hacer para liberarla.
–Es usted…
–Un comisario amigo. Anda y ve con los otros.
Mire tras el asiento. Allí estaba la bolsa de Adidas sin mayor contratiempo. Poco después me encontraba con Fatine en la proa del barco como habíamos convenido.
Víctor Gonzalez
Deja un comentario