Parece que fue ayer y han pasado veinte años de un suceso que nos marcó más de lo que pensamos y debió cambiar el mundo también más de lo intuido en su momento.
Había salido con unos amigos, creo que era sábado o domingo, a comer al campo. Era uno de eso días agradables de pre primavera en donde, abrigada y en horas soleadas, se podía disfrutar de la naturaleza después del largo invierno. Habíamos preparado bocadillos, aceitunas aderezadas y los primeros bocartes de la costera recién estrenada. No fuimos lejos porque el tiempo y las horas de claridad no permitían dispendios, además teníamos que recoger a la hija del que entonces era mi pareja que llegaba a pasar unos días con nosotros. Cerca de Liencres (pueblito agradable próximo a la ciudad) tomamos por asalto un parque con rudimentarias mesas de madera y bancos húmedos del relente mañanero y desplegamos las viandas con alegría. En medio de la comida, cuando las risas y las conversaciones remozaban el encuentro agradable nos llegó un ruido desde lo alto. Levantamos la vista y vimos unos extraños aviones sobrevolándonos, desprendiendo un chorro de humo amenazante.
Entonces tomamos conciencia de qué pasaba. Recordamos las noticias que días antes nos habían bombardeado las pantallas. Estábamos en guerra. Lo que pasaba por encima de nuestras cabezas eran aviones de combate que posiblemente se dirigieran a alguna zona implicada en el conflicto.
Recuerdo la palidez de mi pareja pensando que poco después su nena compartiría cielo con esa amenaza volante. Recuerdo el silencio que se produjo en la mesa hasta el momento llena de risas y de conversaciones cortadas. Contemplamos el cielo y pensamos en que era muy posible que esos aviones u otros similares en ese mismo momento estuviera bombardeando cielos no tan lejanos. Tierras no tan diferentes. Gentes no tan distintas a nosotras.
Nunca supe qué clase de aviones eran ni a donde se dirigían, pero la comida, la reunión no fue la misma desde que los vimos. Luego llegaron las imágenes de fuegos multicolores que en la noche de Bagdad nos parecían más un artificio fallero que una guerra donde se mata y sobre todo se muere. Las televisiones yanquis se aprestaron a ofrecernos el espectáculo en directo y los voceros al servicio de los genocidas que “reinaban” en el momento -el siniestro Trio de las Azores– nos contaban las mentiras a discreción. No sé si les creímos o nos hicimos las tontas porque aquella guerra, aquella puesta en escena, fue el preludio de tantas más que ahora ya nos parece nimio el montaje.
Bush, ese presidente anodino y mediocre al que le dieron poder las urnas, los petroleros amigos del papá y el poder económico yanqui, junto con dos imbéciles que se sintieron importantes a su lado, fueron los tontos útiles que sirvieron a poderes ocultos para invadir un país con el fin de “derrocar a un tirano” que además tenía “armas de destrucción masiva” que nunca se encontraron y que dos de ellos -el nuestro, el más falaz, cobarde y perverso presidente que hemos tenido- desmintieron años después solicitando un perdón que no les daremos nunca porque los muertos de esa guerra jamás volverán y las terribles consecuencias de caminar por un sendero de infamias y crímenes los pagamos muy mucho los pueblos que participaron en el desfalco.
Todo fue mentira. Un burdo montaje o escenificación de una guerra absurda pensada por los artificieros de la CIA. No sabemos bien porqué, quizá no nos alcance la mente para imaginar semejante perturbación ¿Guerras útiles al poder? ¿Escenificación de ataques peliculeros para obviar problemas mayore? Lo ignoro. Lo cierto es que “tristemente, nos equivocamos en la mayoría”, dijo esta semana Andy Makridis encargado de la CIA y uno de los promotores del ataque. Ya se conoce la contundencia de la mentira, sabemos cómo fue la puesta en escena de Colin Powell en la ONU cuando él mismo dudaba muy mucho de la veracidad de sus palabras.
Han pedido perdón, todos menos Aznar, quizá porque él no se arrepiente de ser la tercera parte de causa de la muerte, según cálculos que van desde 275.000 a 360.000, iraquíes inocentes asesinados. El machote de Valladolid no se arrepiente de nada porque los psicópatas nunca piden perdón. Y ahí sigue, pontificando y dando lecciones de moral cuando su nombre y su persona debiera haber sido juzgado por la Corte Internacional, junto a los otros dos. Sí, la misma que considera a Putin un criminal de guerra. Ahí debieran estar los tres de las Azores.
Y luego me van a permitir un ultimo reproche, duro y doloroso porque toca uno de los sustentos de la libertad. La prensa. ¿Dónde estaba la prensa de los tres países que participaron en la masacre? ¿Dónde sus crónicas de duda? ¿Dónde las investigaciones, la presencia en el frente y la escucha de quien quiso contar y contó? ¿Dónde estaba la prensa? cuando era más que razonable pensar que se trataba de un infame montaje. ¿Qué hizo la prensa libre?
Pues les recuerdo algo que aún supura y duele. Sabemos qué hizo cierta prensa española cuando, a consecuencia de formar parte de la triada criminal, fuimos objetivo del islamismo radical. Negar y acusar al gobierno elegido en las urnas de mentir. Si de algo podemos estar bien seguras es que de no haber participado en esa guerra infame el 11M no se hubiera producido ¿Escuchó o leyó alguien algún lamento que relacionara los hechos? No, la infamia se ensañó con tal contundencia que aún padecemos secuelas de aquella enfermedad llamada manipulación, mentiras y enfangamiento de la prensa.
Siento añoranza por la prensa norteamericana y europea de los setenta que contemplaba las escaramuzas en Vietnam y se atrevía a enfrentarse al gobierno contando la verdad. Siento añoranza de la prensa que tenía a gala enfrentarse y jamás sentarse en la mesa del poder. Porque esa prensa está en declive y nos tememos que se encuentra amordazada y bien engrasadas por poderes ocultos. O no tan ocultos.
Con la prensa libre y valiente, esa guerra no se hubiera producido o al menos hubiera sido más corta, menos lubrica en la escenografía que nos mostró una guerra como un espectáculo de luz y color.
La prensa puede equivocarse lo que jamás puede ocurrir es que se convierta en vocero de los dueños de la ventriloquia en que se ha convertido el poder emanado de las urnas.
Sin prensa libre y honesta, el edificio democrático se desmorona sin remedio…Mucho nos tememos que estamos en las últimas. Convalecientes de aquel engendro alimentado por los que le siguieron.
Y mal que pese, en vez de mejorar, creo que se alimenta el tumor que la corroe.
María Toca Cañedo©
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