PAUSA

Madrid sigue estando muy lejos de Madrid. Y sin embargo hay un Madrid para las pasiones que pueden venir del mar o de los montes, como las cartas.
Del mar han venido hasta el Teatro La Encina para saludar a Torre del Aire poetas, dramaturgos, actrices, gente de tribu y corazón como Jose Luis Ferris, Concha Vacas, José Jurado, Sonia Aracil, Sonia de la Cámara, Arturo Espinosa.
De mucho más lejos, tras casi 3 horas de avión, llegó Pedro Soriano para ver cómo se pronuncia el corazón feroz del anarquismo que él tanto canta y cantó.
Y aquí les esperaba el cantautor Antonio Sanz, padre de la poeta Sara Dichterin qué familia más rica de talento y sensibilidad. Y mi vecino macoterano el pintor Jerónimo Salinero, resuena su nombre desde la tierra de los tratantes de Salamanca.
Y Patricia Gomendio, esa inquietud cultural que cada cierto tiempo nos convoca y nunca aturde. Y Yolanda Corell, la poeta que ha hecho del amor una brisa imprescindible. Y Rafa Mora y Moncho Otero, la sensibilidad de los silbos cantapoetas que vuelan esta aventura dramática como si fuera un acto más allá de lo teatral.
Tenemos muy recientes dulcísimos zarpazos de amor como el de Isabel Miguel que tuvo un pronto, paró la noche y nos enseñó su piel de emoción. El de Manuel López Azorin que firmó la misma declaración. El de Luis Remacha que llegó del Norte y al Norte volvió dejando una de sus nocturnidades: «los espectáculos están en la Gran Vía, el teatro en la calle Ercilla«. El de González Subías y su última bambalina: dramatización de un tiempo, propuesta escénica distinta y necesaria ( gracias Víctor por tu compañía). Los de Guillermo Serrano y Rafael Núñez, tan locuaces y tan profesionales. El de José María Guzmán, leyenda activa y musical. La fidelidad noche a noche de Sonia Hernando para añadir belleza y complicidad. La de Sara Navarro, otra viajerita nocturna y el mejor antídoto contra borrascas. La de Quesia Bernabé que tan íntima y profunda funde poesía, voz y guitarra.
Noches donde a todos nos ha ido creciendo la fe hasta empujarnos al regreso cuando enero haya dormido su merecido sueño después del empuje invernal.
Han sido cuatro estaciones con la de hoy más el preámbulo de Alcalá. Cuatro estaciones de felicidades y Manuel.
No sé por qué Manuel me recuerda a una historia mínima que yo tengo escrita en un nasciturus. La lentitud de los trenes, eso está bien, dice Ricardo. Pero no la de los libros, mecagüendiela, que con tanta parsimonia a ver si hasta Sonsoles Onega va a escribir más que yo. Ah, que me voy de cacho. Pues esa historia mínima creo que termina algo así como » entonces los hombres descubrieron que hay millones de islas y una sola mujer «. Y va de amor y sexo, sí.
Un solo Manuel. Es un billete para el futuro y hacia él vamos pensando en ciudades y barrios y calles. En el tiempo de después cuando reposó la mejor garra teatral del elenco, al calor de la vuelta a casa me da por pensar en la Virgen de la Torre. No sé cómo andamos nosotros de vírgenes – me da no sé qué preguntar- pero Torre tenemos una.
La misma que esta noche con sabor a memoria nos ha hecho tan felices por culpa de Ricardo Galán, Raúl Galdón, Cristina Eiriz, Guadalupe Huertas Sierra y J.M.Romero en una dramatización de un tiempo de este país, con la voz atenta y musical de Daniel Hare. Una propuesta escénica diferente y necesaria que hoy se va de La Encina.
Volveremos adonde el corazón nos lleve.
Sobre Valentin Martín 61 artículos
Valentín Martín estudió Magisterio y Humanidades en Salamanca y Periodismo en Madrid. Ejerció la enseñanza dos años y el resto vivió de escribir. Ha escrito 25 libros. El número 26 es un poemario llamado Santa Inés para volver (Versos de la memoria), que recoge la historia de sensibilidades de su pueblo. Periodista, escritor y poeta, ha publicado en la última década libros de relatos como La vida recobrada o Avispas y cromosomas; el ensayo Los motivos de Ultraversal y los poemarios Para olvidar los olvidos, Poemario inútil, Los desvanes favoritos, Memoria del hermano amor, Estoy robando aire al viento, Suicidios para Andrea y Mixtura de Andrea. A caballo entre los años 60 y 70, escribió dos poemarios y dos ensayos: Veinte poetas palestinos y El periodismo de Azorín durante la Segunda República, inicio de un largo trabajo dedicado a la literatura. En Lastura ha publicado en diciembre de 2017 el libro de crónicas y relatos Vermut y leche de teta.

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