Cometes el error de fijarte más de la cuenta en un pequeño frasco de colonia medio escondido en el estante de una perfumería. Él te regaló uno exactamente igual el día en que cumpliste 18 . Le pides a la sonriente dependienta que te pase el probador. Desconfías, quizás ya no huela igual, a veces cambian un componente y. Pero rocías en tu muñeca unas gotas, acercas la nariz y ahí está, la poderosa magdalena de Proust, haciendo que evoques de un tirón tantas cosas. Podrías escribir una frase de treinta páginas contando que ese aroma cítrico, naranjitas y limones, impregnaba muchos ascensores y dejaba una estela al paso de mujeres rubias en Independencia. Quiero oler exactamente así, eso le dijiste una vez que se paró a vuestro lado alguien que la llevaba puesta. Dosificabas aquel perfume francés que prometía veranos cuando él se fue y se abalanzó sobre ti un septiembre casi invernal. Estiraste hasta el infinito el frasco de 50 centilitros y lo guardaste en un bolso aunque ya no quedaba una gota dentro, como la tumba de algo muy querido. Recuerdas ahora, de pie en esa perfumería, que después de aquel primer desengaño de adulta te teñiste el pelo de negro azulado y vestías de luto riguroso, que escuchabas música de Depeche Mode obsesivamente y vagabas sin rumbo las tardes de sábado por una cartografía de bares que ya no existen, inventando tu primer personaje literario: la chica que ha aprendido al final de las vacaciones una asignatura nueva, llamada Dolor Insoportable. Regresas de tu viaje. La dependienta te explica que la colonia dejó de comercializarse durante mucho tiempo y han vuelto a venderla hace poco con mucho éxito en todo el mundo, porque clientas de antaño seguían reclamándola. No te extraña en absoluto, la nostalgia es una droga dura. Sabes que solo con destapar ese frasco vendrán de nuevo aquellos paseos en moto por las Ocas. Que se te aparecerá Mercury con los pómulos muy afilados y rodeado de velas, preguntándose quién quiere vivir para siempre. Él se acercará con esa enorme sonrisa por la calle Doctor Cerrada después de quince días sin veros, quince largos siglos, enseñándote orgulloso la horquilla dorada que te soltó del pelo la noche de vuestra primera despedida y que desde entonces lleva siempre prendida del bolsillo de su pantalón vaquero. Pero si te compras 50 centilitros recordarás otras cosas. Su voz fría al otro lado del teléfono una mañana, el gesto con el que se retiraba el flequillo hacia atrás y se quedaba muy serio, mirando al frente, haciéndote temer algo impreciso aún. Da igual. También podrás cerrar los ojos y escuchar una vez más la frase mágica de la que te enamoraste irremediablemente, esa tarde de finales de julio. La traes de vuelta para alejar malos pensamientos, para conjurar el olvido que sabes que acabará llegando. «En el próximo semáforo voy a besarte». Compras un frasco sin pensar. Te vas contenta a casa, satisfecha porque vas a hincharte de comer magdalenas que no engordan un gramo.
Patricia Esteban Erlés
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