La infravaloración, la injusta actitud del que se cree por encima de otros por dominar más las matemáticas cuando, seguramente, es un puto zote con las letras.
La falta de empatía que parece regir los designios de esta triste sociedad.
La absurda creencia de que hay oficios más válidos que otros, estudios más prestigiosos que otros, cuando realmente lo que de verdad les calibra en la puta cabeza su valor es el sueldo que lleve aparejada la dichosa carrera de marras.
Que me diga alguien al que me quiero como nunca quise, alguien al que estoy apoyando doscientos por cien en la consecución de sus sueños académicos, que el magisterio que cursé es el refugio de los que no llegan a poder estudiar lo que de verdad querían, es, además de una repetición del estribillo de la canción mala del verano, una falta de empatía, de reconocimiento y de respeto que ni yo, ni nadie, haya estudiado lo que quiera que haya estudiado, se merece.
Durante una de las épocas mas duras que nos ha tocado vivir a los que transitamos por aquí desde hace ya varias décadas, un virus importado de China, nos contó lo valiosísimas e importantes que eran ciertas profesiones que, paradójicamente, siempre habían sido denigradas, denostadas, ninguneadas, mofadas. A saber, limpiador@s, basurer@s, celador@s, auxiliares de clínica, enfermer@s, policías, panader@s, agricultor@s, maestr@s, etc.
Que pese a esa lección de vida que nos dio un microorganismo infeccioso, en el que deberíamos haber aprendido la importancia vital de aquellas profesiones que acompañan, que cuidan, que nutren de alimento o de conocimientos, que ayudan a que nuestro entorno sea más seguro tanto a nivel de higiene como a nivel de violencia, todavía persistan las infravaloraciones tópicas y típicas, me toca mucho la moral.
Que me venga un cerebrito de las matemáticas, que puede que sea un tío que no sabe tratar al que tiene al lado con un mínimo de humanidad, de respeto o de empatía, contando que todo su ser es más valioso porque domina una parte concreta de los saberes, cuando es un párvulo en el resto, me da por pensar, que igual al homo sapiens, le hubiera venido de fábula llamarse homo imbécil.
Después llama a mi puerta ese exceso de empatía que acude a mi garganta cual vómito y trato de minimizar sus comentarios hirientes que se saltaron, cual recortadores en una plaza de toros, mi autoestima y mi propio valor, que por fortuna aprendí hace ya bastante tiempo, a que no se mide, necesariamente, por el valor que te dan los demás.
Ponte tú, matemático, ingeniero de caminos, científico de física cuántica, a limpiar culos de personas dependientes sin dejar de ofrecerle una sonrisa, conversación alegre para alegrarle, un beso en la mejilla para que no se olvide de que es humano y no un puto despojo, a recordar esa almohada que se le ha resbalado por la espalda y hay que enderezar para que su postura no le haga daño. Ponte tú, valioso entre los valiosos.
Anda ya.
Valenia Gil
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