Santander, ciudad bonita donde las haya, es además tranquila. Y no es que lo diga yo, que también, es que lo dice hasta la Susan Corda esa que de vez en cuando mentaba el otrora sindicalista José Manuel Colio. En ocasiones es hasta demasiado tranquila. Tiene esa paz de ciudad de provincias con alto nivel de vida o, más bien, de apariencia. Los índices de delincuencia son bajos; la gente aún se saluda por la calle; es educada, a veces demasiado, de no ser así otro gallo les cantaría a los alcaldes que en ella han sido; en los barrios todos se conocen y las actividades al aire libre, más allá de lo que suponga pasear o tomar cafés o copas en terrazas, brillan por su ausencia. Lo que viene siendo tranquila, ya les digo.
Pero, como si de una película de Hitchcock se tratara, tanta quietud esconde un oscuro peligro que acecha a los habitantes de la ciudad. El miedo amenaza su existencia aunque ellos aún no lo saben. No son conscientes del peligro que corre su integridad física cada vez que recorren el señorial centro de la ciudad. Hay un monstruo suelto. De hecho, no solo uno. Es una banda. Nunca se les ve juntos, pero son fácilmente identificables como iguales. Su apariencia es similar, así como su indumentaria y sus malvadas intenciones. Yo estoy convencida de que aún no se han decidido a efectuar ataques masivos porque están esperando el momento oportuno para llevar a cabo el ataque definitivo y hacerse con el control total de ciudad.
Si a estas alturas están ustedes pensando que se me ha ido la pinza, no podré por menos que darles la razón. Pero tengo excusa. Es el miedo que me atenaza la neurona. Porque yo sí les he visto. He sido testigo de como persiguen a la gente por la calle, como se arriman a los viandantes hasta casi rozarles para luego rebasar su altura y seguir su camino sin mirar atrás, sin remordimiento, a velocidad constante. Más tarde, cuando ya han tomado cierta distancia, giran sobre sus pasos y enfilan directos hacia su objetivo, que sigue instalado en la inopia, inconsciente del peligro que le acecha. Pero ellos, él, porque ya les digo que hasta el momento se limitan a ejecutar en solitario, vuelve a rozar su objetivo sin llegar a agredirle, sin llegar a provocar que su víctima sienta la amenaza, simplemente dejando mácula en su subconsciente para que, el día que llegue el momento de tomar el poder, ésta, la víctima, sea consciente del tiempo que lleva amenazada y del poder que tiene la banda y se rinda con armas y bagajes. Entonces empezarán a tomar el mando y ya no habrá vuelta atrás.
Hasta el moño estoy de las máquinas barredoras de esta ciudad. Se lo juro.
Kim Stery
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