La soledad no fusila los dilemas, los multiplica. Envejecer en los pueblos es vivir cuesta arriba con la herida del tiempo que hace difícil salir al panadero, a la compra de ultramarinos, enredar la mañana con el gas y la comida, no saborear las sobremesas cuando la lucidez abre paso a la realidad y te pone frente al espejo.
Cerraron las escuelas sin niños y niñas que jugar a la comba o al bote boleiro, cerró la taberna y ya se sabe que la vida se acaba cuando cierran todos los bares, casi cerró la parroquia por falta de cura y de parroquianos, sólo abre media hora los domingos para que una mujer litúrgica cante y rece con las mínimas mujeres que antes cantaban cuplés en las fiestas, menos mal que no se exige quorum.
La primera en marcharse del pueblo fue Josefina. Ella tuvo visión de futuro porque el viaje de Josefina hacia una residencia de monjas, cuando las monjas gobernaban este territorio, sucedió hace muchos años.
Después de Josefina, algunos ancianos dejaron sus casas y se fueron donde ella. El pueblo, como otros muchos pueblos, se fue encogiendo hasta convertirse en el frío de las calles vacías, del hermoso mirador de la plaza vacía, de las ausencias obligadas a la huida.
Algo hemos aprendido de Josefina los viejos que oímos enfurruñados hablar en abstracto sobre la España vacía o vaciada. Los que jamás escribimos una palabra que no hayamos vivido sabemos que en el mundo rural no hay un futuro económico para los jóvenes, y que los viejos somos un problema.
No hay dinero para las nuevas residencias de ancianos -privadas o públicas- y tampoco hay monjas pese a las importaciones sudamericanas o la negritud de África.
Pero los viejos tenemos derecho a que alguien piense por nosotros. Nos lo hemos ganado levantando este país y llevándolo hasta el siglo XXI con el sacrificio y el trabajo, únicos valores que no necesitan convalidación en cualquier ideología.
Los antiguos periodistas, entrenados de sangre y ternura, tienen el hocico activo para eludir arengas, olisquear las soluciones después de ejercer la crítica, y ventear las noticias. ¿Son noticia los pueblos que van menguado mientras la población envejece? No. La noticia es que los poderes públicos reconozcan nuestro derecho a los servicios como las grandes ciudades. O que sea la propia ciudadanía quien active proposiciones a un problema que, por crónico y general, sólo se resuelve con la colaboración de lo público y lo privado. Se podía argumentar que esto ya existe con las residencias de ancianos concertadas. Pero esto no resuelve el desgarro de los viejos ante el abandono obligado de nuestras casas, lo que deduce el vaciamiento -más todavía- de la España rural.
Siempre he dicho que nos salvamos por los jóvenes o nos vamos al abismo. Y ante este estadio social, puede haber una tercera vía que lleva a mantenernos en nuestras casas y a conservar el pueblo más vivo. De los jóvenes ha venido esta propuesta.
Porque joven es la iniciativa de Las Romanas Santa Teresa que llega a nuestras casas con los menús calentitos y sabrosos dispuestos para comer. Nuestro problema de alimentación, resuelto. Si se aplica la ley de dependencia, más resoluciones aún. Nosotros ponemos la casa con todos sus gastos de intendencia. Con esos abaratamos el coste que generaríamos al Estado, y no seremos un peso para la sociedad trabajadora.
Esta iniciativa privada está dando vida a cuatro pueblos ya. ¿Por qué los poderes públicos no la tienen en cuenta y participan con una colaboración que la haga sostenible económicamente?
No queremos abandonar nuestras casas ni vaciar más nuestros pueblos. Queremos que nos quieran. Pero que nos quieran ayudar esos poderes públicos estatales, autonómicos y municipales. No nos dejen más solos.
Valentín Martín
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