Qui resistit, vincit, quien resiste, gana. Vale, es la sentencia latina de Persio que Camilo José Cela popularizó al tomarla como lema para su escudo nobiliario a modo de rúbrica de toda una carrera de éxitos y también despropósitos. Empero, también es lo primero que me vino ayer a la cabeza cuando veía en la pantalla de mi televisor a los milicianos de Hamas liberar a las tres rehenes israelís.
Hamas ha ganado esta batalla, no me cabe la más mínima duda tras ver cómo el león, el Gobierno Israelí con su todopoderoso ejército, se ha tenido que plegar, o le han obligado a hacerlo, eso da igual, a negociar una tregua con el ratón, Hamas, no sólo una organización terrorista de integristas islámicos sino también el único remedo de estado que existe, sí, todavía, en Gaza. El león cuyo objetivo tras el ataque criminal de Hamas a su territorio y el asesinato de cientos de sus ciudadanos, no era otro que borrar a Hamas de faz de la tierra. Pues ahí sigue Hamas, es decir, la resistencia armada palestina nos guste o no, después de más de un año de destrucción y asesinatos concienzudamente llevados a cabo por el mitificado Tzáhal, después de lo que, con toda la información que disponemos sobre los crímenes indiscriminados perpetrados por el ejército israelí a gran escala, sólo se puede calificar de verdadero genocidio.
¿Que no se puede hablar de victoria después de más de 60.000 muertos y la destrucción de más del 80%del territorio gazatí? Pues no se podrá hacerlo desde nuestros presupuestos «buenísticos» como ciudadanos occidentales de sociedades libres, democráticas y sobre todo opulentas -siempre en comparación con las del resto del mundo- y cuya percepción de las cosas, por lo tanto, está en las antípodas de las de esos parias de la Historia que son los palestinos. Nosotros nos manejamos con lugares comunes de inspiración hippy o gandhiana como ese de que «Ninguna idea vale una vida» o «Haz el amor y no la guerra» porque nos los podemos permitir desde nuestra sociedades libres y seguras, ellos, los palestinos, tienen condicionada toda su vida, incluso antes de venir al mundo, por la Idea siempre con mayúscula, y esa no es otra que la de ser víctimas de una de las mayores injusticias históricas todavía en pleno vigor: la ocupación israelí.
Hamas no nos gusta porque nos repugna el integrismo islámico que la anima, tampoco nos cabe ninguna duda de que el ataque del 7 de octubre del 2023 fue un crimen horrible, inaceptable, innecesario y, además, de lesa majestad -sustituye la majestad de los reyes por la de la del principio de seguridad el Estado de Israel– pues ese y no otro era el objetivo; provocar una reacción desproporcionada del Estado de Israel para poner una vez más en las portadas de la prensa de todo el mundo el conflicto palestino-israelí que parecía haber quedado en stand-by como consecuencia de unos acuerdos de paz que sólo han servido como coartada para que Israel perpetué la ocupación del territorio palestino a la vez que ha ido haciendo inviable una verdadera autodeterminación de dicho territorio mediante la colonización de éste por fanáticos religiosos, la expulsión de los palestinos de sus casas y tierras y la construcción de muros para separar a los ocupantes de los ocupados. Una canallada perfectamente programada al servicio del único espíritu que anima la existencia del Estado Israelí y que no es otro que la consumación del proyecto sionista de adueñarse de toda la antigua Palestina.
Y por eso mismo también, porque hemos asistido y asistiremos al enésimo episodio sangriento de esta tragedia como consecuencia de la invasión y ocupación sionista de la antigua Palestina sin que el león, Goliath para utilizar la mitología bíblica que tan cara les es a los sionistas, haya podido eliminar de una vez para siempre al ratón, a David, no nos queda otra que reconocer la victoria de Hamas por muy pírrica que nos parezca en razón exclusiva de las pérdidas de vidas sufridas por la población gazatí y la destrucción de Gaza.
Porque una cosa es lo material, donde desde un punto de vista exclusivamente pragmático, el cual no es otro que el nuestro occidental cuando asistimos como espectadores de la parte del desastre que nos proporcionan nuestros medios de comunicación con cuentagotas, no nos cabe duda de lo absurdo de tanta muerte y destrucción; pero, ¿es lo material la única prioridad de las víctimas de la injusticia? ¿De verdad se puede decir que Hamas ha usado a su pueblo de rehén, escudo humano o lo que se quiera, como si los palestinos de Gaza no tuvieran asumido que la lucha contra el Estado de Israel que los expulsó de sus hogares tras la Nakba de 1958 y los acinó en la Franja, a modo del campo de refugiados más grande la Tierra, les iba a reportar todavía más sacrificios por dolorosos que fueran? La respuesta israelí al ataque criminal de Hamas –me resisto a calificarlo de guerra dada la desproporción- ha evidenciado que Israel no sólo está muy lejos de ser el estado exquisitamente democrático y hasta humanista que durante décadas nos ha vendido su propaganda, «la única democracia verdadera de la región«, sino más bien todo lo contrario, el estado de Israel es un proyecto exclusivamente colonial y también genocida (necesitan, y en eso están desde hace décadas, en convertir a los palestinos en extranjeros en su propia tierra incluso negándoles el derecho a su gentilicio para dar a entender que son sólo árabes venidos de fuera y no los verdaderos descendientes de los judíos bíblicos que con el tiempo se fueron convirtiendo primero en cristianos y luego en árabes) cuyos principios inspiradores son los mismos que los de las potencias colonialistas del XIX o el de los colonos boers de Suráfrica: el racismo. Todo lo demás es una réplica de ese mismo racismo en boca de sus cómplices en los países occidentales, da igual si estos son los millones de fanáticos evangelistas a lo largo y ancho del mundo o las derechas occidentales que han vendido durante todo este tiempo la pamema de que la masacre de Gaza era la lucha de un estado democrático contra el terrorismo islámico olvidando que Hamas (en puridad un engendro de los israelís para socavar el apoyo de los palestinos a la Autoridad Palestina en manos de Al-Fatah, la organización de Yasser Arafat que firmó los acuerdos de Oslo con sus verdugos) es sobre todo la resistencia armada del ocupado contra el ocupante, y eso, insisto, por muy poco que nos gusten sus métodos.
Ese y no otro es el pecado original de todo este el conflicto, el racismo por el que un periódico saca en portada los rostros de los rehenes de Hamas recordando a sus lectores que la vida de cada uno de los estos vale por la de miles palestinos, esos que nunca verán sus rostros en portada porque no son como nosotros, son el otro, los salvajes, alimañas.
La pregunta del millón es, hasta cuándo se puede permitir Israel ser la Suráfrica del Apartheid de este siglo XXI con la complicidad, una vez más, de ese mundo occidental cuyas democracias liberales dicen estar inspiradas en unos cada vez más desprestigiados, cuando no inexistentes, Derechos Humanos.
Txema Arinas.
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