A,e,i ,o, u.
No fueron esas inocentes primeras letras balbuceadas
las que entre confusas y misteriosas,
para denotar pena o alegría,
como llovizna anunciadora de la llegada de la primavera,
con las que Maryuma nos obsequió.
Más bien fueron grititos alargados y un tanto indefinido que ni siquiera eran todavía
semilla de palabra,
entremezclados con risas alborozadas
y el sonoro trastabillado trasiego de sus todavía inseguros pasitos,
haciéndonos a padres y abuelos
agudizar el oído para descifrar el lenguaje
de su vocecita juguetona y risueña.
Sonidos tiernos, semejantes a los de un corderito perdido
en la noche en busca de cobijo,
y que a nosotros nos inundaban de alegría,
convirtiéndonos en cariñosos adivinos interpretes de un juego sonoro.
Dijo pa-pá. No,no, parece que dijo má maá.
Dijo ique,
porque decir enique, es todavía para ella,
como una granizada súbita entre lluviosas rachas de viento huracanado, decía yo,
que me quería poner un tanto poético al declinar del día.
Y así pasábamos las tardes felices, entre risas y aplausos a Maryuma por sus esfuerzos para hacerse entender,
dándonos a toda la familia,
una respiro de esperanza y confianza para soñar entre brumas y cantos, con que tal vez en algún momento de nuestra vida,
con el mismo esfuerzo repetitivo que la pequeñita Maryuma nos obsequiaba para hacerse entender,
seriamos capaces de comprender
esa tortuosa farsa de la maldad humana
que separando la civilización de la barbarie,
justifica la mortal cosecha de muertos y la siembra indiscriminada de sangre inocente,
de población civil indefensa,
en ese juego letal entre el bien y el mal
de los numerosos conflictos armados actuales.
Enrique Ibáñez
Pintura: Eduardo Kingman.
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