PARA QUÉ, POR QUÉ SE ESCRIBE

SOLEDAD EN LA VIGILIA

1933

Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento
efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente por la lejanía de toda cosa
concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.

[…]

Pero es una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de una justificación. El
escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y únicamente en ella se encuentra.
De su primer ensayo Por qué se escribe, tiene 29 años

La práctica de la escritura como forma privilegiada de comunicación del secreto o misterio ontológico que
el lenguaje intenta captar y revelar. Sobre el alcance de la palabra dice la autora que las grandes verdades
no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, es el silencio de las
vidas, y que no puede decirse.” Hay cosas que no pueden decirse”, y es cierto. Pero esto que no puede
decirse, es lo que se tiene que escribir.

Elide Pittarello

PARA QUÉ ESCRIBO, POR QUÉ ESCRIBO

2024

Escribo para ser escuchada atentamente—en la vigilia y en el sueño— con la plenitud que concede el tiempo lento. Escribo porque en el momento mismo de la escritura me siento en comunión. Escribo para escucharme, para detenerme en la palabra. Escribo para escuchar mi silencio. Escribo por necesidad. Escribo porque tengo que respirar mi pasado, extenderlo por el cuerpo, repartirlo generosamente, mostrar la herida para que no me ahogue más tiempo. Escribo porque en la escritura aparece una memoria, que no aparece en la conversación, en la charla. Escribo para descubrirme, para ser fiel a la sentencia del oráculo que me indica que me atreva a conocerme. Escribo para comunicarme, para hablar a los demás de aquello que descubro en mi aislamiento — aislamiento que es comunicación en el primer ensayo de María —. Escribo para relatar un hallazgo: en la soledad me encuentro con mi verdad, con mi madre remendando la pobreza, con un lugar donde puedo decir de dónde vengo. En la soledad, la otra, la lectora, está presente también desde su verdad, desde su autenticidad. Las dos, lectora y yo, limpias de las circunstancias, del ruido exterior que rodea a la charla. Escribo para tener una habitación propia, aunque sea en los breves instantes en los que me pongo delante del ordenador o del cuaderno. Escribo porque quiero que me reconozcan en mi escritura, ser vista; no desde la vanidad de mi personaje o desde el ego que muestro, no desde la máscara. Que me vean desde mi verdad, desde la verdad de estar mañana sola o tal vez mañana muerta —. Escribe María para defender su soledad —. Yo escribo para habitarme, seguir siendo golondrina en el diálogo, en el Yo-Tú. ¡Me olvidé tanto tiempo de mí mientras remendaba la pobreza!


Aislamiento y comunicación parecen contradecirse, pero no hacen más que complementarse para narrar la vida. Necesito esconderme, desaparecer incluso, para sentir al otro sin su máscara, despojado de su carácter. Escribo para el otro (el amigo, el sobrino, la vecina, el compañero, la pareja, la amiga, el forastero) en tanto que el otro me permite ser en soledad, ser sin decir palabra hablada. Ser en la escritura, Porque en la escritura mi memoria me es revelada como una memoria anterior al recuerdo, como una memoria que
brota de la tierra.
Desde que murió mi madre, además de escribir tengo la necesidad de publicar. De publicar para ser leída, sentida, querida, escuchada. Necesito acompañamiento. No permito que mi ego de sacrificio, de falsa modestia, me dicte al oído que entro en la vanidad
porque eso no es vanidad. En mí, vanidad es sacrificar en viejos cuadernos lo que se me va revelando. Necesitar que me lean es tener la humildad de reconocerme parte de la comunidad. Como escribe la filósofa, el público está en el momento de la escritura, cuando
el secreto nos es revelado y con él se forma parte de una comunidad espiritual. Escribo sobre María, a la par que escribo sobre mí misma. La razón poética alumbra mi autoconocimiento. Leerla sin entender, sin comprender el método a través de la
inteligencia, me lleva a escribir lo que estoy leyendo en este proceso. La sentencia del oráculo de Delfos ha necesitado una pitonisa para conocerme, reconociendo que en esta etapa de la vida en la que despierto envejeciendo, necesitaba intermediaria. Como
intermediaria se me ha aparecido la pitia, María Zambrano, aunque tampoco llego a entender del todo a la intermediaria. Por momentos me convierto en su Blasillo que, embobado, repite todo lo que escucha de San Manuel Bueno Mártir.
Escribe María que el escritor no es más que el transcriptor del secreto, de lo que le es revelado. La aurora no se me revela más que en tinieblas, pero me dicta palabras de una madre analfabeta que yo transcribo. Para escuchar este dictado necesito silencio,
aislamiento, soledad, confianza; necesito inexorablemente, a la sacerdotisa. Escribo porque de este modo me reconcilio con mi circunstancia, con quién he sido, me reconcilio incluso con las máscaras que he tenido que usar antes de envejecer.
Cuando leo en el ensayo que María Zambrano escribió con 29 años: Y es que el escritor no ha de ponerse a sí mismo, aunque sea de sí de donde saque lo que escribe. Sacar algo de sí mismo es todo lo contrario que ponerse a sí mismo. Y yo le pregunto a María, la

pitia, qué clase de escritora soy, si la que saca algo de sí misma o la que se pone a sí misma. Y ni incluso, ahora, en este momento de soledad que me procura la escritura encuentro la respuesta. Porque cuando escribo de María sin comprenderla, me guardo su
eco; lo que de ella en mi vida resuena, como en Blasillo resonaban las palabras de San Manuel. Escribo sobre las voces que tengo dentro, voces de quienes me precedieron y me han elegido para mostrarse y romper un atávico silencio. Transito por sus voces intentando encontrar mi propia voz de escritora, mi propio canto. En el presente, son voces antiguas las que siguen viniendo a mi cuaderno, a mi mesa, a mi cuerpo, a la pantalla del ordenador.
Apunto con mi mano derecha hacia el horizonte, me levanto para esperar el amanecer, esperando una voz nueva que saque algo de mí, otra aurora. No soy poeta, tal como ella, yo también hubiera querido ser poeta, porque al poeta le llega directamente la palabra, el secreto, la revelación, el verbo. No necesita inventar. María, mi intermediaria con la Luz, es maestra de poetas: Antonio Colinas, Clara Janés, José Ángel Valente, Marifé Santiago, Fanny Rubio, Amalia Iglesias, Julia Castillo, José Miguel Ullán… ¿Acaso una maestra de poetas, no es ella misma poeta?
Me alivia expresarme: ¿Es esto ponerme o sacar de mí? ¿Qué pensáis?¡Decidme!
Retomemos el género epistolar. Me consuela que me escuchéis.
Me alegra cuando una persona amiga me comunica en un mensaje de texto que me ha leído, que se ha leído con-migo, que ha escuchado con-migo su propia voz antigua. En estos mensajes encuentro más verdad que en una conversación hablada porque la persona que está escribiendo se ha detenido en su ser genuino, se ha escuchado. La escritura, escribe María, tiene el don de la perdurabilidad y la liberación.
Me doy cuenta de que escribo para pertenecer y por eso me atreví a publicar. Mi padre, mi madre, nunca pudieron leerme porque eran analfabetos. Mi tío Sebastián no me pudo leer porque ya había muerto cuando me liberé de la vanidad de escribir para cuadernos
solitarios. Escribo porque esto no lo pude decir con la palabra sin que se me trabara la lengua. Pues, que mi madre nunca pudo leer Las manos de mi madre solamente puedo decirlo por escrito. Cuando alguien me pregunta: ¿Qué dijo tu madre cuando leyó tu libro?
Tengo entonces que tragar saliva, respirar y seguir confiando en el amor de mi madre que, también lo he contado, siempre soñó que aprendía a leer. Y me resuenan estas declaraciones de Annie Ernaux sobre su escritura:” sigo cavando en el mismo hoyo”,
escribo a cuchillo abierto”.
Escribo, pues, para que no me lastimen las preguntas.
Y en este cavar me reconcilio con este mi vivir en comunidad, desaparece mi resentimiento por las circunstancias de ser hija de iletrados. Y me alegro de haber aprendido a leer, de ser yo misma lectora; entendiendo por ser lectora el acto de adentrarme, de entrañarme. En un cementerio que visité en Londres me llamaron la atención algunas lápidas donde estaba inscrito junto al nombre de la fallecida la palabra, lectora. No existe escritura sin un público, sin el diálogo con el otro. No es la escritura un acto unidireccional porque en palabras de María el público ya está cuando se está escribiendo. ¿Para qué se escribe entonces? Se escribe para comunicar, comunicar-se con el otro, sin juzgarse, para sentir la piedad, para amar. ¿Para quiénes se escribe? Para los que escuchan, se escuchan y pueden adentrarse en la palabra del otro y en la propia, para quienes viven, sueñan y sobre todo para las que despiertan.
Escribo para transmitir como un día transmití en el instituto los versos del Cántico (Entréme donde no supe, / y quedéme no sabiendo). Porque solo vivo verdaderamente cuando transmito algo, lo que busco, lo que escarbo entre remiendos. Escribo para

transmitir estos versos del maestro de María Zambrano, Miguel de Unamuno que un día hice míos (Agranda la puerta, padre, /porque no puedo pasar, /la hiciste para los niños/ yo he crecido a mi pesar).

Escribo
Para que el agua envenenada
Pueda beberse

Chantal Maillard

Del libro Leyendo María Zambrano Un regalo de la aurora. Lola Valle. Edita SAC

Vélez Málaga. Marzo 2025.

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