Yo pensaba que las calles las ponían
los primeros currantes del día, pero no.
Abro mi ventana a media noche y ahí están.
Llenas de estáticos coches; enteras y vacías.
Y tras las ventanas ajenas, esperan
en letargo los sueños y esperanzas
de todos los que querer quieran
salir del hartazgo de la melancolía.
Vidas pre-congeladas en el instante
irónico que decidieron comer sano.
Mendigos que vagan buscado en vano
el abrigo de la sucursal de turno, como tunos
en la noche silbando sus letanías
y les proteja de las corrientes
y del monstruo recién llegado.
Por «suerte» estas noches dormirán en seguridad relativa
de los pirómanos indolentes
pues no pueden salir a hacer su nocturna cacería.
Asépticas y herméticas, las gentes como hormigas
tras sus exoesqueletos de papel maché,
alcohol en gel y metacrilato, esperan
en hilera en la cola del súper,
con ojos inflados de pánico
por el que esputa o escupe
sus alérgica primaveras.
Hoy por segunda vez este mes
casi me atraganto con trozo manzana cualquiera.
Abro la puerta y dejo caer mi cuerpo
contra la barandilla de la escalera.
Golpeando mi pecho en el intento de recuperar el aliento
y el color de mi rostro, roto de dolor, poco a poco
torna del rojo intenso al color que era.
Por un momento pensé llamar al 112
por la ausencia de viento, pero ya veis…
No son días de espavientos.
Pienso en los sanitarios y su sufrimiento
por el sufrimiento ajeno.
Y me acuerdo de los muertos por ese veneno
que en la quietud nos conmueve (un tal covid-19)
Pienso en los muertos inocentes y en los muertos de los que
de manera impúdica, desmembraron hasta tocar hueso
eso que llamamos Sanidad Publica.
Y entre sudores y aun sintiendo
el sin-sentido de lo vivido, me digo :
Sálvese quien pueda
y quien tenga un amigo…
tanto por dentro, como allá afuera.
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