Es posible que el deslumbramiento que sufrió la niña que fui, y que no he dejado de ser, por Serrat, deba remitirme a lo de siempre. El amor a la literatura, la hipnótica atracción que sentí de forma invariable (nunca he conseguido recordar ni cuando aprendí a leer ni a escribir…jamás) por la palabra. El ritmo sincopado que se produce juntando vocablos, degustando su musicalidad mientras el significado, a veces incomprensible, me estimulara hasta el paroxismo la imaginación.
Recuerdo, como envuelta en un celofán nebuloso, las primeras veces que escuché a Joan Manuel. Quizá fueran los poemas de Machado, musicados y escuchados por la pequeña que revoloteaba buscando acomodo en un mundo en que sobraba y parecía molestar en cualquier lado ¿Qué eran esas estrofas que producían emociones desconocidas en mi alma? ¿Quién y cómo se compusieron los versos lineales que expresaban sensaciones que vibraban de forma tan emotiva?
Yo no sabía quién era Machado. En mi casa no había libros, se cultivaba la discordia y un afán de ganarse el prestigio a base de dinero, por lo que la literatura y más la poesía, era algo inviable porque no generaba nada. Era inutilidad, inservible, fútil forma de perder el tiempo. Por eso yo no sabía quién era Machado, ni tan siquiera qué era poesía.
Yo no sabía quién era Machado, porque era muy niña, además, en esos años había olvidos y proscritos en anaqueles prohibidos que se obviaban porque no convenía saber hacer camino al andar, o nacer en un patio de Sevilla siendo en el buen sentido de la palabra, bueno. La poesía, la literatura al completo, era banalidad estéril. No producía ni dinero ni alegría como la copla, o las sevillanas o Manolo Escobar.
Debió de ser la radio, que escuchaba cuando no leía ya que ambas cosas eran la asidua compañía que amparaba la soledad de hija única de padres muy ocupados. Una radio que emitía música, que sintonizaba al quedarme sola pues cuando llegaban ellos, los padres, ponían “el parte” alguna novela y poco más. Debió de saltar a mis oídos los acordes de la Saeta, de Caminante no hay camino…sino estelas en la mar y me despertó de golpe rompiendo la burbuja del desconocimiento. Y provocando una sed eterna. La sed de poemas. La sed de Machado. Luego llegarían la sed de Miguel Hernández, que a su vez me llevaría (muchos años después) a la sed de Cernuda, Alberti, y tanto otros.
Serrat era algo extraño. No gritaba como los señores cantantes del momento, ni maullaba tontunas de niñas pijas como Julio Iglesias. Serrat tenía una voz bronca, salida del pecho que producía un leve estremecimiento amoroso. Cuando salió Mediterráneo yo seguía siendo una niña pero me creció el olor a brea mediterránea, supe que la genista era una flor amarilla y que en las costas aquellas de mares suaves sin los salpicones que nos daba el Cantábrico, se amaba y se vivía entre la tierra y el mar. Y yo le declaré mi amor absoluto. Al Noi de Poble Sec.
Aun siendo consciente que los hubo más implicado en la lucha antifranquista como Raimon, más y mejores poetas como Luis Llach, más gamberros y procaces como los de la Mandrágora, Sabina, Krahe y compañía. Pero el Noi me había seducido sin remedio siendo el amor más largo de mi vida. El total, el perenne y el que jamás me ha defraudado.
He estado en varios conciertos, donde las lágrimas, la risa, el amor, la lluvia, la emoción me han hecho vibrar saliendo de ellos diferente a cuando entré. Recuerdo escuchando Hoy puede ser un gran día, cuando dijo lo de que hay que aprovecharlo que pase de largo, dependen en parte de ti, contemplé al tipo que tenía a mi lado y me dije que debía romper la cadena matrimonial que pendía de mi cuello porque cada día se vive o se pierde y yo no quería perder ni uno más. Recuerdo otro momento escuchando estas estrofas y pensar que las quería oír al oído, aunque no las entendiera bien:
Ella em va estimar tant
Jo me l’estimo encara
Plegats vam travessar
Una porta tancada
Ella, com us ho podré dir
Era tot el meu món llavors
Quan en la llar cremàven
Només paraules d’amor
Paraules d’amor senzilles I tendres
No en sabíem més, teníem quinze anys
No havíem tingut massa temps per aprende’n
Tot just despertàvem del son dels infants
En teníem prou amb tres frases fetes
Que havíem après d’antics comediants
D’histories d’amor, somnis de poetes
No en sabíem més, teníem quinze anys
Ella qui sap on és
Ella qui sap on para
La vaig perdre I mai més
He tornat a trobar-la
Però sovint en fer-se fosc
De lluny m’arriba una cançó
Velles notes, vells acords
Velles paraules d’amor
Paraules d’amor senzilles I tendres
No en sabíem més, teníem quinze anys
No havíem tingut massa temps per aprende’n
Tot just despertàvem del son dels infants
En teníem prou amb tres frases fetes
Que havíem après d’antics comediants
D’histories d’amor, somnis de poetes
No en sabíem més, teníem quinze anys
Porque yo también tenía quince años y quería amar así. Y sobre todo ser sueño de poetas y amar a comediantes que me despertaran de la niñez.
Más tarde le escuché hablar, suscribía sus palabras y la falta de sintonía con una sociedad que me ahogaba aunque aún no sabía bien porqué. Y lo fui aprendiendo, en parte por él. Y por los poetas que me descubría y los sentimientos que me inspiraba.
Dice mucha gente, que Serrat ha sido la banda sonora de nuestra generación. Seguro, y de la siguiente porque atroné a mis hijos, como antes había atronado a mi padre (el pobre, me suplicaba que dejara ya de cotejar la Saeta con mi voz de grillo) con la música de Serrat. El primer beso que me dieron, lo recibí mientras sonaban los primeros acordes de Mediterráneo. Yo tenía quince años, él muchos más. No era poeta pero lo parecía y yo despertaba de la niñez.
Como no amar al que nos hizo amar. Como no admirar a quien nos despertó. Como no querer al hombre al que unas amigas recién llegadas de República Dominicana, donde había conocido a una mujer que le adoraba pero no tenía dinero para ir al concierto que ofrecía en la capital, nosotras, pipiolas infames, llamamos a la compañía de discos, pedimos hablar con él ¡hablar con Serrat! y nos dijo alguien que no era posible, pero que le contáramos para trasmitirle el mensaje. Le contamos…y al poco rato, devolvieron la llamada diciendo de Joan, había dejado en taquilla cuatro entradas a nombre de la amiga dominicana para que fuera ella y acompañantes. Eran los años noventa…Pero la gente que rodeaba al Noi sabía que esas cosas debían llegar a él, que él prestaba atención a cualquiera.
Hoy, Serrat cumple 79 años, se ha quedado calvo, su contorno de cintura se ha disparado y al sonreír se le forman caminitos en torno a sus ojos. La voz la lleva más quebrada y un tanto rota y yo me he negado a ir a los conciertos de despedida. Yo, la que ha ido incontables veces poniéndome en primera o segunda fila y ni le diluvio universal que nos cayó en Santander un agosto magnífico, me echó para atrás. No he querido despedirle porque no soy masoquista y no hubiera parado de llorar hasta romperme, porque la despedida del Noi es la constatación de un tiempo que no es ni mejor ni peor que otros tiempos, pero es el mío. Es mi época la que se despide. Yo me he puesto el vestido nuevo de los nuevos tiempos porque odio quedarme rezagada con el ancla del pasado y me niego a ser vieja o a envejecer. Porque no hay dignidad en envejecer, ni belleza en las arrugas. Hay necesidad de adaptación al tiempo que viene. Y por eso, no quiero despedirme de él. Porque no se va. Para mí no se va porque está en mis adentros. Y porque no me da la gana.
María Toca Cañedo©
Yo sí quise despedirme de Serrat en los escenarios y sentí como mía la emoción que él desprendía ante la recta final, no de su música, porque perdurará en el tiempo, pero sí de ese escenario en el que imagino que no desea dar una imagen distinta a la que siempre nos ha transmitido. Lo cierto es que estuvo magistral. Le he seguido y admirado en muchos conciertos y hasta tuve la suerte, hace unos años, de pernoctar en la misma planta donde él tenía habitación, en el Parador de Gijón. Salir de la habitación y encontrarte a Serrat en el pasillo no tiene precio. Hablamos, me concedió una foto juntos y me pareció la persona más amable del mundo. Muchas veces hice alusión a «Hoy puede ser un gran día…» cuando alguna persona próxima a mí veía nubarrones en su vida. Ahí seguirá siempre mi querido Joan Manuel, porque los genios permanecen en el tiempo.
Que hermoso lo que cuentas…
Yo también aprendí a querer a Serrat cuando aún tenía 12 o 13 años, le escuchaba todos los días que iba al instituto al aula de dibujo cuando el profesor don Luis Orihuela, nos ponía el disco de Machado para inspirarnos, acababa de salir el disco y lo recuerdo como si fuera ayer, aquel tocadiscos de maleta, como eran entonces. Una y otra vez lo escuchábamos hasta que me lo aprendí de memoria, siempre estará en mi memoria aunque pasen muchos años.
Parece que ha sido inspirador de varias generaciones. Y los recuerdos que nos trae son tan hermosos y tiernos. Muchas gracias, Carlos, por tu amable y sentido post. Y por la lectura.