
El extraordinario libro, Nada de Carmen Laforet, de la que hablaremos con largueza define lo que digo. La protagonista de la novela recuerda a su abuela que ha pasado con ella largos veranos vacacionales en la isla de Palma, como una mujer divertida, ingeniosa, llena de recursos y vitalidad. Al llegar al piso de la calle Aribau, en 1939, donde espera encontrar a la mujer animosa que conoció antes del 36 , encuentra a una mujer añosa, vencida, triste y errática. Han pasado solo tres años pero han sido los años de una guerra infame que la anciana ha vivido entre bombardeos, crímenes, hambre y penalidades en la ciudad de Barcelona. Tal como esa abuela, las mujeres de España, andaban errabundas por la nueva sociedad, que a ejemplo de la alemana nazi, se impuso en nuestro país durante los primeros años de dictadura. La perfecta sutileza literaria de Laforet, sin hacer sangre de lo que ve y vive, nos describe perfectamente la crudeza de la posguerra.
Claro que no todo el mundo vivía igual. Como en toda sociedad y más las autárquicas, quienes cercaban el poder gozaban de privilegios extraordinarios. En España el estraperlo floreció al amparo de la escasez y del racionamiento. Personajes de los aledaños de la autarquía labraron fortunas inmensas cuyos sagas y apellidos nos han llegado hasta hoy como muchas de las empresas creadas bajo el faldón franquista forman parte del paisaje social de los privilegiados del presente.
Al albur del franquismo, surgieron muchos negocios sucios, acaparamiento de alimentos que luego se vendían a precio de oro, usufructo de patrimonios esquilmados a la parte perdedora de la contienda y un uso y aprovechamiento masivo de la mano de obra esclava que labraron las fortunas patrias. A poco que escarbemos investigando en los apellidos poderosos, nos encontraremos con historias muy sucias, muy perversas de aprovechamientos criminales durante la posguerra. Para mí tengo que ese odio a la Memoria Histórica que detectamos en mucha gente procede del miedo visceral a que destapemos historiales de victimarios.
Los avispados amigos del poder manipulaban permisos de exportación, estraperleaban sin parar, fumaban Philip Morris, paseaban en “haigas” poderosos, vestían de lujo modelos (ellas) de Balenciaga, e iban de fiesta en fiesta mientras el pueblo en su totalidad (de ambos bandos) moría (literal) de hambre. Otro documento de investigación que hicimos sobre los años de hambre pueden atestiguarlo.
Quizá esas fueron las dos Españas verdaderas. La de la opulencia, de coñac francés, mariscadas, puros, queridas con piso y mercería , frente a la famélica que pasaba el día con una sopa de ajo y un chusco de pan negro.
Hasta ahora poco he tratado de las mujeres y menos de literatura. Y es que durante los años cuarenta en nuestro país poco o nada artístico se producía, quizá por ello tuvo tanta sensación la edición de Nada, de la citada Laforet.
Una novela en la se pasaba penuria, hambre, aunque la protagonista pertenecía a una familia burguesa, que de forma solapada insinuaba cierta disensión política (el tío quizá combatiente represaliado…) Una mujer que estudiaba pero no veía futuro, que pasaba frio y vestía un abrigo raído paseando la tristeza por una Barcelona destrozada por los bombardeos no tan lejanos.
Por fin Carmen Laforet abrió una ventana a la literatura de verdad y las personas que sentían, quizá sin percatarse de ello, sed de cultural, abrevaron sus ganas en la obra magistral de nuestra primera Carmen. Nuestra primera autora de postguerra. Carmen Laforet, con su literatura intimista que muestra con sutileza las carencias afectivas o conflictos psicológicos trascendiendo al exterior, sin obviar, por supuesto, la presión social que supone una soga que ahoga a los integrantes de la historia. Esa presión social, en la que adivinamos un patriarcado opresivo, tanto como en la literatura de Matute o de Martín Gaite, como contaremos más tarde.
Es la propia vida de Laforet quien mejor nos cuenta como fueron aquellos años. Hija de una familia burguesa que no pasó la guerra más que como espectadora, puesto que era de Palma de Mallorca, ciudad que se avino desde el principio a los golpistas pero sí padeció el oscurantismo de postguerra.
Perdió a su madre; poco después su padre se casa con una mujer con la que mantenía relaciones de antes de perder la esposa. Mujer, esta última, poco afín a compartir espacio con la joven Laforet, que consigue permiso paterno para marchar a la casa de la familia de su madre, residentes en Barcelona (recuerden, necesitaban permiso paterno o marital para moverse) gracias a unas cartas de alto contenido erótico, que el padre, viviendo aun la madre, envió a la nueva mujer. Carmen, envalentonada, esgrimió las misivas como arma de chantaje para conseguir el permiso paterno cuando solo contaba con dieciocho años. El padre cedió ante el escándalo que se produciría de conocerse las cartas por lo que Carmen, siguiendo a un amor de verano, tomó el barco con una maletita emigrando a la Barcelona destruida de los años cuarenta. Lo que sigue, deben ustedes buscarlo en Nada, que es un libro de obligado conocimiento porque forma parte de la mejor literatura en castellano.
Carmen Laforet gana el premio Nadal, consigue un prestigio y fama amplio a pesar de la sorpresa que produce su juventud y el enorme talento de la novela. Al poco tiempo contrae matrimonio con su editor y tiene cuatro hijos seguidos…Con lo que su vida literaria se ralentiza por la crianza y los condicionantes de la época. Poco después entabla amistad con Lilí Álvarez, deportista famosa altamente religiosa, que la impulsa a volver sus ojos agnósticos hacia un catolicismo militante, unido a lo que bien podríamos hoy considerar, depresión. Todo ello hace que Carmen Laforet publique, años después, Insolación y lentamente se diluya su talento literario hasta caer en el olvido y en la nada absoluta. Acabó sus días sumida en ese otro terrible olvido que supone el Alzheimer. Nos deja, siempre que la leemos, la tristeza de contemplar el enorme talento que quizá fue malogrado por una época muy hostil al hecho de ser mujer y escritora.
La que sí había vivido la guerra, en el mismo foco barcelonés, fue Ana María Matute, otra gigante literaria que derrochó nostalgia y dolor en sus primeras novelas donde recoge la desolación de los bombardeos, además del miedo, la visión de cadáveres en cunetas verdeando de soledad y penuria, el hambre, las carencias. Y otra vez el miedo. Además de la socavación de ese silencio asesino que postraba las mentes de las personas lucidas.
Las primeras novelas de Ana María Matute, En esta tierra (versión censurada de Luciérnagas)y Primera Memoria, conformaron la memoria literaria que forjó a la siguiente generación, como Almudena Grandes, o Maruja Torres, que rindieron homenaje a la maestra que años más tarde, debido a un abandono amoroso, también padeció una terrible depresión alejándose durante nueve años de la literatura, saliendo del marasmo gracias al apoyo de compañeras y de alguna terapia. Para mi tengo que nada es comparable con esa primera Matute, en donde muestra un talento literario y una prosa insuperable que sirvió de muestra y camino a las literatas posteriores. Ana María Matute tuvo una larga vida literaria, con altibajos pero en general ha sido valorada en su justa medida
De talla menor, quizá por desconocimiento o por esa rara costumbre de la historia literaria que encumbra a algunas mientras oscurece a otras de similar talento, tenemos a Dolores Medio, que escribe, Historia de una maestra (no confundir con Josefina Aldecoa) en donde hace recuento e historia de su propia experiencia como maestra republicana, puesto que fue una de las escritoras de antes de la guerra. Dolores Medio se entrega con entusiasmo a la profesión de maestra como lo hicieron la mayoría de las/os que integraron las Misiones Pedagógicas, empeñadas en analfabetizar y culturizar hasta el último rincón peninsular. Dolores, además de su vocación de maestra, escribe y nos hace recuento de una vida triste. Enamorada hasta el infinito de un joven miliciano, pasa la contienda esperando, entre encuentros pasionales que la infunden esperanzas que luego trasmite en el libro y largas esperas. El miliciano es apresado, Dolores depurada por los nuevos amos del país, incluso debe pasar por la humillación de jurar los Principios del Movimiento. Ella no tienen demasiada conciencia política pero sí es republicana por la percepción de lo ganado, de la libertad y los ideales que impulsaron aquellos nueve años. Dolores, jura esos principios fascistas para poder mantener su puesto de maestra…pero da igual. No la dejan ejercer hasta muchos años después.
El amor ha estado preso, Dolores, le espera, cuida ese sentimiento con el romanticismo inherente a la cultura patriarcal que sigue manando veneno a pesar de republicas y nuevas sociedades. En la cárcel, el miliciano, entabla relación con la hermana de otro preso. Es una mujer rica que al salir de la cárcel paliará la desgracia de ser un proscrito. No tendrá que buscar un trabajo, ni sufrir las vejaciones inherentes a los exconvictos políticos y abandona a Dolores Medio que nos lo cuenta en la novela con el desgarro de una vida rota, de un amor perdido cuyas cicatrices jamás cerrarán.
Texto de Diario de una maestra, Dolores Medio:
“Recuerda la despedida de la Estación del Norte, cuando él le dijo: No estaremos mucho tiempo separados Irene. Irás a Madrid. Prepara tu ingreso en la Universidad. Conseguiré para ti una beca (…) Y después, ya en el tren, al abrazarla “No sabría prescindir de mi Tortuguita”
Irene Gal siente deseos de llorar, al recordar la escena. Ella fuerte, acostumbrada desde niña a resolver sola los problemas se había confiado a Máximo Sáenz. se había entregado por completo a él, había hecho de su amor, de su amistad una almohada sobre la que podía dormir tranquila”
Solo que la almohada huyó y tuvo que aprender a caminar sin más protección que sus fuerzas. Dolores utiliza el personaje de Irene la Tortuguita que la llama Máximo, para contar el amor abrasador al que ha entregado muchos años de su vida. Como tantas mujeres que perdieron la vida esperando al preso, al exiliado, al desaparecido. Cuantas de ellas caminaban por la calle en silencio con la cabeza hundida, intentando pasar desapercibidas y que no se les notase el estigma de “es roja” “está deshonrada” Volcando en el silencio la amargura de la decepción y lo que es pero, perdido todo atisbo de esperanza.
María Toca Cañedo.
Continuará…
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