
María Zambrano no deja de escribir en ningún momento, incluso en los periodos más dificiles de una cruenta guerra que la maltrató con saña. Su compromiso con la filosofía y el pensamiento es claro, incluso cuando se aleja de Ortega, quizá porque le ha superado, o ha dejado de ser alumna aventajada para competir en ingenio. Afirma que aguanta sin huir de la guerra con ligeros reproches a Rosa Chacel que puso pronto tierra de por medio. Zambrano considera la guerra no como “un acto moral, sino un acto de fe. Por un acto de fe en su destino humano, por un acto de fe en la dignidad y la libertad ultrajadas, el pueblo español se lanzó a la muerte sin medir las fuerzas, sin calcular” No obstante, María Zambrano también tiene que marchar como antes lo hicieran sus amigas del alma. Estando en la soledad de una habitación de hotel, palpando la derrota y con la clara conciencia de que la ausencia será larga y la herida profunda, expresa:
“Volvía a ser ella otra vez, a estar aquí, a solas conmigo mima. Aun quedaba un ligazón: él, su marido, en el ejercito; nunca dudó de que saliera indemne, ileso; sabía que nada le había de pasar y le aguardaba simplemente. Y así llegó unos días después. Había pasado la frontera con sus tropas, solo seis horas antes de que llegaran a la raya ellos (…) Había entregado el material de guerra a dos oficiales del ejercito francés que estaban allí para eso, se había despedido de sus soldados uno por uno y ahora estaba aquí (…) Eran la diferentes. Tuvieron esa revelación. No eran iguales a los demás, ya no eran ciudadanos de ningún país, eran exiliados, desterrados, refugiados…algo diferente que suscitaría aquellos que pasaba en la Edad Media a algunos seres sagrados: respeto, simpatía, piedad, horror, repulsión, atracción, en fin…eso, algo diferente. Vencidos que no han muerto, que no han tenido la discreción de morirse, supervivientes”
Delirio y destino, pp236 y 237.
Luego la penuria le hace expresar lo siguiente:
“Vivir era eso: morir de muertes distintas antes de morir de la manera única, total, que resume todas, agonizar también, pasar entre la vida y la muerte, ser rechazado de la vida de múltiples maneras sin que por eso la muerte abra sus puertas”
La República quizá las despertase, aunque las que hemos traído, venían conformadas como literatas e intelectuales desde muy atrás, simplemente la convulsión de modernización y libertad republicana las puso alas, pero el exilio no consiguió doblar el talento de Rosa Chacel ni de María Zambrano, que lució con destellos amplios hasta que fueron, ambas, recuperadas por la iconografía intelectual española.
Frente a estas autoras que realizan un esfuerzo literaria que cubre sus páginas de talento y belleza, existe otro grupo de novelistas, también mujeres, cuya literatura nos sumerge en un universo de color, de buenas maneras, de lustre burgués, donde sus protagonistas pasean, toman café en sitios públicos, incluso estudian o trabajan, hasta gozan de una cierta autonomía que nos parece poco probable en tales años. Hablamos de Carmen de Icaza, Mercedes Formica, Mercedes Salisachs,
Estas mujeres, nos cuentan historias de jóvenes privilegiadas para las que no existe la guerra, ni las privaciones de la postguerra. En su vida, no hay ningún condicionante social que marque sus costumbres burguesas dentro de la burbuja económica y social que se mantenía totalmente ajena a la penuria de millones de españoles. Son autoras forjadas en los aledaños del régimen, con familias que forjan fortunas con cosas alegales, en muchos casos, como el estraperlo, las concesiones irregulares y la explotación de seres humanos. Mientras la minoría cercana al régimen saltaba de fiesta en fiesta con lujos variados, las empresas publicas y privadas explotaban la mano de obra esclava, mantenían sueldos de miseria puesto que cualquier protesta era inverosímil. El lujo de los haigas, los puros y las bebidas sofisticadas como el dry Martini, el whisky de importación y las joyas lucidas con el empaque de la burguesía exaltada por un régimen que premió con la misma largueza a los afines que castigó a los desafectos.
Durante el tiempo de la primera postguerra, Carmen de Icaza, producía best sellers a discreción además de ser autora de moda y cercana al poder por la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera (fue íntima amiga y admiradora de José Antonio)
Carmen de Icaza era hermana de la famosa marquesa de Llanzol, musa de Balenciaga que paseó sus amores pasionales y adúlteros con otra belleza, esta vez masculina, la del siniestro Ramón Serrano Suñer, cuñado y todopoderoso ministro de Franco, intermediario y amigo de los nazis -alardeaba de ser amigo de Hitler cuando eso puntuaba, al tiempo que lo evitó cuando las cosas tornaron mal para el personaje- y de Mussolini, de cuyos sistemas empapó la dictadura primigenia, para pasar luego, con el proverbial pragmatismo de Franco, a ser defenestrado al detectarse el desmoronamiento del Tercer Reich, que él (Franco, digo) creía imbatible. Ramón y Sonsoles de Icaza tuvieron una hija, aunque jamás fue reconocida por el padre, manteniendo los apellidos del marido de la madre, Carmen Díez de Rivera que fue parte primordial de la mejor parte del diseño de la Transición. Ya ven que la historia es larga y tejida con hilo de continuidad.
La novela que toda jovencita nacida en la burguesía franquista (también era leída por las clases populares como forma de evasión tal como se hizo con el cine; al fin, la desesperanza y el estómago vacío con algo había que paliarlo) fue Cristina Guzmán profesora de idiomas. La historia de la novela trataba de la vida de una joven que, si bien trabajaba y gozaba de cierta ¿independencia? lo que de verdad le hizo feliz fue encontrar el amor y complementarse en un matrimonio bienhumorado, tal como decía en frase puesta en labios de la protagonista por la autora “la vida sonríe a quien le sonríe, no a quien hace muecas”
Como verán eso de personas vitamina y actitud positiva no lo inventó Marián Rojas Estapé sino que viene de atrás.
Mercedes Salisachs, ganadora del premio Planeta, procedente de la alta burguesía catalana, mujer exquisita, es otra novelista que hace literatura bonita, contando las cosas que le pueden pasar a las chicas de alta sociedad con sus problemas de desamores o incomprensiones familiares . Ya que como nos contaron los culebrones, hasta las ricas pueden llorar.
Esta era literatura de evasión que comulgaba con el régimen mientras las calles andaban llenas de andrajos, las cárceles repletas de torturados y los paredones de cementerios remitían un poco de la ración de sangre roja vertida de madrugada. Como en todas las épocas hay una tarea literaria que busca el engrandecimiento moral producido por la calidad literaria de los textos o simplemente historias que producen evasión y cierto disentimiento.
El cine y el teatro era grato exponente de lo que explicamos de las autoras. Durante los primeros años de postguerra, se produce un cine heroico, donde los militares y los sacerdotes son martirizados por malvados enemigos que claramente son las huestes rojas, que producen desastres varios hasta que al final los buenos guiados por un Dios poderoso detentan una contundente victoria. Hasta el propio Franco, amante del séptimo arte, concibió un guion cinematográfico. Detectando la hartura de tiros y martirologios, la producción cinematográfica pasados los primeros años de posguerra, cambia a historias de y con folclóricas, con amores sanos que acaban en boda, o perniciosos que acaban muy mal, con la muerte o el convento para la susodicha pecadora.
Seguimos con los hombres libres de todo pecado. Porque de todos es sabido que el hombre si peca, es poco o nada que no pueda confesarse, porque al fin, el pecado de la carne incrementa la hombría. Cosa que en la mujer no ocurre. El pecado es reo de castigo en esta vida casi siempre o en la otra, al momento.
Fueron estas novelista de las que hablamos, muy celebradas en su época, vendían libros por miles, pero no han resistido el paso del tiempo que las aletargó a un merecido olvido, como hizo con la longeva Concha Espina, que si bien su intención fue pasar a la historia de la literatura española (por lo menos, no olvidemos que fue candidata al Nobel) su ampulosa prosa, adjetivada hasta el empalago y sus torticeras historias no pasan el filtro de la modernidad, siendo, a mi criterio, con razón una autora justamente olvidad.
María Toca Cañedo
Continuará.
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