SOPA DE PIEDRA

La peraleda sonaba como a nueces, a mortaja de hojas mal pisadas.
De puro pobres nos quemamos al probar la sopa de piedra;

el hambre se colaba por rendijas invisibles que incomodaban a las piedras de mal encaje
y torturaban la verticalidad de la pared.
Allí mismo queda aún una mancha
de cuando a maestro le pintaron un cerco imaginario de tiza

alrededor del cuerpo que no tuvo la decencia de caer bien colocado.
El camisa vieja, el guardia moro, el camaleón oportunista siguen como pueden
el rastro de tocino que va quedando atrás, mientras marchan marciales
los fusiladores y los cantores medio ciegos de tanto mirar al sol.
Nos dejaron, benditos sean, hambre para décadas y una recua de piojos amaestrados
que hacen malabares y acrobacias mientras bailan cha-cha-cha

entre la caspa de los niños que esperan atónitos en la puerta de la escuela.

El maestro no viene, debe ser fiesta,
lo atestiguan así sus gusanos íntimos y las marcas de culata de fusil en la piel que hasta hace nada,

cubría la insigne calavera del docente.
Las mujeres sollozan. Será de frío, o de las heridas en el cuero cabelludo
que ahora solo es cuero y la libertad que les otorgan de andar medio desnudas por el pueblo

luciendo ese moreno que tira a cardenal,

faltando como faltan en la aldea,

los obispos o más concretamente, los cristianos Cristianos.
El dolor suena en las orejas de los bienvestidos camaradas del difunto joseantonio a triunfo moral,
a gloria de la divina providencia,

que ordena desde el cielo fuego sobre las sodomas y gomorras del mundo.

Qué suerte tienen los pobres,
llegan al cielo todos juntos y ya se encargará dios de escoger los suyos.

El sicario de sotana y dos pistolas, vocea en aras de que todo tenga su orden en la liturgia, en el sacrificio de los pueblerinos ignorantes
que, como todos saben, son unos descreídos merecedores de la hoguera.
Me contó mi abuelo que pasaba a diario esto,

en toda la geografía humana,

y me habló de la paz que trajeron los tanques de los exterminadores;

los bombarderos de los constructores de hornos y duchas de Zyklon,

pero que nunca más iba a pasar. No, mientras no sonara otra vez la peraleda a nueces,
a hojas mal pisadas y a discursos que dicta desde la tumba el pintor de brocha gorda

llamando al hambre por las rendijas,

para que se tuerzan las paredes

y se quemen los pobres otra vez al comer sopa de piedra.

Jhetro Legrand

(19/09/2024.-20:24)

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