Esos sudarios blancos, níveos hasta hace poco,
esos cuerpos pequeños, que perdieron la vida,
ese momento aciago, cuando los ojos cierran
y en la boca se cuaja la mueca de tristura.
Esos niños pequeños, que volaron al aire
y desde allí nos miran esperando respuestas.
Esas madres dolientes, esos pechos sin alma
porque el dolor es tanto que la vida se escapa
dejando hueco profundo, que nadie llenará
Ese grito en la noche, esa luz que deslumbra,
ese golpe en la casa, esa infame venganza…
El sudario te cubre, pequeño, con pudor escanciado
que nos vela tu cuerpo, la frialdad nevada
de tu rostro chiquito, de tu boca cerrada
de labios apretados que jamás, esbozarán sonrisas.
El viento torna ciego el polvo del desierto
y tu madre te clama, en la noche estrellada,
buscándote, enloquecida, por donde antes jugabas.
Esas lágrimas secas que cuajarán su cara
cada día de tantos que pasará en tu busca,
porque nadie renace cuando existe un sudario
que cubre al bienamado y lo deja enterrado.
Esos sudarios blancos, níveos hasta hace poco,
ese viento de guerra que azota a la tierra,
esas miradas torvas que no quisieran ver
al niño que, encerrado, en su sudario, clama,
por tierra, por un trozo pequeño de patio
donde sus pies volaran y creciera en la calma
mecidos por la brisa de un mar Mediterráneo.
Esos sudarios blancos, esos cuerpos enjutos
nos claman, nos interpelan…
Esos niños pequeños que nunca crecerán
esas bestias feroces que nunca aplacarán
la ira, el odio ciego…esa sed de victorias
de tierras masacradas, yertas, germinadas
de sudarios tan blancos, de niños tan pequeños
que malditas están.
Ese grito silente, de los blancos sudarios
serán como fantasmas, serán como almas en pena
que acompañan la vida de quien no quiera mirar
María Toca Cañedo©
Santander-30-05-2024. 22,21.
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