Tizón

Su historia es tristemente conocida. Tizón es uno más, uno de tantos perros abandonados a su suerte por el humano que le tocó en desgracia. Hoy he aprendido que los galgos se pliegan sobre sí mismos y duermen casi todo el día. Que si les dejas, se suben al sofá y ya no se mueven de allí. No les gusta pasear bajo la lluvia y adoran robar comida de la cocina, «Ojo con los platos que te olvidas en la encimera, son ladrones de guante blanco», me ha dicho la chica que lo ha tenido hasta ahora. Creo desde siempre que el galgo es una de las razas más hermosas que existe. Pura elegancia en la quietud y en el movimiento, seres hechos para embellecer las calles y a sus compañeros de vida. Cisnes de cuatro patas. No dan trabajo, no huelen ni buscan otra cosa que ser felices en un hogar tranquilo. Tizón no tiene cicatrices a la vista, su hermoso pelaje negro profundo es suave. No le han pegado, no han intentado ahorcarlo ni ahogarlo en un pozo, como a otros galgos de la misma protectora. Pero arrastra una timidez que duele, te mira todo el tiempo como pidiendo permiso para dar un paso o tumbarse. Por mi parte, pienso darle todo el pan que le apetezca comer, ahora que sé que es su debilidad. Quizás viene de un mundo donde el pan duro era lo único que comía con frecuencia. Le compraré collares de todos los colores y un abrigo de príncipe para cuando llegue octubre, Si me roba la cena me haré otra tortilla. Pasearé con él hasta que quiera volverse a casa y espero que salga a recibirme como un elegante anfitrión cuando llegue del trabajo, igual que me ha dicho Carmen que hacía con ella. También me ha contado que a veces lanza suspiros muy profundos en sueños. Ojalá le borremos poco a poco el miedo a las personas que otros le hicieron sentir dejándolo sin comida ni agua, solo en una carretera.

Texto: Patricia Esteban Erles

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