TODO EL MUNDO ME QUIERE

El domingo se celebran elecciones en Andalucía.
Y yo, cada vez que tengo que votar, me acuerdo de ella.
Y de otras tantas como ella.
Y de muchos ellos también.
Y voto en consecuencia. Porque mi vida y mis labores profesionales están ideologizadas.
Por supuesto.
Acudo a su domicilio porque un día yendo por la calle vi cómo se caía delante de mí, así como una piedra sin opción a giro alguno.
Curiosamente se manifiesta más preocupada por su marido, gran dependiente en espera de valoración, que por ella misma y ya en su casa mientras su esposo dormita, me cuenta su vida.
Es fácil hablar contigo, me dice; como P está casi todo el día adormilado no tengo con quien desahogarme. Me preocupa P, me dice, está cada vez peor, sordo, no se mueve si no es con andador y no entiende lo que le digo.
Yo le cuido e intento que esté lo mejor posible pero me siento muy cansada. Y es que también tengo una edad y además, María, qué te voy a decir, yo he tenido una vida muy dura.
¿Sí? le respondo. Y pone cara de “tú no sabes bien por lo que yo he pasado”.
Mira, éramos diez hermanos y vivíamos en un pueblo. Mi padre era alcohólico y a mi madre y a nosotros nos pegaba unas palizas de impresión. Una vez nos amenazó con matarnos y yo quise huir por una reja, se me quedó la cabeza metida y no podía salir, pero más que eso mi miedo era de él; la gente de mi calle gritaba para que sacara la cabeza pero yo lo único que quería era no morir. Recuerdo cómo mis hermanos pequeños lloraban.
Mi madre era una mujer guapísima, una mujerona, y se le murieron seis hijos. Seis hermanos míos murieron uno detrás de otro. Uno sufrió una caída de un árbol, otro de una patada de una bestia y los otros de enfermedades de esas, que yo no me acuerdo el nombre, que pasaban hace años.
La pobre perdió la cabeza y dejó de comer, dejó de cuidarse, supongo que no quería vivir así. Yo hui y me fui a la ciudad a servir, de muy pequeña. Estuve sirviendo desde los catorce hasta los setenta y mira tú al final solo tenía cotizados tres años, cuando dejé de trabajar. He criado hijos, nietos y bisnietos de esa familia y recuerdo cómo la señora no me dejó salir de la casa, ni tan siquiera a la calle, desde los catorce hasta los dieciocho en que un primo mío, que es P, me pretendió.
El es buena persona; yo antes creía que él era mejor que yo, pero mira, ahora no parto peras con nadie.
Yo sé que me he portado con él mucho mejor que él conmigo. Por contarte algo, no me he ido con nadie mientras él estaba pariendo, sabes lo que te digo. Si yo hablara, dice lanzando un suspiro. Digamos que ha sido un hombre normal, de su tiempo.
He tenido tres hijos, que hacen su vida, ya sabes la gente joven de hoy en día. Bueno, la verdad es que no sé si lo entiendes porque tú podrías ser mi hija, pero cada uno va a lo suyo y no quiero ser una molestia. Yo me casé con P y yo le cuido. Es mi responsabilidad.
Hay una cosa que no se me quita del corazón y del pensamiento; eso sí que te lo quiero referir y que no se me pase. Tuve una niña y nació muerta. O eso me dijeron los médicos pero ni P ni yo la vimos después de nacer y nunca más. Solo recuerdo una cabecita negra, de mucho pelo así como mi madre, que se llevaron corriendo. Le pusimos nombre de reina pero nadie nos la enseñó y nos contaron que había fallecido a los ocho meses de embarazo, pero sé que es mentira. Mi niña se movía en mi tripa hasta que parí; eso lo sabe una madre.
Y como después se han descubierto tantos casos de niños robados y eso, pues yo no puedo dejar de pensar en mi niña y en que éramos pobres pero guapos y jóvenes, así que me imagino lo peor. Sé que me la quitaron, lo sé.
He sufrido mucho, María, mucho. Le contesto muy conmovida que lo veo y lo siento y que ha tenido que ser muy doloroso para ella. Llora suavecito y me coge la mano.
Nunca había contado mi vida así, sabes, tantos años de trabajo, mucho, limpiar, cuidar, cambiar pañales, planchar, preparar cenas, trajes para fiestas, cocinar y los baños y tantas horas de desvelo de mi familia y de las de otros.
He disfrutado muy poco; no he hecho un viaje nunca y mira que se lo he dicho a P muchas veces pero él nunca ha sido hombre de viajar. Y ahora que somos viejos y estamos malos ¿adónde vamos a ir?
Pero ¿sabes una cosa? Ahora que me dices que vas a contar mi vida por el ordenador te lo digo.
Pues que yo tengo un orgullo, uno, muy grande.
Y es que a mí me quiere todo el mundo. Todo el que me conoce me quiere y aprecia.
Y como mi madre me dijo, a los varones los quiere la gente desde que nacen.
Nosotras tenemos que ganárnoslo. Y yo me lo he ganado.
Bajo por el ascensor, me miro en un espejo y observo a una mujer, como todas, ganándome el cariño de los demás, haciendo méritos.
Siento frío y hace calor.
©mariasabroso
Ilustración de origen desconocido.
Sobre María Sabroso 128 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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