Bebimos una botella de champán rescatada de la bodega de un galeón hundido.
Subimos andando quince mil escaleras empeñados en morir donde debíamos, en el piso más alto de una de las Torres Gemelas.
Te invité a tomar la última copa en mi casa, como hacen siempre las chicas de las películas americanas.
Aceptaste, te serví un espléndido vaso de agua y fui presentándote a cada uno de los los monstruos que he ido arrastrando en cada mudanza.
Nos quedamos hasta las tantas mirando perplejos la tormenta de arena que atravesó de pronto, sin que supiéramos cómo, la esfera de tu reloj de pulsera.
Escribimos mil veces mil en una lengua seguramente muerta la frase «Volvería a equivocarme contigo» sin dejar de sonreír, para desesperación de la monja que vigilaba nuestra clase.
Mantuvimos una larga charla sobre todos los lugares donde pudimos habernos encontrado (y no lo hicimos) cuando tú no eras tú ni yo tampoco.
Patricia Esteban Erlés
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