Dedicado a ‘Resurrección’ (1899), de Tolstoi, dirigido por Carmen García Monerris, releí ‘El erizo y el zorro’, de Isaiah Berlin.
Fue una sesión interesante en la que se pusieron en común impresiones, expresiones y reflexiones. Fue productiva esa puesta en común.
No sólo hablamos sobre Tolstoi, sino también sobre otros autores influidos por el novelista ruso: entre otros, Ludwig Wittgenstein.
Wittgenstein es uno de mis pensadores de cabecera. Ya que yo doy poco de mí, un gigante —como es el autor del ‘Tractatus’— me obliga a pensar.
En la sesión del Club me mantuve a la expectativa, adoptando un cómodo silencio.
Pero creo que efectivamente la alusión que Jesualdo hizo a Wittgenstein, relacionándolo con Tolstoi, fue muy pertinente. Me despertó de mi aturdimiento.
Punto y aparte.
El libro de Isaiah Berlin lleva por subtítulo ‘Ensayo sobre la visión histórica de Tolstoi’.
Es un estudio antiguo de Berlín, datado entre 1951 y 1953. Está pensado y escrito en plena Guerra Fría. Es una incursión en la cultura rusa en una circunstancia hostil.
Es un momento crucial, precisamente cuando Isaiah Berlin, con su aval diplomático, ya ha acudido a Moscú.
Allí, por breve tiempo, se empapará de la cultura rusa, pudiendo advertir y deplorar y condenar la persecución estalinista.
En sus páginas trata sobre el autor ruso y trata muy particularmente sobre la noción de historia que podemos hallar en ‘Guerra y paz’ (1865-1869).
La metáfora del erizo y la zorra Berlín la toma para describir las psicologías pluralistas (zorro) y las monistas (erizo).
Y la toma para aplicarla a un autor literario incómodo, como fue y aún es Tolstoi.
Este novelista parece desmentir estas categorías, esas que distinguen entre pluralismo y monismo.
Tolstoi es un escritor que, como dice Berlín, es un zorro que cree ser un erizo.
Tolstoi arremete contra quienes creen posible un conocimiento científico de la historia.
Pero a la vez, influido por el reaccionario De Maistre, el gran Joseph de Maistre, aspira a encontrar la unidad.
Aspira a hallar aquello en que todo se relaciona, esa unidad primigenia en donde cada parte casa perfectamente con su contrario o su vecino.
Claro, hay añoranza, no de aldea, sino del Paraíso original. En la tierra.
Pero, además de este misticismo, en Tolstoi hallamos populismo.
Tolstoi estima más al soldado ignorante de las leyes de la historia —inexistentes al fin— que al gran estratega.
Cuando digo esto me refiero a Napoleón, al Napoleón que cree dirigir los acontecimientos encauzándolos, el curso del devenir, la fatalidad de lo real y del porvenir.
Resulta evidente por qué Isaiah Berlín se ocupa de Tolstoi, de este autor, y de esas ideas.
Lo hace por su aprecio del pluralismo y por su oposición a la supuesta cientificidad y fatalidad de la historia, etcétera.
Son sus ideas, las de Berlín, aunque en éstas no se vea el misticismo de Tolstoi -esa aspiración a ser erizo.
Pero sí que podríamos apreciar un cierto estoicismo trágico, justamente al descubrir, también, que no hay previsibilidad ni orden armonioso.
La libertad en Berlín es un don que nos hace responsables —no hay el determinismo de Tolstoi–, pero es también un modo doloroso de elegir entre valores estimables y contradictorios.
Justo Serna
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