(Lo escribí hace dos años. Siempre recomiendo Mad Men, porque en esta serie se ofrecía una radiografía social muy certera del lugar que ocupaba, o no le dejaban ocupar, a la mujer en los años cincuenta y sesenta
Hay tantas formas de violencia explícita y tácita, verbal o física, que se practica sobre la mujer con tanta naturalidad, que la rebaja y ofende a ojos vista, que a veces cuesta pararse a pensar y descifrar lo que es normal de lo que es aberrante. Recupero esta nota que escribí a partir de que al bueno de Pérez Reverte le diera por llamar a la Hendricks la de las tetas grandes de Mad Men. Como si eso fuera lo único valioso o reseñable de una actriz que nos regaló a una de las grandes protagonistas de la que es, para mí, la mejor serie de televisión que he visto nunca)
Había una vez unos tipos venga a comer huevos en Lucio. Allí se encuentran con una actriz famosa que no les hace ni caso cuando intentan sacarse una foto con ella. Uno de los desairados es un famoso escritor de novelas y artículos. Se refiere a la actriz, para aclararles a los lectores quién es, aludiendo al tamaño de sus tetas.
Recuerdo al inolvidable personaje de la Hendricks en Mad Men. Aún no he superado el final de esa serie que tenía todo lo que suele faltarles a las novelas del ínclito comedor de huevos de luxe. Diálogos, hondura,sutileza,eficacia narrativa. Mad Men era un cuadro de Hopper en movimiento, tenía fotogramas dignos de Avedon, un antihéroe de primera y una legión de secundarios a la altura de los protagonistas.
Joan, el personaje de Hendricks, era una mujer atrapada en un físico despampanante que aprende a usar en el universo de machitos que gobiernan una agencia de publicidad en la Nueva York de los 50. Resultaba imposible no enamorarse de ese bellezón mayúsculo, de la secretaria espectacular que finge ser una chica más, que se cuelga siempre de quien no debe y es la mejor actriz de la oficina, capaz de disimular sus fracasos a golpe de contoneo de cadera y caídita de ojos. Joan va creciendo temporada a temporada y en la penúltima se sacrifica,rebajándose todo que puede rebajarse una mujer para salvar ese negocio regido por tipos casi siempre vergonzosamente cobardes y que nunca están a la altura. Es conmovedor ese episodio en el que un collar en forma de corazón se convierte en la metáfora perfecta de lo que siente Joan, de aquello en lo que, a sabiendas, se ha convertido. Fría y frágil, hermosa con una contundencia que permitió que el mundo reconociera un modelo de belleza basado en lo rotundo, Joan era la antítesis de Peggy, la mujer inteligente y ambiciosa, con un indudable olfato publicitario que intenta, sin conseguirlo del todo, colarse y triunfar en ese mundo de hombres.
Había mucha inteligencia en esa forma de interpretar al cañón de la agencia, a la muchacha del vestido rojo. Pero fueron sus tetas magníficas lo único de ella que acertaron a ver en medio de tamaña sobredosis de huevos y garrulismo el señor académico palanca y su manada. Lástima que el insigne autor nunca en su vida haya logrado reunir el caletre necesario para trazar en sus bodriacos las líneas maestras de un personaje tan grande como grande es la gran Joan.
Patricia Esteban Erlés
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