Trincheras bajo la lluvia

 

Nos difuminaba un tibio chirimiri, el domingo nueve de julio, casi como en los viejos tiempos, esos de cuando no se hablaba de calentamiento y la infancia se decoraba de veranos embarrados en lluvia fina, y las katiuskas tomaban la vez de las chanclas. Un grupo de mujeres conocidas, amigas en torno a las diferentes formas que toma la palabra para lucirse, en medio de la Plaza Porticada de Santander, nos despedíamos no con un adiós o hasta luego sino con la duda en la boca, un levantamiento de cejas expresivo y un poco de hielo en el corazón.

-¿Volverá la feria el año próximo- preguntábamos al feliz Paco Gómez Nadal, pletórico por el éxito logrado.

-Y si vuelve ¿estarán todos los que deben estar, ahí, en las alacenas acaldaditos o faltará alguno que la mano censora quiera borrar?

Y mientras preguntábamos, contemplábamos las barricadas que formaban las casetas forradas de libros que quizá también se preguntarían si en esta insumisa batalla de estulticia retrógrada que nos asiste en los últimos tiempos de iras y censuras, volverían a servir de trinchera llena de palabras para protegernos del mal de la estúpida censura.

Resonaban aún las palabras de Gioconda Belli en la plaza mojada: “cuiden la libertad. Cuiden mucho la libertad de expresión porque los dictadores siempre comienzan censurando por algo…por motivos muy nimios. Cuiden la libertad”

Ella, Belli, es docta en eso. Dos exilios. Dos dictadura. Dos censuras. La primera la sufrió de muy joven, fue la de Somoza, cruel saga de dictadores nicaragüenses. La segunda, de madura, vino de fuego amigo. Ortega y Murillo, la pareja diabólica que mantiene con soga y bozal al pueblo nica. Por dos veces la borraron los versos, las novelas…la palabra. Por dos veces tuvo que huir, aventarse de su vida. Exiliarse.

Por eso, porque conoce los síntomas muy bien nos avisaba: “Cuiden la libertad de expresión. Cuiden la libertad”. Nosotras, un poquito heladas, teniendo un incierto futuro por delante, allí, bajo la nube de grisura que nos mojaba un poco, nos despedimos con una mirada tierna a esas armas letales que dentro de las casetitas permanecían impasibles y firmes. Muy firmes.

Ellos, los libros, en su silencio nos gritaban: “la palabra puede al fuego. La palabra, la poesía puede siempre a las armas. A la censura estúpida. Puede con todo, porque a ellos, los censores, se los llevará el viento del olvido y no quedará más que el oprobio de su memoria borrada para siempre, mientras que nosotros, estaremos de vuelta”

Sí, recordamos que ya en un agosto sombrío y lejano quemaron, entre otros, los Episodios Nacionales, borraron a Carmen de Burgos, a Matilde de la Torre, asesinaron a Lorca, expulsaron a Alberti, María Luisa León…y tantos más, dejaron morir a Miguel Hernández, pero hoy, siguen tan vivos como entonces. O más.

Y marchamos confortadas de una feria del libro con nombre de mujer: FELISA*, la llaman, porque sabemos que no hay quien pueda derrotar a la palabra. Y que nosotras siempre haremos un fuerte parapeto con ellas y aunque nos puedan una vez y otra y otra más, la palabra siempre vuelve como un boomerang mágico a traernos la paz y la

libertad envuelta en historias contadas en poesías amadas y en las voces que nunca se doblegan.

María Toca Cañedo©

*FELISA: Feria Libro Santander.

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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