A ti te pasan cuentos, me dicen a veces. Y vive Dios que preferiría inventarlos y no escribirlos de memoria porque a veces dan mucho miedo.
Tenía una vecina. Mi vecina estaba loca. Gritaba en sueños y subía a gritarme a mí, en albornoz y descalza. Una noche subió a llamarme la atención porque se me cayó una olla al suelo. Otra porque estaba ensayando en voz alta el texto de una conferencia y hablaba demasiado alto. A veces vi salir llorando de su casa a estudiantes Erasmus que le alquilaban una habitación.
La recuerdo parada en el umbral con los ojos manchados de rímel, la melena enredada, como si se hubiera disfrazado de loca para una obra de teatro.
Una mañana salí de casa hacia la facultad y al volver encontré todas las luces encendidas. Llegué a convencerme de que había sido yo, de que yo TENÏA que haberme olvidado de apagarlas sin darme cuenta. Yo, yo y solo yo había pulsado cada interruptor, en cada cuarto, claro que sí. Cocina, baño, dormitorio, salón, pasillo, desván de los libros. Tenía toda la lógica.
Tiempo después, un domingo por la tarde alguien regresé de comer fuera y al meter la llave en la cerradura se me heló la sangre. Alguien, yo seguro que no, había dado dos vueltas. No me atreví ni a pasar de la puerta. «Puedo estar aquí si quiero», parecía decir aquella doble vuelta de llave, igual que las luces que fue encendiendo una a una la mañana en que se coló en mi casa, no sé si por primera vez, para dejarme claro que podía hacerlo . Esa pirada podía revolver mis cajones, leer mis papeles, matar a mi perra. Entonces supe que debía mudarme. Llamé al cerrajero desde el rellano. Salí en busca de un piso alquiler esa misma tarde de domingo.
A día de hoy sigo preguntándome cómo la loca del cuarto tenía la llave de mi casa, si se la dio la anterior inquilina para que le regara las flores, si… A veces me imagino hasta dónde hubiera sido capaz de llegar esa mujer que parecía sacada de un telefilm infame de sobremesa.
El mundo inquietante de los vecinos era también uno de los temas favoritos de Shirley Jackson. En «La señora Spencer y los Oberon» aborda esa figura aparentemente benévola, ese buen samaritano que vive pared con pared, que nos hace favores y nos sonríe, pero que en ocasiones oculta su maldad en el interior de la tarta de limón que deja ante nuestra puerta. Yo escribí Ada Neuman para imaginar a la vecina pesadilla, la mujer perfecta, camaleónica, que le roba todo a la anodina señora Rodríguez. Es uno de los relatos de Manderley en venta y otros cuentos.
Pensad en vuestros vecinos. Si tembláis un poco, escribid su historia. O contádnosla a los demás aquí mismo.
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