El gran temor de las personas y como mujer que soy diría que de las mujeres especialmente es dejar de ser amadas, reconocidas y valoradas.
Hemos crecido, sido educadas y grabados los mandatos de género del comprender, pensar en los demás antes que en nosotras, perdonar, contemporizar, dialogar, no mostrarnos agresivas ni excesivas, no sacar la rabia, ser femeninas al uso, dulcificar nuestras formas y movimientos, ocultar los comportamientos ansiosos o demandantes.
Y todo para que nos quieran.
Una crece habiéndose tragado todo ese pack costando media existencia deconstruirlo y se da cuenta también de lo fácil que es pasar del lado del camino en el que te lanzan y recibes epítetos halagadores como flores, a aquel en que te demonizan si te sales por la tangente o respondes a una agresión o interpelas al de enfrente sobre lo que no te cuadra.
Pasar de te quiero a no, de bella a bestia, de maravillosa a execrable, de sabia a ignorante, de me encantas a no te soporto es sencillísimo.
Tan solo has de escribir, expresar, mostrar o analizar algo que no es popular o que es incómodo o que escuece y hacerlo con decisión y no tanto temblor como antaño tenías, para que haya personas que dejen de estar en tu camino o cambien la percepción que tenían de ti.
Como ya a estas alturas lo sabemos, mejor no quedarnos las flores mucho tiempo, ni permitir que las flechas atraviesen muy profundo.
Porque queremos ser amadas y amar por supuesto, pero por encima de ello, un pasito siempre por encima, queremos ser NOSOTRAS sin miedo.
Y cada vez tenemos menos, por no ser AMABLES.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
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