Se nos acabó Varguitas.

No solo muere él. Se nos acaba una etapa literaria de mucho peso, que nos marcó a fuego a las de mi generación . Salía de la infancia matando las horas de soledad anclada a cualquier lectura. En casa no había libros porque en esa época, las familias pretendían desclasarse a base de trabajo y costumbres prácticas. Nada menos practico que un libro, imagino que pensaban mis padres, deslomados como andaban intentando ser lo que no fueron. Desclasados, clase media con posibles que les exorcizara de aquellos años malos de su infancia y pubertad. Cuando los sueños tañían campanas de gloria y se pensaba que la gente pobre podía dar un salto y convertirse de pronto en gente digna. O en más digna. Con la seguridad que produce tener comida para mañana, para pasado y el otro. Con la seguridad que da tener en el ladrillo lo suficiente para pagar a un medico y no morirse de asco. Para ir a la escuela, aprender a leer y escribir para nunca más ser engañados por los de la capital. Los sueños se rompieron y había que deslomarse para volver a sentir un suelo seguro bajo los pies.

Y los libros no servían para eso. Debían de pensar mis padres, porque sí había en casa figuritas de Lladró, un jueguito de café con dibujitos floreados para las visitas, bandejas de alpaca plateada, pero libros, no.

Y yo amaba los libros. Que no se de donde me salió esa calentura. O sí. Del abuelo destrozado por haber perdido la guerra, al hermano querido y las ilusiones que se forjaron en pocos años a los que cubrió un silencio tenso, muy tenso, decorado con fusilamientos en la madrugada. A él sí le gustaban los libros, aunque hubiera aprendido a leer entre ladrillo y ladrillo construyendo casas para los ricos y a escribir malamente, mientras calcinaba los ojos a la luz de candil. Quizá las cosas se heredan dando un salto generacional.

Me hice socia del Circulo de Lectores, como tanta gente a la que quedaban lejos las bibliotecas y las librerías. Cada mes llegaban las novedades y en una de esas revistas que ojeaba con hambre atrasada leí algo de un Boom que venía de allende los mares. El Boom Sudamericano, clamaban en letras de papel brillante. Una nueva forma de escribir que se alejaba del escueto castellano que ahorraba palabras y relataba cosas cotidianas. En el Boom, se decían cosas muy raras, que las mujeres no morían, que si eran guapas subían al cielo en una sabana que en vez de tenderse se elevaba. Que el viejo Melquiades traía quincalla en cada primavera. Que la ciudad expulsaba a los perros inadaptados enviándolos al Leoncio Prada, que la Tía Julia se mezclaba con un escribidor de folletines radiofónicos y que el Chivo era un cabrón con pinzas que se describía durante muchas páginas. Luego llegó la bendita Catedral y una ya, sin remedio, había caído en la hipnosis de creerse habitante de pleno derecho de ese bendito Boom que nos alejaba del estoicismo castellano para emborracharnos los ojos con  bolquetones de azucarados textos. Pura borrachera, ya digo.

Entonces creé el altar. Dios, arriba del todo, Gabriel García Márquez, a la derecha de Dios padre, él. El guapo de dientes conejilles, flequillo rebelde y ojos descarados. Joder, el Varguitas, además es guapo, me decía extasiada.

Recuerdo las noches envuelta en las sombras de mi alcoba, deslumbrada por la luz intermitente del Faro que indicaba a los barcos por donde no debían acercarse. Cada cinco o diez minutos inundaba mi habitación el flechazo de luz. Yo, alumbrada por una bombillica pobre para que los padres no se dieran cuenta que seguía despierta, hasta que se la daban y el grito cortaba la noche: “niña, quieres apagar la luz y ponerte a dormir, mañana no vas a poder levantarte” Yo, respondía que sí, que ya iba, pero ahí seguía, enmarañada entre las páginas de cualquiera de las novelas que apuraba una y otra vez, repitiendo lecturas hasta casi aprenderlas de memoria.

El Boom había llegado para mantener las mentes en plena euforia de borrachera licuada de imaginación. Nada volvió a ser igual después de aquello. Cierto es que ahogó mis intentos de convertirme en escritora porque me invadió una torpe resignación. No se podía decir nada más. Lo sublime se había hecho ya, no quedaba más que leer y disfrutar porque jamás podríamos ni acercarnos a tamaño monumento semántico. “Cierra la ilusión, María ¿después de esto que se puede escribir?” Me decía y el desconsuelo se atenuaba cuando Varguitas o Gabo, o Cortazar, o Fuentes o Allende…o cualquiera de ellos sacaba libro. “Vale, no seré escritora pero viviré eternamente leyendo una mil veces todo lo del Boom

 

Se hicieron viejos. Algunos, como él, hasta rancios, pero seguían produciendo talento. No tan glorioso como el de entonces, pero calmaba la sed. La ranciedad de Varguitas me hirió profundamente, lo confieso. El día que descubrí que amaba a la Thatcher, que se amigaba con Aznar y Rivera, que defendía un liberalismo rancio, muy rancio, se me cayó un mito y lo lloré con la rabia del desengaño. Luego me calmé porque entendí que los genios pueden ser gilipollas como los/as normales, pero las horas de disfrute, los sueños embarrados de risas recordando a las Visitadoras, o el romanticismo de La Niña Mala, o la barbarie de La guerra del fin del Mundo, bien podían perdonar los desaliños de la ranciedad.

Se ha muerto el último. El guapo Varguitas, el de los dientes conejilles, flequillo bravo y ojos chisposos. El enamoradizo que largaba señoras con la diestra mientras conservaba a la suya en un nevero patriarcal y sumiso. Se ha muerto el que manchó su historia con papel couché y exclusivas de pija con voz de clara de huevo. Se ha muerto Varguitas mucho después de que se jodiera el Perú, el mundo y hasta la literatura.

Me van a perdonar, pero yo he llorado su muerte porque con él se me van tantos sueños y tanta juventud que de golpe he contemplado en el espejo a una señora que ni reconozco.

Me van a perdonar, pero yo amé profundamente a esa gente que me hizo más feliz que nadie nunca jamás me hará.

Varguitas y el Boom.

María Toca Cañedo©

Sobre Maria Toca 1756 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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