
He decidido no ver más las noticias, no seguir la deriva a la que la actualidad nos conduce. El lodo me terreguea en la boca, mastico un estiércol pestilente y la sensación continua y creciente de que una gran montaña de mierda se cierne sobre mi cabeza. La memoria, siempre selectiva por razón de economía y autodefensa, me trae rescoldos olfativos, gustativos, auditivos y visuales muy similares, son espectros de otros momentos ya vividos, la única diferencia, el verdadero abismo es que, tras ellos, no presiento gritos limpios donde anide la esperanza, donde la ilusión pueda germinar.
Tras esto, no vendrá un 15M sanador, crítico, creativo, desbordando con paz, luces y propuestas de regeneración democrática: contra la degradación de la democracia, más democracia, contra la dictadura de las oligarquías, más pueblo, más gente ilustrada al timón de su presente y de su futuro, más colectividad, más bien común. Este no será el panorama, al menos, no es lo que, harto ya de estar harto, soy capaz de imaginar. Mis sueños se han ajustado el disfraz deforme de la pesadilla.
Después de ver algunas imágenes de la sesión de control al Gobierno, de escuchar el vocerío macarra, de unos a otros, escupiéndose las vergüenzas, los relatos de sus respectivas corruptelas, la foto de su corrupción, he sentido una tristeza inmensa, no sólo por lo que hay, sino por lo que vendrá: la mierda no se lava con más mierda y esta degradación democrática que estamos viviendo, alimentada por el PP durante tanto tiempo y sobrealimentada por un PSOE incapaz de deshacerse de su pasado, el que sembraran González y Guerra, incapaz de salirse de la refriega huera e improductiva del «y tú más», incapaz de romper las amarras que lo atan a las oligarquías financieras, al menos de intentarlo, incapaz, en estos momentos de un Gobierno con respiración asistida, de poner sobre la mesa medidas radicalmente democráticas, radicalmente sociales y justas, medidas para la esperanza, no palabras, que el aire nauseabundo que respiramos se lleva, sino leyes que corten de raíz la corrupción, que acaben con la especulación de la vivienda, que nos muestren que, bajo el fango, puede haber vida y democracia, la real, la que se exigiera un quince de mayo.
El presidente del gobierno ha caído en las viejas formas, ha entrado de lleno en el lodo que le ofrecía la derecha, el magma nauseabundo en que ésta mejor nada, hoy me quitó la esperanza. Hasta ayer mismo, he defendido la idea de que había que resistir, no así, pero resistir. Tal vez el miedo almacenado después de haber sufrido una dictadura, el temor a repetir sus valores, maquillados, pero sus mismos valores, me indujera a tal defensa. Hoy no lo tengo tan claro, hoy, asumiendo el riesgo más que probable de que esto suceda, quizás lo adecuado, lo democrático, lo correcto sea preguntar a la gente. Democracia, al fin y al cabo.
Y en esto ando, rememorando el debate entre Kent y Campoamor, triste y escarbando en la esperanza. Ustedes perdonen.
Juan Jurado
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