«Voy por la calle una madrugada, después de estar disfrutando con amigas y haberlas dejado en un taxi. Él se coloca detrás de mí, oigo sus pasos, aprieto los puños, acelero el caminar y la respiración.
Cambio de acera.
Nota claramente mi miedo.
Y nuestro Patriarcado.
Quedamos a través de una cita Tinder, después de unos días de mensajes, chats a deshoras y bromas.
Aún a pesar de no haber un planteamiento previo de sexo casual, los besos en sintonía, el deseo sobrevenido y las cervezas nos llevan al sofá y la cama.
En el último momento y antes de la penetración le pido que se ponga un preservativo, me contesta un qué dices tía, que se me baja.
Presiona mis brazos con fuerza, veo su cara enfrente de la mía y un gesto que no controlo.
Entra en mí, me dejo hacer. Sonríe victorioso. Nota claramente mi terror. Y nuestro Patriarcado.
Andando por una avenida, me doy cuenta de que tengo que pasar por delante de dos filas de hombres que trabajan en una obra cercana y están sentados en el suelo, comiendo y hablando entre ellos.
Trato de agilizar el paso. Escucho un improperio, otro «está buena la pureta’, un» no te lo creas, que no es para tanto» y risas.
Notan claramente mi vergüenza, enfado e incomodidad. Y nuestro Patriarcado.
Al lado de mi casa hay un colegio concertado. Salen criaturas muy pequeñas, todas de uniforme y algunas adolescentes risueñas, con cuerpos voluptuosos y floridos de faldas cortas.
Pasa por delante de ellas un señor maduro, anodino, uno como tantos y le suelta a una de las chicas a poca distancia:
– Qué rica estás, vente conmigo. Un regalito para papá.
Las muchachas le gritan insultos, se escandalizan. El nota a todas luces su asco e indignación. Y nuestro Patriarcado.
Paseando por un bosque. Es verano, hemos venido a un curso de teatro en el Pirineo catalán. Estoy sola y voy a la búsqueda de mis compañeros, que se me han adelantado en el paseo. Siento un crujido de hojas, empiezo a sudar, miro, no veo nada. Se me agita el corazón y cuando quiero darme cuenta, estoy corriendo con un tipo detrás.
Lleva pantalón corto de deportes y unas gafas inmensas, como de sky. Antes de llegar a la carretera, me alcanza por detrás. Le empujo, corro. Me grita a lo lejos que si nos tocamos juntos.
Lloro y corro. Lloro y corro.
Al llegar al bar de la carretera y avisar, mis amigos ven los espasmos de mi cuerpo. Y nuestro Patriarcado.
Tengo un amigo camarero. Me narra las conversaciones que escucha al otro lado de la barra. Pura cultura de la pederastia, me dice. Pura cultura de la violación, continúa. Nunca antes he sido más personaje estático en medio del teatro machista. Me espanto, confiesa.
Nota mi cara de asco triste. Y nuestro Patriarcado.
Entramos en un trabajo nuevo, ilusionante, seremos un equipo que trabaja por y para los demás y se nos presupone empatía, humanidad y entrega.
Una de las compañeras, la más aparentemente vulnerable, recibe como puerta de entrada críticas mordaces a su aspecto, un mote inicial y sangrante y una devaluación a su trabajo sin conocerla apenas. Todo ello propiciado por dos hombres con una orientación del deseo divergente, lo cual extraña aún más.
Las mujeres restantes del grupo ríen las gracias, apoyan a los abusadores con su silencio cómplice y dejan de lado a la compañera hostigada.
Ella mira hacia el suelo por los pasillos cuando van a tomar cervezas los viernes y no la avisan.
Todos pasan por su lado, con muecas teatrales de felicidad y jolgorio.
Notan la soledad del sitio en el que la colocan. Y nuestro Patriarcado. «
Y así.
©Mariasabroso
Ilustración de origen desconocido.
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