Llegó el Emérito y tiramos de las varas

Les contaba yo un día, en estas mismas páginas, que llegando doña Isabel de Braganza a las Españas con el fin de desposar con ese gran “Mastuerzo” tal como le nombra con acertadísimo epíteto Nieves Concostrina, Fernando VII, observó con perplejidad absoluta que los patriotas españoles se aprestaba a desenganchar los caballos del carruaje real y  prestos y felices tiraban de  las varas, a modo de los animales, para correr cual bestias por los caminos portando a la que pronto sería su reina.

Isabel de Braganza

La buena señora, a la sazón, princesa de Portugal, educada en una familia monárquica, su padre rey del país vecino y  habitante del palacio de Queluz  –ya solo por eso merece la pena ser princesa portuguesa- quedó   pasmada con el servilismo animalesco de los súbditos españoles. Al llegar a la Corte, le preguntó al prometido y futuro esposo si a  los españoles les pasaba algo grave en la cabeza por mostrar tal nivel de  peloteo servil emulando a las bestias y tirando de un carro. El Mastuerzo coronado la debió de mirar con la suficiencia borbónica al uso y le explicaría con harta paciencia que en el ADN de algunos (o bastantes, dios me perdone) españoles hay unos genes simpáticos que nos hacen ser sumisos y pelotas hasta extenuar.

El pueblo español que liberó al suelo patrio de las hordas francesas (en mala hora, cagüento, con lo bien que estaríamos siendo patriotas gabachas) después de que fueran abandonados y vendidos por la familia real del momento, tan disfuncional y engolfada como la de ahora, porque si hay algo inmutable es la capacidad de golfeo y latrocinio borbónico, tragó con lo que ese nefasto rey le administró por el pasapán. A saber:

Abolición de Constitución liberal, los Cien Mil Hijos de San Luis, para meter en cintura al mismo pueblo que los expulsó (a los franceses) y leyes represivas a cascoporro además de corrupción y mal gobierno hasta la náusea. Ese pueblo valeroso contra el enemigo exterior se dejaba sodomizar con gusto y sin vaselina por la horda borbónica.

Este introito tan pesado, viene a cuento de lo visto ayer noche en la pantalla televisiva que llena de telarañas, por falta de uso, dormita en mi hogar. No quise perderme la llegada del Emérito Borbón al lado occidental de su cortijo perdiguero: Sanxenxo, para ser exactos. Ese clamor popular de los fieles que vitoreaban y deseaban feliz estancia al gran camastrón me recordó tanto a las bestias que tiraban del carro de doña Isabel de Branganza que por un momento me vi vistiendo polisón y enaguas decimonónicas.  Y me refiero a las bestias humanas, se me entienda, porque las otras, pobrecillas, su función era y es tirar sin miramientos de los carros que portan humanos sin importar la condición.

Recordaba, con más pena que gloria, les confieso, los escritos de mi idolatrado Galdós, de Clarín y las descripciones de la sociedad vetustiana con el puritanismo hipocritón y de doble filo. Las criticas ácidas plenas de escaramuzas de las crónicas periodísticas de Mariano José de Larra y  los sarcasmos de colmillo retorcido de Valle Inclán, que todos ellos hacían hace muchos años  presentándoseme   actuales. Esta España, nuestra Borbonia penosa, que poco o que nada ha cambiado. Dos siglos en un soplo sin inmutarse siquiera, podemos afirmar.

Da igual que lo descubierto por la Fiscalía, previa al “afinamiento” sea de tal magnitud que el viejo Borbón solo haya podido salvarse de la cárcel gracias a esa inviolabilidad rebuscada y medieval. Dan igual los escándalos con las diversas barraganas. Los videos que arrebató el CESID a Barbara Rey, con la certeza de que comentaba con la doña secretos de estado y durante años haya cobrado por su silencio. Da igual que la indomable Corinna (que quieren que les diga, es la única que ha presentado batalla al camastrón, me produce nausea pensar que ha compartido cama con semejante perniquebrado, por lo demás, chapeau) haya denunciado acoso. Da igual que esté sobradamente demostrado que ha ido pidiendo dinero a todo quisque con la desvergüenza de un saltimbanqui social. Que las comisiones cobradas por cualquier negociación con dictaduras y primos árabes que seccionan con rotaflex a los críticos, mantienen harenes y derechos de pernada además de esclavos variopintos. Da igual todo. El Borbón Viejo, como el antepasado “Mastuerzo” pueden hacer lo que les pete porque el pueblo traga con todo.

Y vitorea como en Sanxenxo. Me pregunto de que materia están hechos los vecinos de  ese bonito pueblo -quede claro que fueron pocos y seleccionados, la mayoría  debía estar expectantes en casa- para aclamar a semejante delincuente camastrón y putañero. Qué valores, qué ideales calzan los que desengancharon los corceles del carro ficticio que codujo al Emérito hasta Borbonia, y tiraron de las varas que salvan y vitorean a un delincuente.

Un pueblo que aclama a un tipo atortugado que hizo de la falta de clase y del gorroneo forma de vida, se merece bridas. Un pueblo que aclama, calla y recibe con honores a un viejo camastrón que regresa cubierto de excreciones, merece que lo encaramen a las varas del carro y  perecer durante la eternidad tirando, cual buey, de la yunta perpetua de la iniquidad.

Hay quien demanda disculpas de ese tipo. Yo no. No las quiero, a mí que no me toquen con sus excusas -que no las pedirá, por supuesto, visto la sumisión servil de sus súbditos- porque no las demando ni las preciso. Solo quiero ver a esa familia nefasta lejos, muy lejos de mi país. No tanto por ser monarcas y hurtarme el derecho al voto de la forma de estado que demando,  aunque también. Es algo más profundo que todo eso. Es que la ponzoña borbónica nos ensucia como país. Hasta que no echemos a esa tropa no seremos ciudadanas de pleno derecho.

Porque los Borbones están acostumbrados a sodomizar españoles/as y a engancharlos a las varas que los trasporta por la vida.

María Toca Cañedo

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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