I
Abel es como un pequeño ángel negro insumiso,
que un día quiso descubrir la libertad por si mismo
cansado de la decepción y el cansancio
de contemplarse diariamente
en el desazogado espejo de un campo de refugiados,
aceptando la desgracia como forma de vida.
Dice que nació en el Sahel
y que así le llamaban los amigos de su pueblo
que no pudieron alcanzar tierra firme como él,
porque su barcaza se hundió
antes de alcanzar la orilla.
Pero a mí me gusta llamarle Caín,
pues cuando en mis lecciones de español
trato de explicarle la diferencia que existe
entre un “camping” y un “campo de refugiados”,
tras una larga meditación,
perdido quien sabe en que negrura
de los sombríos caminos
de las profundidades marinas,
me mira fijamente a los ojos y me dice,
dejando resbalar sus palabras
con esa parsimonia con la que la llovizna neblinosa
cae sobre la hierba fresca al atardecer,
que no se lo explico bien,
pues un “camping” es un lugar donde la gente
va a instalarse voluntariamente,
paga por ello,
y lo puede abandonar cuando quiere,
por el contrario “un campo de refugiados”
es un lugar al que la gente se ve obligada a ir
contra su voluntad,
no paga por ir allí,
y solo sale cuando se escapa , lo que hizo él,
o muere para ser enterrado en una zanja,
como la basura o los restos de animales.
II
Cuando escucho estas palabras,
siento como si me dijera
que en la insensatez de la cruel irrealidad,
de esta sociedad del desperdicio en la que vivo,
debieran llamarse a los “campos de refugiados”, lo que son,
“campos legales de exterminio humano ”.
Por ello como gato acorralado,
sintiendo que un ratón quiere poner me un cascabel,
para liberarse del marco mental de desazones extemporáneas
en la que quiero atraparle,
gracias al inconsciente determinismo cultural
de mis tolerantes explicaciones,
no puedo evitar, ante la duda de hablar o guardar silencio,
escapar confundido, llamándole Caín,
para tratar de inventarme una nueva vida ,
alejada del insoportable subjetivismo
de la identificación por el origen,
ante cuyo sentimiento de pertenencia identitario
me rebelo y del cual es tan difícil desprenderse.
Enrique Ibáñez Villegas
Deja un comentario