Aeropuerto del Prat: uniformidad vs diversidad

 

Van, vienen, caminan, corren a lo loco, lloran, se ríen. Esperan pacientemente. Hacen cola para todo y para nada. Se agitan. Buscan. Preguntan a diestro y siniestro sin escuchar la respuesta. Multiplican las consultas en los mostradores de las compañías aéreas por miedo a quedarse olvidados en tierra. Deambulan por los interminables pasillos con su inevitable maleta de cabina de colores de verano, fucsia, rosa palo o verde pistacho claro. De tiempo en tiempo, asoma una maleta diferente que desentona en este mar estival desenfadado: un maletín de cuero negro llevado por un hombre de negocios trajeado, extraviado.

En esta torre de Babel – versión nuestra contemporánea de la tradición judeocristiana – se desmelenan prosodias y entonaciones oriundas de los cuatro puntos cardinales del planeta tierra. Lenguas romances, asiáticas, eslavas se codean con las germánicas, el swahili, el yoruba o el árabe. Cada cual canturrea en su lengua melódica, gutural, sensual, rocosa, o nasalizada.

Los jóvenes – más allá de la diversidad de lenguas y de nacionalidades – se parecen todos con sus teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles última tecnología, libros electrónicos y otros multimedia. Visten al unísono con gorra de béisbol americana, camiseta de marca, vaqueros tendencia, zapatillas converse, y mochilas de lona colgando de sus hombros.

Suenan las megafonías sin cesar. Voces de azafatas en distintos idiomas para llamar a los eternamente retrasados, “último aviso para los señores Van Damer…”.En los tablones murales, van desfilando con locura números de vuelos, destinos, compañías aéreas, retrasos, llegadas, salidas, puertas de embarque. Ojos escrutadores, nervios. Grupos cada vez más nutridos delante de las pantallas. Y de repente, todos corren, vuelan como una bandada de estorninos asustados. Apresuran el paso hasta los pasillos laberínticos de su puerta de embarque. Y allí se vuelve a formar una larga cola de viajeros impacientes de llegar pronto a su destino final.

Texto: Dominique Gaviard

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