Las ortegas, sisones, alcaravanes y las avutardas, también las perdices, medraron en España gracias a los agrosistemas agrícolas tradicionales. En los barbechos proliferaban gramíneas y leguminosas silvestres, muchos saltamontes y otros insectos que eran la dieta imprescindible de los pollos de todas estas aves. Tras la siega había también mucho grano que se quedaba en el campo y era también aprovechado por las esteparias. Los linderos y perdidos ofrecían el mejor de los refugios y la ganadería extensiva ayudaba a nutrir esas tierras tan duras. Incluso la PAC mantenía en el secano ese mínimo 10% de barbecho obligatorio que el agricultor dejaba en las peores tierras, las menos productivas, y allí se refugiaban estas aves indómitas.
Ahora se labran todas esas tierras aunque no produzcan. Ya no hay barbecho. Todo se ara y se fumiga con tratamientos “preventivos”. Además muchos cultivos herbáceos se han convertido en olivar de regadío y delicadas plantaciones de frutales. Ese mosaico que antes había en nuestros campos, esa mezcla de secanos, barbechos y eriales llenos de linderos llenos de «yerbajos» ha desaparecido víctima de las concentraciones parcelarias. Los cultivos son uniformes, se han suprimido las rotaciones y el uso de insecticidas y herbicidas se ha intensificado. La paradoja es que pueden haber muchas hectáreas de secano ecológico en todos estos campos y, sin embargo, ya no hay ni un ave pequeña o grande. Todo es una uniforme tierra marrón siempre laboreada, bien empapada de tóxicos, limpia y sin una brizna de «mala hierba». Donde antes sobrevivían las últimas poblaciones de gangas y sisones, de perdices y avutardas, ahora hay cultivos leñosos, maizales, almendros regados. Las aves ya no están, han desaparecido.
El agrosistema actual es muy productivo y rentable, no tanto para el agricultor, que gana más o menos, sino para quienes les venden las sustancias, semillas y equipos. La mayoría de la soja, maíz y trigo engordan a cerdos con destino a China. Los acuíferos de agua fósil, explotados sin tino ni control, se siguen esquilmando.
En pocas décadas han desaparecido el 27% de la ganga ibérica y el 43% de la ganga ortega. En Extremadura viven o vivían el 12%. En los últimos páramos y secanos en los que las vi, no lejos de Almaraz, ahora hay un huerto solar y un gran campo de frutales de hueso. No dudo que “es mejor la riqueza dineraria que puede dar el campo explotado de forma intensiva a que vivan allí cuatro avecillas apestosas que no rentan nada” porque “nada nos pagan por tener barbechos, perdidos, monte bajo, secano tradicional”… Además, siempre podremos verlas en un documental, ahuecando sus plumas para llevar ahí agua a sus pollos tras volar muchos kilómetros; o en los jaulones de un zoo o disecadas por ahí en un museo del futuro. Pero tal vez en el futuro nos pregunten ¿qué es la riqueza?
Me gustaba verlas levantar el vuelo y escuchar su “churr churr churr”. Tal vez eso también sea riqueza aunque aún no lo sabemos.
Ramón J. Soria Braña
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