En fechas recientes ha aparecido muerto Yves Chandelon, el Auditor General de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La versión oficial es que ha sido un suicidio. La versión de sus familiares y amigos es que el alto cargo de la OTAN había recibido llamadas telefónicas amenazantes y que había avisado a su círculo más próximo que su vida corría peligro. Estaba investigando las redes de financiación de Estado Islámico. Algo que a día de hoy, los medios de comunicación han sido incapaces de explicar.
Jürgen Todenhöfer, periodista alemán y diputado demócrata cristiano durante más de veinte años en el Parlamento Alemán, publicó a finales de verano una entrevista con un alto comandante de Al Nusra (antigua Al Qaeda a la que han cambiado el nombre para blanquearla) en el que se decía claramente lo que muchos siempre hemos pensado: detrás de los movimientos yihadistas están EEUU, Turquía, las monarquías árabes e Israel. Jürgen Todenhöfer no es sospechoso de antisistema o conspiranoico, y es uno de los pocos periodistas que para conocer a fondo la problemática siria ha viajado hasta allí. Porque en la época de la postverdad, o de la hiperrealidad, a lo que nos han acostumbrado es a crónicas realizadas desde capitales europeas no sabemos bien con qué fuentes.
En los vídeos publicados en internet en páginas de libre acceso y sin censura, como liveleak, se puede ver cómo la oposición yihadista está utilizando misiles TOW para destruir tanques. Estos misiles ni son baratos, ni son fáciles de conseguir, ni pueden comprarse sin dejar rastro. Los que conocemos el mercado de las armas, sabemos perfectamente que siempre existe una trazabilidad y que quien los fabrica hace un seguimiento de quién compra y quién vende su producto. La industria armamentística norteamericana, y más para armas tan sofisticadas como los TOW, no vende en un mercado generalista. Para poder tener un orden de magnitud, cada misil cuesta unos 50.000 dólares norteamericanos, que en el mercado negro de armas puede ser dos, tres o cuatro veces más.
Por otro lado, es de dominio público que los yihadistas extraen petróleo y lo venden. Hay dos preguntas que los medios no han querido hacerse: ¿Cómo lo transportan? ¿Quién lo refina? El transporte de petróleo en bruto es fácilmente detectable por satélite. Estamos hablando de envíos regulares y de millones de barriles. Y, más inquietante, el petróleo crudo no sirve para nada, debe ser refinado. Alguien está refinando esos millones de barriles. Esto es indiscutible. Hay teorías al respecto. Se acusa a Israel de haber comprado en 2015 unos 19 millones de barriles de petróleo a Estado Islámico. Sí, Israel. Choca pensar que esté haciendo tratos comerciales con los islamistas, pero no choca tanto si pensamos que EI e Israel comparten enemigos: Irán y Hezbolá.
En este contexto, con todas las dudas que plantea el infierno sirio, hay realidades que escapan a las interpretaciones. Realidades que tienen nombre y apellidos, como Joanna Palani, por quien Estado Islámico ofrece un millón de dólares. Joanna Palani es una joven danesa, de orígenes kurdos, que decidió enrolarse en las filas de resistencia kurda (las milicias de autoprotección femininas, las YPG). El que una chica de 23 años, estudiante universitaria, decida dejar una vida cómoda en Dinamarca, para ocupar un puesto de combate (tiene bajas confirmadas de soldados de Estado Islámico, ese es el motivo de una recompensa tan alta por su cabeza) choca con la doctrina oficial de los medios y los políticos europeos. Desde el inicio del conflicto sirio, y esto es terriblemente incorrecto decirlo, aunque sea cierto, lo que se ha intentando potenciar desde Europa es la huida y la deserción. Europa prefiere a los sirios en campos de refugiados a defensas suicidas como la de Kobane o victorias sobre los islamistas como la de Alepo.
Solo una doctrina así explica que Joanna Palani esté detenida en Dinamarca a la espera de juicio. Las palabras de Joanna resultan incómodas para las potencias occidentales que han apoyado a la oposición yihadista. Habla de cómo esa oposición yihadista somete a miles de mujeres sirias a la exclavitud sexual, de la salvaje imposición de la sharia y, lo más peligroso, da un mensaje contrapuesto al discurso de políticos y organizaciones no gubernamentales europeas: hay que luchar por el futuro, porque si todos huimos ante la barbarie, un día no habrá dónde huir. Ese discurso europeo relativista y equidistante, intentando blanquear organizaciones yihadistas como los «cascos blancos» (white helmets) y toda esa maquinaria de propaganda que nos bombardea con montajes realizados por los propios yihadistas, se viene abajo ante la dosis de realidad que transmite Joanna Palani. O ante la que quizá nos habría inoculado Yves Chandelon si no hubiese aparecido muerto.
Estado Islámico y sus aliados representan lo peor de nuestro mundo. Son una versión cruel de la antigua Inquisición, con un poder, unos medios y unos métodos que superan a esos fanáticos. Ante eso, Joanna Palani recupera la tradición shakespiriana: «Los kurdos están luchando por la democracia y los valores occidentales. Si me capturan o muero, estaré orgullosa de por qué me mataron«.
Las icónicas Arín Mirkán, Rehana o Asia Ramazan (la que llamaban la «Angelina Jolie kurda») han muerto en plena juventud. Como ellas, cientos de las mujeres que integran las YPG no han podido cumplir los veinticinco años. Que su sacrificio no solo no sea valorado, sino que se considere delito en Europa es una terrible mancha que debería avergonzarnos. Porque cuando se considera delictivo dar tu juventud en algo tan objetivamente noble como evitar que los bárbaros yihadistas sometan una región, alguien está pervirtiendo nuestro sistema de valores. Algo huele a podrido en Dinamarca.
Texto: David Betancourt
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