Empecé a ver este documental, (gracias, Zanus querida, por recomendármelo) que consta de cuatro episodios, desde el más profundo escepticismo. El guion que se ha difundido durante décadas era consistente, creíble: Allen se enamora casi sin querer de una estudiante universitaria que a la sazón es la hija mayor y adoptiva de su pareja. Esta, resentida, abre una falsa caja de los vientos usando a otra de sus hijas, una adorable niña rubia de siete años, adoptada por el marido infiel en su momento, y le hace contar una historia truculentísima de abusos en el ático de la casa de Connecticut.
Mientras el caso se investigaba, Allen supo medir muy bien los tiempos. Sabía que una gran escena rodada en el momento oportuno podía favorecerle y por eso él, que nunca daba entrevistas, ofreció una multitudinaria rueda de prensa en el hotel Plaza, donde, atribulado, sobrepasado aparentemente por la crueldad de Farrow admitía su amor por Soon-Yi y se dolía de las artimañas de su pérfida ex pareja. Todo un golpe de gracia, desde luego.
Farrow calló.
Allen siguió ofreciendo entrevistas donde carraspeaba, como uno de sus personajes, y contaba al mundo, y el mundo era People y cualquier otra publicación que se difundiera en esta galaxias y las paralelas, que era víctima del resentimiento y la perfidia de una mujer abandonada, histérica.
Farrow siguió callando.
Mientras, se sofocaban las investigaciones policiales. El New York Times y la ciudad escenario de tantas películas de Allen cerraron filas, se volcaron en su defensa. Se despedía a un prestigioso asistente social de Nueva York, conocido por su independencia y rigor, que hablo con la pequeña Dylan y encontró coherente su relato. Una institución dedicada a determinar si había existido abuso real contra ella desestimó su versión, tras interrogarla nueve veces. Consideraron que había un entrenamiento por parte de la madre. Cuando ese organismo hizo extensivas a las dos partes su informe, Allen salió a la calle y compareció de nuevo ante el pelotón de periodistas convocados, expresando su felicidad, hablando de verdad y justicia. Farrow, con un hilo de voz, solo pronunció una frase, «Seguiré haciendo lo mejor para mis hijos«, y volvió al interior del edificio.
En aquel tiempo empezó a ponerse de moda la teoría de la alienación parental, un pseudo estudio de un individuo que decía en su libro que «la sexualización temprana de los niños era buena porque empezaban antes a tener sexo y a reproducirse con un mayor margen», lo cual daba más individuos a la especie humana!. Sin estadísticas fiables, sin datos contrastados, tan solo haciendo caso ciegamente a la opinión de este sujeto, se expandió la idea de que en casi todos los casos denunciados de abuso infantil había una madre vengativa que deseaba destrozar la vida y la reputación de su ex pareja. Aprovechando la coyuntura, Allen se apresuró a pedir la custodia de sus hijos, Dylan y Moses, adoptados tras unirse con Farrow, y Satchel, su hijo biológico. Un juez se la negó, considerando que el relato de la niña en el vídeo grabado por su madre un día después del supuesto abuso, era coherente, y que la actitud de Allen con su hija había sido considerada por muchos testigos como «anormal«.
En el documental aparecen charlas grabadas entre Farrow y Allen. La propia Dylan da su versión, así como los hijos mayores de Farrow, amigos de la pareja, las niñeras que atendían a Dylan la tarde de los hechos. Aparecen asistentes sociales especializados en casos de abusos, psiquiatras, el policía que llevó a cabo la investigación desde Connecticut… Una tiene la sensación de que Farrow, que hizo trece películas con Allen en los años en que fueron pareja, se vio aplastada mediáticamente por la maquinaria infinitamente poderosa de su ex, dispuesto a todo para acallar su versión de los hechos, incluso a reescribir el guion de lo ocurrido para asumir el papel de hombre enamorado injustamente perseguido por una mujer resentida.
Hace pensar, la verdad, y os lo recomiendo mucho.
Patricia Esteban Erlés.
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