No sólo creo en el amor. También me creo el amor. El cariño. Las palabras. Los abrazos. Las promesas.
Ni una terapia de mil años podría cambiar esa parte de mí.
Ningún trabajo personal de diez siglos podría cambiar esa parte de mí.
Seguramente tenga un corazón. Un seso. Una piel. Ilusa. Ingenua. Infantil. E imbécil.
Sé que el amor que se recibe. Nunca se parece al que se envía. Sé que el amor no tiene derechos. Que no pertenece a las palabras. Que las cosas cambian. Que la vida es más potente que el cariño. Que yo misma provoco distancias. Es una sabiduría inútil. El dolor es el mismo. Y seguirá siendo dolor en pequeñas dosis. Dosis de realidad. Porque a veces el cariño es montarse una película. Y ya vendrá el dolor más grande en una semanas. Y volverá a ser dolor en pequeñas dosis de nuevo. Hasta que deje de doler. Como deja de doler todo. Lo que implica amor. O cariño. Como deja de doler el olvido.
Nadie puede evitar el cambio. El olvido. El dolor.
Te lo digo yo. Que conozco todo éso. Lo conozco tanto. Como si fuera yo misma. Y lo somos. Porque sé las teorías. Pero no sé dejar de querer. Soy frágil ante el amor. Lo he visto irse tantas veces. Y las que me quedan.
Eva Barreiro
Hay que creer.