BAH

A lo largo de estos años de trabajo en consulta con mujeres siempre me ha llamado la atención el dolor tan grande, enorme, casi insostenible de muchas de ellas al romperse una relación amorosa.
Lo más curioso de ello es que en no pocas ocasiones la duración de dicho vínculo no había ido más allá de unos meses.
He llegado a hablar por teléfono con algunas que me contactaban, sin conocerme en persona, para llorar amargamente la ruptura y contarme que no sabían cómo seguir sus vidas.
Cómo «seguir» con nuestras vidas después de una relación de meses.
Mujeres muy potentes profesionalmente, con destrezas en otros campos, leídas, viajadas y comprometidas que entran en debacle al no fructificar una posibilidad amorosa.
Lo he experimentado en mí también.
Y eso me lleva a reflexionar acerca de lo que muchas maestras llaman «el burka del amor» y que nos conmina a las mujeres a que el amor de pareja ocupe el lugar más importante y central en nuestras vidas, hasta el punto de desplazar otras facetas una vez que aparece.
Esto es tan así que si la relación acaba no solo se produce un duelo considerable, sino una falla en nuestra identidad, con la quiebra interna que supone.
Y es que nuestro deseo amoroso, tan mediatizado, nos hace buscar pareja para cumplir determinados mitos del amor romántico, no ciertamente la persona con la que construir una relación que nos haga bien y provoque bienestar y crecimiento.
Si nos paráramos a reflexionar en profundidad tendríamos que cuestionar todos los mitos que nos sostienen esa identidad construida sobre el hecho de que ser una mujer con pareja es lo nuclear en nuestras vidas y nos otorga una pátina de respetabilidad social mayor que cualquier otra faceta.
Se impone la descolonización de ideas grabadas a fuego, compañeras.
Saber qué queremos y quién nos puede acompañar bien en nuestro camino nos urge.
Más allá de poder decir:
-Mira, te presento a mi pareja.
Y sonreír ufanas porque lo ‘logramos‘.
Porque la libertad no es más que la distancia entre el cazador y su presa. Y tú no tienes que convencer a nadie de que te quiera, ni de que se vincule, ni hacer pedagogía afectiva, ni esperar a que «cambie» o madure o reconozca sus privilegios.
Se trata, quizá, de preguntarse:
-Pero ¿a mí este señor me interesa, me gusta de verdad? ¿O estoy esperando a ser elegida por alguien en quien he puesto la fantasía al servicio?
Y al contestarte honestamente la autopista que cruza las cejas se convierte en camino sinuoso.
Yo relajo mi gesto torvo y desconfiado y frente a todas las rupturas que me hicieron sufrir ahora puedo soltar un realista:
– Bah, en el fondo no me gustaba tanto ni de lejos. Qué padecer más estéril.
Y respirar.
María Sabroso.
Sobre María Sabroso 128 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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