¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena?
En El niño yuntero de Miguel Hernández
Hijo del infortunio, el hambre y la miseria
sin luz, sin nombre, ni rostro,
recogido de las aguas de la costa tunecina,
con un gorrito en la cabeza,
embutido en un mono de algodón salpicado de flores a modo de mortaja,
como un monigote crucificado
mecido por las olas,
sin palabras en sus labios,
ya eres olvido.
Uno más, ¿y van…?
Ninguno ya nos interpela.
A nadie le estremece ahora
vuestra historia personal,
eso fue con Aylan(*) .
Ahora toca bebes sin rostro, sin luz y sin nombre
a buscar las llaves al fondo marino.
Ya no hay fotos, ni gritos,
ni clamor humano mirando hacia acá o hacía allá,
según nos pidan.
Ya no hay minutos de silencio frente a las instituciones,
ni los sin sentido aplausos del dolor cortesano,
tan de moda frente al sacrificio.
Ya solo nos queda
el espantoso engaño
de ver salir el sol cada mañana
envuelto en nuestras complicidades cotidianas,
para con dignidad,
soportar la ausencia de tanta injusta inocencia sacrificada
en el chin, chin, pun del cementerio marino
del mar Mediterráneo
y dar los buenos días diariamente
a quienes sacrifican
a nuestros descendientes como muñecos.
(*)https://www.elcorreo.com/bizkaia/internacional/union-europea/201509/03/drama-nino-sirio-estremecido-20150903112835.html
Enrique Ibáñez Villegas
Cuanta razón tiene, ya se ha instado la pasividad ante el dolor ajeno, y el olvido de ese mundo invisible que interpretó con maestría Juan Diego Boto en escena y fue la única obra de teatro que me hizo llorar.
Buen artículo gracias.