Como le cuesta a la derecha entender la violencia de género. Padece una imposibilidad congénita para comprender el montante del problema. Esa misma derecha que analiza y desmenuza con detenimiento los crímenes de ETA , las secuelas que dejó en la sociedad y las consecuencias del paso del tiempo de las víctimas del problema del terrorismo, se muestra totalmente incapaz de entender qué es y como se produce la violencia patriarcal. Y no es tan difícil. Casi estamos tentadas a pensar que falta voluntad o sobra mala intención, incluso complicidad con ese patriarcado asesino que día sí y otro también deja un reguero de sangre detrás en nuestra sociedad.
Como no lo entienden (o lo que sea) blanquean. Disfrazan de bisoñez el enorme drama que abate a miles de mujeres con una frivolidad insultante. Como muestra la campaña de ¿sensibilización? de la La Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación de la Junta de Andalucía, sobre violencia de género que nos muestras a bellas señoritas, sonrientes, pletóricas y felices en unos carteles coloristas donde cualquier mención a la lucha feminista es nula. Indigna, casi más por la estulticia que por el agravio ¿Cómo es posible tamaña frivolidad con un problema que ha segado miles de vidas? ¿Ustedes imaginan un cartel donde Ortega Lara (por poner un ejemplo) saliera feliz y sonriente diciendo que después del zulo hay vida y alegría? ¿Lo imaginan? Una se pregunta a menudo, como es posible que las feministas y las víctimas tengamos tanto aguante y no se nos vire la pinza hasta provocar un sindiós.
Motivos no faltan. En concreto 1012 desde 2013…y seguimos. Este es uno de ellos y no el menos grave. A la consejera Rocío Ruiz, de Ciudadanos, le aconsejaríamos un poco de aprendizaje, un poco de empatía y un bastante de dejar la imbecilidad con que afronta esta campaña. Que por cierto le cuesta a las andaluzas 1.200.000€ Sí, han leído bien. Un millón doscientos mil euros.
A las víctimas del violencia de género, de violaciones, de maltrato…no les queda un futuro halagüeño y fácil. Jamás. Si están solas se les abre una sima de años donde se van recogiendo los pedazos de un cuerpo y una mente rota, una autoestima desgajada de la realidad que hay que recomponer como buenamente se pueda. Cuanto nos podrían contar las cuidadoras y las terapeutas de estas mujeres maltratadas. Prometemos entrevista en breve. Son años de recuperación con recaídas, con bajadas a los infiernos del miedo, del horror de donde se ha salido maltrecha y sin bagaje. Son años de lucha para recomponer los pedacitos de una mente deformada por el miedo y la destrucción. Años y mucho dolor.
Por no hablar de que el agravio, si las víctimas tienen descendencia, se agrava enormemente ya que añadimos al dolor de la protagonista la victimización silenciosa de unos pequeños que quedan marcados para siempre con el sello del miedo y la violencia. Hace poco, la encargada de un hogar para mujeres refugiadas de maltrato que lleva funcionando más de treinta años, me comentaba las palabras que los hijos de la violencia les dicen, ya adultos, y las secuelas que siguen padeciendo, porque jamás se pasan. Nunca se supera lo sufrido en la infancia. Nunca se supera el tiempo pasado en régimen de terror siendo un niño/a. El miedo cobra poder maligno, anida en el corazón pudriendo la juventud y la madurez. Pero no, en la Junta de Andalucía se opera el milagro: llaman al teléfono y «voilá»: milagrito del Niño Jesús. Las maltratadas por arte de birlibirloque están felices y comen perdices. Porque ellas lo valen, oigan.
Blanquean con mala fe. Minimizan el patriarcado porque forman parte integrante del mismo de pleno derecho. No se les ocurre profundizar ni realizar una escucha activa de las personas que lo sufren o de las que llevan años de brega con el problema. No, es más fácil hacer cartelitos risueños de felicidad y todo va bien de esa forma obvian el problema. Que para eso gobierna el Trifacho y traemos la gloria de los mercados y la sociedad calmada. La calma de los cementerios.
Mala fe, insulto, vejación sin nombre supone esa campaña de la Junta a la que pedimos encarecidamente que dejen a las expertas trabajar. Si no entienden, si no comprenden (ni quieren) saber las secuelas del maltrato, el sabor de las lágrimas silenciosas, el acre sudor que genera el miedo al maltratador, lo que duelen los golpes, las humillaciones, háganse a un lado, dejen trabajar a las que siempre lo han hecho. En precario, claro, porque sus dineros irán ¡cómo no! a las capillitas semanasanteras y rocieras pero al menos no sentiremos la burla detrás del cogote mientras recogemos y lloramos a la víctima 1013, o 1014.
Porque esa burla social duele como los golpes.
María Toca
Tengo 41 años, y llevo desde los 25 tomando antidepresivos y ansiolíticos. Todas las noches sueño. Aún. Tenía 19 años cuando conocí a mi maltratador. Estuve locamente enamorada, y quería salvarlo, cuidarlo, curarlo, porque pensaba que estaba enfermo, nada más. Pero al final terminé yo en terapia. Fueron ocho años de insultos constantes, vejaciones sexuales, golpes que ya ni siquiera dolían, aislamiento total, sola, sin amigos a quien acudir porque él me los había quitado. Me refugié en mis estudios, pero aún así, le molestaba que yo fuera más inteligente que él. Cuando tuve la fuerza de dejarlo (engañé a mi hermana para que me acompañara a recoger mis cosas), caí en una depresión enorme: no podía ni siquiera levantarme, no dormía, no comía, me tenían que duchar, me tenían que obligar a pasear… y poco a poco, he sabido vivir con ello. No denuncié. Debería haberlo hecho, pero en ese momento pensaba en su familia y en la mía, porque estaba tan enajenada que creía que todo era culpa mía y no quería vergonzarles. Ahora, después de tantos años, sigo teniendo secuelas, y ver este tipo de campañas duelen, y duelen muchísimo. Yo no sufrí malos tratos, yo sufrí violencia de género. La vida es más fuerte…por supuesto, pero a qué precio. Tomando constantemente pastillas para poder vivir «normalmente». Las personas que han realizado estos carteles han puesto el foco en nosotras, las víctimas, y no en los maltratadores. Esto es una ofensa a las miles de mujeres asesinadas a manos de sus maltratadores. Estoy enfadada, y no sólo por mí, sino por mis compañeras, por todas aquellas que ya no pueden contarlo. Se nota que estas personas no han sufrido, no han vivido una situación tan dura. Estoy consternada, por mí, pero sobre todo por las que ya no están. Denunciemos esta campaña.
Nos llega este testimonio, que publico sin nombre, o al mío, porque la consistencia del dolor que supone el maltrato es tan terrible que veinte años después las secuelas siguen. Gracias, querida colaboradora por el valor de tu valentía. Gracias.
La campaña que menciona el artículo es una burrada. Quizás podrían añadir: ‘a ella la picó un mosquito, pero la vida es más fuerte’. Además, en mi experiencia, parte de una falacia: la vida no siempre es más fuerte. Una estupidez. Un abrazo peruano muy apachurrado.
Una estupidez muy cara…no se has visto la cifra que se han gastado…