Aquí, apoyada en la misma barandilla, que mañana será solo recuerdo, como ahora lo son los sucesos de entonces, puedo recomponer el puzzle que a base de pensarme, casi se me diluye. El desastre se abalanzó, como ocurren los peores augurios, sin esperarlo, apenas sin sentirlo. La carta que leí, sin entenderla, reclamaba el pago de tantos meses, que al ver la cifra se me nubló la vista y hasta el entendimiento.
Las preguntas silbadas a Samuel, la presión que ejercí, y quizá no debiera…Las noches renqueando entre la desesperanza y el hastío por ir perdiendo uno a uno, los sueños concebidos a golpe de esperanza. Porque entonces la esperanza se vendía barata, casi se regalaba.
Recuerdo cuando Samuel vino, impregnado del entusiasmo contagioso, anunciando al socaire de una botella de vino, que según dijo, le costó más de diez euros, dispendio generoso que merecía el evento. Nos anunció, a los niños y a mí, que dejaba el trabajo. Se decidía a dar el paso, con un socio, hasta entonces compañero, de montar la tienda, que fue nuestra quimera desde que éramos novios.
Nosotros no soñábamos con riqueza aparente, nuestros sueños, como la vida que compartíamos, eran sencillos. Soñábamos, Samuel, más bien, que yo me dejaba llevar por su fantasía, con la independencia, con la libertad y el juego que supone hacerse emprendedor, como se dice ahora, aunque ya entonces comenzaba la absurda palabra a tener eco. Y todo nos animaba. Del banco llegaron parabienes, aquiescencias y la premisa de rehipotecar el piso, porque de esa forma no nos ahogaba un crédito personal. Seguimos adelante, embargamos lo poco que teníamos desde la alegría de convertirnos en aventureros, tan bien mirados por los amigos y familiares, que rayaban en admiración. Y nosotros nos dejábamos impregnar del ambiente festivo de aquel tiempo, sin augurar, ni intuir, siquiera, el descalabro al que llegamos poco después.
El principio fue duro, con eso ya contábamos. Los tiempos auguraban confianza, aunque las previsiones se desbordaban hacia abajo, no queríamos asustarnos ni asustar. Que todos nos decían lo mismo: “los dos primero años, son perdidas, no dudéis. Hay que tener un fondo previsible, porque es así”. No lo teníamos. Contábamos con nuestras manos, el empuje del entusiasmo redimido cada noche, en este balcón y una confianza ciega en nuestras propias fuerzas. Que eran muchas, porque entonces formábamos equipo, Samuel y yo, codo con codo, contemplando la mirada el uno en el otro, adivinando el miedo, pero también la esperanza. Nos alternábamos en el desamparo y el entusiasmo. Durante un tiempo, nos dabamos relevo, cuando a uno le embargaba la desesperanza, el otro le insuflaba entusiasmo a raudales y al contrario. Así sobrellevamos los dos primeros años. Incluso, los meses aquellos, en que parecía que la tormenta había pasado, se despejaba el horizonte y solo quedaba esperar los buenos tiempos. Al hacer el balance, quedaba suficiente para precarios agasajos. Que fueron escasos: alguna cena, algún fin de semana solos, sin los niños, en un hotel mediano. Fueron los únicos dispendios de aquel tiempo, en que creímos que lo peor había pasado. Luego, al tornar el descalabro, las caras se viraron con el aire del miedo, las miradas huían, culpándonos, o queriendo achacar al otro del desastre.
Llegó la desconfianza, con ella el recelo, las miradas aviesas y entornadas. Atormentados por el miedo, no supimos compartir la propia debilidad, como antes compartimos el entusiasmo. En unos meses se descompuso todo. Cuando llegaron las cartas, nos cogieron por el cogote, que teníamos vuelto, a base de huir de la realidad que se imponía. Nos dejó a las puertas de certezas demasiado dolorosas para ser admitidas sin disculpa.
Recuerdo, aquella noche, cuando volvió Samuel, con el aire de derrota en la cara, que ya era costumbre . Yo ni preguntaba por la caja, por cómo fue la tarde, por las ventas. No preguntaba, porque el silencio ampara el miedo, y yo tenía miedo. Miedo a perder lo poco que teníamos, a deshacer una vida poblada de costumbres casi felices, de seguridades precarias, pero válidas, para quienes no han poseído nunca demasiado.
Continuará…
Texto: #MariaToca
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