He escrito bastante últimamente sobre la necesidad de cambiar el marco ideológico en el que todas nos movemos respecto a la violencia machista porque me preocupa que esa retahíla de mujeres asesinadas, termine provocando dos cosas: cierta impotencia del movimiento feminista al centrarse en un asunto que no va a desaparecer si no se produce un cambio en las condiciones que la provocan; y, por otra parte, la asunción generalizada, pero acrítica, de que “la violencia machista es mala” por parte de actores políticos que declarando que es mala o que “todos estamos contra la violencia”, se liberan así de tener que tomar medida real alguna dirigida a combatir, precisamente, las causas que provocan esa misma violencia que es tan mala. Declararse enfáticamente en contra de la violencia machista es fácil, es barato, no implica nada, pero puede llegar a confundir. Creo que es peligroso que la lucha contra la violencia machista, una vez que las feministas la hemos definido, conceptualizado, y convertido en un mal a combatir termine siendo cooptada, previa despolitización, por quienes no hacen nada por combatirla, sino al contrario. Me preocupa que las habituales condenas contra los asesinatos machistas terminen convertidos en un mantra al que cualquiera se suma, incluso aquellas personas que son machistas. Es decir, me preocupa que al final la gente pueda decir, como ya he escuchado, “no hace falta ser feminista para estar en contra de la violencia machista”. No hace falta ser feminista seguramente para ser una persona que no usa la violencia machista (la mayoría no lo hace), que le repugna la violencia en general o que está a favor de apoyar a las víctimas, y todo eso está bien. Pero sí hace falta ser feminista para entender cómo combatir adecuadamente esa violencia; de la misma manera que no hace falta ser de izquierdas para sentir pena o compasión por la suerte de los pobres pero sí hace falta ser de izquierdas para querer combatir la desigualdad económica y para saber cómo hacerlo de manera efectiva.
Mi entrada en las instituciones me ha permitido convivir de cerca con los debates que surgen en el momento de diseñar las políticas públicas. Me ha permitido participar en las discusiones surgidas justo en ese momento en que hay que pensar de qué manera abordar los problemas y es ahí, naturalmente, dónde la diferencia entre la derecha y la izquierda o entre el feminismo y el antifeminismo, se hace patente. Esta diferencia, en cambio, tiende a difuminarse luego, cuando los problemas son expuestos a la luz; ahí todo el mundo dice estar en contra de la pobreza, del cambio climático, de la violencia machista o del desempleo y los bajos salarios. ¿Quién podría estar publicamente a favor de esas cosas? En la Comisión de la Mujer de la Asamblea de Madrid nadie muestra más repulsa por la violencia machista que las diputadas del PP, y en los Plenos, desde el primero al último de sus diputados y diputadas declaran enfáticamente su “apuesta decidida e inequívoca por la igualdad de género” en el mismo debate en el que apuestan también por una importante reducción del presupuesto en igualdad.
Esa “apuesta decidida e inequívoca” por la igualdad y siempre contra la violencia le permite ahora al PP nombrar a una Ministra de Igualdad que está contra el aborto o contra la discriminación positiva que luche contra la omnipresente cuota masculina; es decir, les permite poner a cargo de Igualdad a una ministra antifeminista, partidaria de la desigualdad. Eso sí, lo primero que ha hecho la nueva ministra es decir que la lucha contra la violencia va a ser su máxima prioridad. Casi puedo asegurar que va a ser de lo único que hable durante su mandato. En ese sentido la lucha (inútil) contra la violencia permite no hablar de la lucha contra las causas de la misma. Al descontextualizar esa violencia de cualquier referencia a la desigualdad, al aislarla de las condiciones que la provocan, podemos pensar que la actividad de su departamento en ese sentido se limitará a varias campañas de publicidad insistiendo para que las mujeres denuncien, a promocionar la línea telefónica de ayuda contra el maltrato y a muchas declaraciones públicas y muy enfáticas en ese sentido.
Me da miedo que la lucha contra la violencia machista termine siendo como la lucha contra la pobreza o contra el desempleo, algo a lo que todo el mundo se apunta y que permite limpiar conciencias y también políticas sin incidir realmente en las causas que las provocan. Y creo que una vez que el feminismo ha conseguido politizar la violencia machista tiene ahora que esforzarse mucho en conseguir vincularla a la desigualdad; única manera de combatirla efectivamente. Y tiene también que tener cuidado con no verse enredado en las palabras vacías y tramposas del antifeminismo disfrazado. Tenemos que seguir combatiendo la violencia machista al mismo tiempo que denunciamos los intentos de whitewashing, de blanquear políticas antifeministas a su costa.
Texto: Beatriz Gimeno
Política y activista española en favor de los derechos LGBT. Feminista.
Fue la presidenta de la FELGTB (Federación Española de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales) entre 2003 y 2007, precisamente durante el período en que se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo en España y Madrid fue elegida como sede del Europride 2007
Es diputada por Podemos de la X Legislatura de la Asamblea de Madrid. Miembro del Consejo Ciudadano de Podemos.
Colabora en diferentes medios de comunicación como articulista. Escritora y activista histórica.
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