Siempre dejaba mi coche en la parte de atrás de aquel lujoso chalet de La Motilla, oculto a miradas curiosas por encima de la valla desde la fachada. Ya he contado que el verdadero nombre de mi anfitriona no es Nuria, pero por guardar su anonimato, prefiero llamarla de este modo: no hay muchas esposas de holandeses en La motilla…
–¿Cómo está mi Nuria?
–Oye, oye, ¿por qué me cambias el nombre? –me ha preguntado mientras me besa con esa elegancia sevillana que sólo ella tiene.
Se lo explico y casi se muere de la risa. Mientras entramos por la parte de atrás de la casa a la cocina, me exige risueña.
–¿A ver qué vas a contar de mí en esos relatos? Por cierto, quiero leerlos todos.
Le explico el acceso al blog de Raquel Tello y promete beberse los capítulos. Justo ahí comienzo a arrepentirme. Antes o después sabrá que he venido a pasar la noche con ella para estar seguro, de modo que trataré de que su libido quede muy bien compensada y podamos seguir siendo amantes ocasionales en lo sucesivo.
Nuria me ofrece una Ginness bien fría y un plato con aceitunas gordales aliñadas mientras se sienta en el sofá a mi lado y me pasa el brazo tras la nuca.
–Muchas gracias por las rosas cariño. Apenas si he tenido tiempo de abrir al mensajero de la floristería y de ducharme, con ese jabón de chocolate que tanto te gusta.
Capto la indirecta y continúo en un ambiente de broma distendida.
–¿Qué ha pasado con el mensaca?
–Anda tonto, ¿qué va a pasar? –Contesta divertida— lo que tiene que ocurrir viene ahora que mi poli alfa está aquí. ¿Has traído las esposas?
Nuria con un certero movimiento se monta a horcajadas sobre mí, subiendo su vestido estampado con motivos indonesios hasta medio muslo.
–Llevaba yo mucho tiempo ya sin verte hombretón –me susurra al oído y comienza a besarme el cuello.
Siempre que paso una noche con ella, o dos o incluso más, me enfrento a una forma de sexo diferente; menos clásica y con un punto de comedia que a ella le excita hasta la locura, y que a mí, no me disgusta y me divierte. Es verdad que lo de los grilletes es un clásico entre nosotros, de modo que para vernos son elemento indispensable que guardo en el bolsillo del pantalón, con la misma naturalidad que ella saca juguetes eróticos, geles, disfraces y otros aditamentos de atrezzo.
Antes de que se dé cuenta, llevo sus muñecas tras la cintura, y el crac de las esposas amarrando sus manos arranca un leve gemido de placer de su pecho, que empieza a respirar con agitación creciente.
Deposito su cuerpo suavemente sobre el sofá y me libero de ella que ronronea como si de Catusa se tratase. Aprieta y frota sus piernas, y mientras yo, limpio y sirvo en un par de platos los lomos de un besugo al horno que huele maravilloso, sus gemidos aumentan de volumen y de intensidad. Para cuando termino de abrir una botella de El Perro Verde, un blanco de rueda riquísimo que saco de la nevera, ella ya ha explotado en un orgasmo que por los gritos parece generado tras meses en dique seco. Me acerco cariñoso y beso sus labios mientras abro los grilletes con la misma maestría con la que antes se los he puesto.
–Qué ganas tenía de verte canalla.
–Tienes razón preciosa, nos vemos menos de lo que deberíamos. Anda, vamos a comer. Te sirvo un poco de vino y brindamos, mañana a las siete tendré que marcharme, vamos a aprovechar el tiempo.
Lo que pasó durante las siguientes horas no lo voy a contar. Tan sólo ella cuando lea estas líneas podrá rememorarlo. A las 7 am. salía en mi X4 rumbo a La Línea: mi maleta, la bolsa de Adidas con el los 500.000.€ y otra de El Corte Inglés con el dinero de Fatine, y en la guantera, la Beretta con tres cargadores y uno puesto en la culata.
Víctor Gonzalez
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