Es la segunda vez que le escribo don Mario. En la primera lo hice con el dolor de la neófita que amaba su literatura y a usted como padre putativo del arte de escribir. Quizá porque aprendí el oficio mejor que en muchas escuelas leyendo Conversaciones en la Catedral, reí como pocas veces con Pantaleón y las visitadoras, se me revolvieron las tripas a la vez que soñé con La historia del fin del mundo, desbravé mi inocencia con La ciudad y los perros. Podría seguir repasando toda su literatura. Toda entera, porque la trasegué sin dejar uno. Años hubo que esperaba como una groupie loca la nueva novela para devorarla con gula. Usted era para mí mucho, porque mucho es labrar el infinito amor por la literatura y beber con ansia de sus palabras como si fueran bautismo.
En la primera misiva que le dediqué la causa fue una foto donde usted aparecía sonriente y feliz con un tal Aznar y su señora. Le recordaba, querido don Mario, de quien heredaba ese tipo de bigote ralo y ceño de cemento el poder. Quién y cómo se fundó ese partido que usted apoyaba. Usted tan crítico con la lejana dictadura de Onganía venía a mi(su) país a defender a mezquinos que nos llevaron a una guerra en Irak y condenaban el matrimonio igualitario, además de vender el suelo patrio al mejor postor con aquellas liberalizaciones del suelo, con privatizaciones (no solo fue Aznar, cierto, antes González se dio por conseguir liquidez gracias a vender industrias de valor estratégico a cambio de liquidez momentánea para dedicarse a fastos de Olimpiadas y Expos que llenaron bolsillos y dejaron exhausto a un país escaso de recursos) Usted, don Mario, el liberal, agnóstico, partidario de matrimonio igualitario se sentaba con la carcunda del siglo diecinueve encarnado en ese matrimonio mefistofélico. Y dolía. Vaya si dolía. Aunque conocía sus escarceos políticos, le respetaba. No los compartía para nada, pero respetaba su ideología tanto o más que a su persona.
Hoy, reitero misiva, pero no queda ni un atisbo de ese respeto ni de la admiración que sentía por usted. Incluso su mito a nivel literario se me diluyó al calor de sus últimas novelas. La maldición del Nobel, don Mario. La maldición del estómago lleno y agradecido con adversarios y políticas mal comprendidas. Quiero pensar…que son mal comprendidas porque creer que usted sabe y conoce bien la corrupción, la total y desaprensiva estulticia que corroe nuestros partidos constitucionalistas y apoyarlos como lo hace denotaría algo muy feo, don Mario. Es notorio que usted está en el oropel, entre el brillo de los concupiscentes del poder y del dinero. O algo peor.
Y algo peor es lo que usted se presta a hacer hoy. No es que sea la primera vez que lo hace, no. Usted puso voz y cuerpo a ese engendro de Santa Cruzada contra el sentido común y el derecho a un referéndum y a ser oídos que tienen catalanes. Sí, usted que se parte el alma porque los venezolanos hablen, porque los cubanos tengan voz…Usted, don Mario se ha unido a los que niegan ese mismo derecho a un pueblo o a una parte del mismo que quiere decidir si quiere ser español o no. Usted está con quien pone mordaza. Y hoy, además, está con quien quiere poner cadenas.
Cadenas a la libertad. Atentando, como lo hacen siempre los liberticidas contra los derechos de las mujeres, de las lgtbi, de los inmigrantes. Usted, peruano (aunque de Miraflores, que eso no es ser tan inmigrante) que vivió en París, que migró de su país en los días aciagos de la dictadura de Onganía, y luego de la oprobiosa presidencia de Fujimori. A usted, alguien le debiera recordar que quemaron sus libros en el Leoncio Prado los que hoy le aplaudirán, porque son los mismos Don Mario, mal que le pese. Usted, subirá al estrado a leer un manifiesto mientras será coreado por los que quieren que hagamos hijos para asegurarse esclavos y poder robarnos como siempre han hecho. Restringirnos el derecho al aborto, restringir el derecho a las familias lgtbi a seguir como están. Expulsar a los que llegan a nuestras fronteras en pequeñas pateras que demasiadas veces engulle el mar. Ellos le van a escuchar, don Mario, le van a corear y usted, con esa arenga festivalera, legitimará a los canallas de las cadenas.
Me fascina pensar que la gente como usted luego llega a casa, sacude el polvo de los zapatos, se contempla en el espejo y puede seguir conviviendo con un alma tan esquizoide. No es posible que el Varguitas de aquel bar que se llamaba Catedral, del que padeció a los crueles del Leoncio Prado hoy confraternice con los que antes litigó. No es posible que ese Varguitas desapareciera del todo. Estoy segura que en ese fondo de armario elegante suyo, queda algo de aquel joven contestatario y más bien decente que caminó por las calles de Lima y de París soñando con crear mundos y hacerlos bellos.
Suenan las campanas. Suenan por todas. Los tañidos de unas tristes campanas suenan a lo lejos por una convivencia razonable y razonada. Ustedes salen a la calle para que no se negocie, para que no se intermedie, ni se hable de lo que dos millones de personas (de momento…) desean. Ustedes salen para pedir que se cierre la boca de una porción de la sociedad y se les amordace para siempre. Quizá yo sea ingenua y solo salgan para remover las tripas de ese engendro de violencia y malas artes que es el nacionalismo españolista, el de charanga y pandereta, flamenca en el estante y toros a media tarde. Ustedes salen para clamar que a la españolita no se le levante la ley de fugas no sea que se escape, se haga mayor y le dé por enviar a la mierda a una monarquía de felones (esos sí que lo son, con categoría de siglos) a unos partidos que son pura y genuina mafia recaudadora de dinero y ladrones de guante blanco. Todos juntos para seguir el latrocinio y el desfalco de un país que dicen defender con banderas de chichi nabo, pero no colaborando con la justicia. ¿Dónde estaba don Mario cuando se debatían en los tribunales la vergüenza patria? ¿Dónde estaba cuando su amigo el Emérito cazaba leones y barraganas por el mundo? ¿Dónde está cuando las fosas siguen llenas de nuestros muertos mientras una zafia los llama huesos? Ya imagino la respuesta don Mario. Usted estaba evadiendo esos dos millones que le reclama el fisco español. Usted es un patriota de bandera que no paga impuestos. Usted y los que le van a aplaudir en Colón son la escoria que excreta un país, solo que en el nuestro nos lo comemos en manifestaciones cada vez que se les recorta un poco (fíjense con este gobierno de mequetrefes que tenemos) su voraz apetito de seguir disfrutando de la fiesta.
Ustedes no son patriotas, lo que son es imbéciles y cómplices acomodados con los fachosillos.
María Toca
Amén..de agnóstico. Gracias, María, por exponer tan brillantemente lo que muchos y muchas pensamos. Un abrazo.
Abrazo de vuelta Julian. Gracias a ti, a vosotros por estar tan cerca de @LaPajareraMgzn
Una gran descripción de lo que se puede volver un escritor que es ademàs premio nobel, como no le dará vergüenze haber llegado tan bajo y unirse a los fascistas del pais que le acogiò con los brazos abiertos, que vergüenza madre mia, nunca más volveré a lee un libro de este canalla fascista e indeseable!!
Yo tampoco, Serafin…porque después del Nobel poco se le puede leer. Sin duda los años no los ha encajado bien. Y lo siento, lo sentimos muchas. Un abrazo Serafin y gracias por su lectura.
A Mario le ha invadido como un tsunami la ambición de la fama y el dinero, un germen que intoxica y corrompe lo mejor de cada persona, su ira contra quienes le piden que pague sus impuestos es el detonante que a roto en pedazos su alma, una pena María, ya ves que no tan siquiera los premios Nobel están a salva de la avaricia y el fascismo.
Manuel Parra
Mario Vargas Llosa, no sé si decírtelo en verso o en prosa, ¡Qué bajo caíste! Tú que estuviste al lado de las personas que luchaban contra la injusticia que también te alegraste de la Revolución cubana que expulsó del País al dictador de turno y ahora eres amigo de esas personas con las que te retratas y que de sobra sabes que son de las más asquerosas.