En esta España del espejo cóncavo, donde la deformación y la caricatura se atiborran de realidad, donde la Literatura, de la mano de la Historia, vagan por senderos poco transitados, en esta España de mi dolor y de mi lamento, el erial se ha convertido en selva, donde el león ha conseguido convencer a la gacela de ser su fiel guardián y protector.
Recuerdo, en esta línea del absurdo, una magnífica caricaturización del esclavismo, en una de las historias de Asterix, concretamente en la que el pequeño galo viajaba a Egipto, donde los irrepetibles Uderzo y Gosciny narraban una huelga de los esclavos que levantaban las pirámides para reivindicar un mayor número de latigazos.
Todo un absurdo llevado al extremo, si no fuera porque existe un país capaz de lo máximo y de lo mínimo. Capaz de escalar las más altas cumbres del pensamiento y horadar el subsuelo hasta encontrar el pozo más profundo de la estulticia.
Porque uno puede aceptar, incluso entender, que haya mujeres que voten a Abascal, por aquello de que la mujer, por la educación recibida, suele ser la mayor transmisora del machismo. Porque puedo aceptar, incluso entender, que un trabajador a sueldo respire sin toser el aire contaminado de Vox, por aquello de que la alienación existe, de que ésta se alimenta de la falta de educación y por extensión de un analfabetismo funcional galopante, promocionado indecentemente por los medios de comunicación de masas, más masas que nunca.
Lo que ya me cuesta trabajo aceptar, explicar, digerir y entender es que existan obreros afiliados a Solidaridad, el sindicato creado por Vox, a imagen ideológica y semejanza de aquel otro vertical creado por el dictador al que se pertenecía sí o sí, como a la iglesia católica.
Me pregunto que opinarán esas personas cuando se enteren de que el partido que sostiene ideológicamente al sindicato ha votado sistemáticamente en contra de todas y cada una de las medidas que mejoraban su calidad de vida, desde los salarios, pasando por los ERTES, hasta los contratos. Qué tipo de razonamiento les podrá llevar a pensar que, si las gallinas las encierran con una manada de zorros, engordaran lustrosas. Supongo que el mismo que utilizarían los siervos de la gleba medievales para aceptar que el monarca que los mataba de hambre y miseria era el representante en la tierra del dios al que encomendaban sus vidas. Ninguno.
Solidaridad ¿con quién?, ¿con los patronos neocapitalistas? ¿con los banqueros? ¿con los traficantes de armas? ¿con los reyes?
¿No les parece a ustedes que estamos colmando el colmo?
Como botón de muestra, les propongo la lectura de este fragmento extraído de su «Manifiesto en favor de los trabajadores de España». La lectura del mismo, tiene una ventaja, es tan grosero su contenido que casi no necesita explicaciones.
«Es un hecho que los partidos y sindicatos autoproclamados progresistas han traicionado a los trabajadores. Nos piden el voto en las elecciones, pero en cuanto llegan al poder se llevan el trabajo fuera de España. Prometen nuevos derechos laborales, pero cuando gobiernan se dedican a crear enormes marañas de regulaciones ideológicas, de género y medioambientales cortadas a la medida de las grandes multinacionales, contra las que ninguna pequeña y mediana empresa puede competir. Se hacen fotos paseando por barrios obreros mientras poco a poco transforman estos barrios en nidos multiculturales de inseguridad y delincuencia.»
Tragar con esto, exige una enajenación mental, una aculturización, una falta de educación tan extrema como la falta de ética de sus promotores. Si en España hubiera una televisión pública decente, se dedicaría en horas de máxima audiencia a explicar las «12 medidas» que proponen y sus consecuencias para los propios trabajadores, claro.
El monstruo nos acabará comiendo a todos. Ese es el problema.
Juan Jurado.
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