Dijo alguien en alguna ocasión que «las palabras las carga el diablo«. No sé si el autor o autora de tal afirmación la hizo por conocimiento lingüístico, por experiencia personal o por las dos cosas. Lo que sí sé es que acertó de lleno. Lo que hizo esta persona es vulgarizar un aspecto de la semántica -parte de la Lingüística relacionada con el significado de las palabras-.
Las palabras, además de su significado literal, tienen otra serie de valores expresivos -connotaciones- que pueden tener un origen cultural, social, personal… Os pondré un ejemplo. La palabra «serpiente» posee un significado básico (reptil), pero, culturalmente hablando, desde la tradición judeo-cristiana, ha adquirido una serie de valores expresivos negativos (representación del mal), tantos que, en determinados estratos sociales o grupos, se ha llegado a convertir en una palabra «tabú» (impronunciable), siendo sustituida por otras como «bicha«.
Como veis, el tema de las palabras y su significado, más allá de su literalidad, está muy relacionado con la extracción cultural y social de las personas. Las religiones en general y la católica, en particular, conocedora de estos valores, los empleó, casi desde sus orígenes para crear una serie de «miedos» y «supersticiones» que le permitieran someter a sus potenciales súbditos: infierno, diablo, mujer… son algunos ejemplos cuyos valores expresivos, todos negativos, se utilizaron para conseguir el sometimiento o facilitar el caldo de cultivo para la misoginia, el sexismo o el machismo.
Qué ha ocurrido con la palabra «comunismo» o » comunista«. En realidad, si analizamos la familia de esta palabra nos aparecerán otras como «común», «comunidad» «comuna», todas ellas con una gran carga de valores expresivos muy positivos: sentido común, trabajar en comunidad, vivir en comuna… Todas estas expresiones son fácilmente asociables a aspectos tan positivos como «lo que nos une», «la sabiduría popular que compartimos», «la solidaridad»…
Qué ha ocurrido para qué palabras con unos valores tan hermosos, hayan caído en un desprestigio semántico tan grande. Por qué se le han adjudicado unos valores tan negativos y con qué intención. La respuesta está casi meridiana en el caso de nuestro país. Una de las cosas que consiguió la Dictadura franquista durante los cuarenta años de su macabra existencia fue la de crear todo un relato, el relato del miedo, en el que las palabras «comunista» y «comunismo», se relacionaron con todas las atrocidades que una Guerra puede tener, una Guerra atroz que durante cuarenta años «santificaría» el bando que la provocó. Así, ser declarado «comunista» o acusado de ello, se convirtió, tras la contienda, en causa suficiente para ser ajusticiado o encarcelado de por vida. Este relato caló hasta los huesos de una población masivamente tan aterrorizada, tan sometida como inculta y supersticiosa. La Iglesia también sacó un beneficio ímprobo de todo este contexto. El término «nacional-catolicismo» con el que se definió a la sangrienta dictadura franquista no fue casual.
Completó este nefasto relato y la consecuente adjudicación de valores negativos a la palabra «comunista«, la existencia de dictaduras de tal signo que, lejos de establecer una sociedad librepensadora y más justa, cayeron en la creación de sociedades verticales y represoras de una clase dominante, generalmente relacionada con la cúpula del partido.
Los doce años, ya en democracia, que tuve el honor de participar, como Concejal de IU, en el Ayuntamiento de Úbeda fui atacado muy interesadamente por mis compañeras y compañeros de corporación de la derecha, de eso, «de comunista«. Alguien, incluso (esto debe estar recogido en el diario de sesiones plenarias) llegó a hablar de mi voluntad de quemar las iglesias de la localidad, después de que yo mismo hiciera una propuesta para que el dinero que el Ayuntamiento destinaba a subvencionar la Semana Santa se dedicara a políticas sociales.
El uso torticero de este término persiste. Nunca pertenecí al PCE, he militado como independiente en IU, y hasta la segunda Asamblea de Podemos, imbuido de las bondades del 15M (por influencia filial) trabajé en círculos. Luego, por distintas causas, decidí retirarme de cualquier filiación y estar dispuesto como persona a la llamada de la calle. He conocido a muchos militantes del PCE que no les hacía falta el carnet para ser «comunistas», también he conocido a otros, que no lo eran por mucho carnet que presentaran.
Los primeros, con carnet o sin carnet, me enseñaron que ser comunista es ser radicalmente demócrata, porque no hay democracia sin justicia social. Que ser comunista es estar dispuesto siempre a compartir trabajo y esfuerzo por un mundo más sostenible y acogedor, que ser comunista es sentir en comunidad el dolor de los que sufren y de las que sufren desigualdad, que ser comunista es estar en contra de este sistema depredador que se está cargando el planeta y, con él, el futuro de mis nietos (el que tengo y los que tendré). Que ser comunista es ser profundamente respetuoso con los que no piensan como yo, y desde la diferencia y el respeto por ella, buscar «lo común», lo que nos une como humanos. Que ser comunista es defender una sanidad y una educación universal y libre, vacunando a las personas de cualquier adoctrinamiento, con el libre pensamiento, con la razón y los argumentos.
¿Comunista Yo? no, qué va, ojalá lo consiguiera un poco más cada uno de los días de vida que me queden. ¿Y tú?
Juan Jurado.
Muy ilustrativos ly acertados os ejemplos de ser comunista.