Estas semanas de obligado confinamiento por imperativo del corona-virus suponen un buen paréntesis en nuestras vidas para dedicarlo a poner en orden los pensamientos, revisar escritos, organizar papeles, recuperar viejas lecturas y acceder a otras nuevas, dentro de la limitación de movimientos que impone el estado de alarma.
Una de las últimas publicaciones editoriales que se hallaban sobre mi mesa a la espera de encontrar el momento adecuado es La madre de Frankenstein (Tusquets, 2020), de Almudena Grandes, una recreación novelada, y con interesantes aportaciones de ficción, de los avatares sufridos por la joven Hildegart Rodríguez y, sobre todo, por su madre Aurora Rodríguez Carballeira. Pues bien: la ocasión ha llegado para enfrentarse a la lectura de sus 558 páginas, rememorando ahora una apasionante historia política ocurrida en el marco de los inicios de la Segunda República y que acabó convertida en un trágico drama familiar.
Portada del libro La madre de Frankenstein
Es un tema que me interesó especialmente hace más de cuarenta años, sobre todo después de asistir a la proyección de la película Mi hija Hildegart (Fernán-Gómez, 1977), versión cinematográfica un tanto libre de los materiales aportados en el libro inicialmente titulado Aurora de sangre (Vida y muerte de Hildegart), publicado en 1973 por el periodista asturiano Eduardo de Guzmán.
Primera edición de Aurora de sangre (1973)
Tanto en la una como en el otro (oportunamente reeditado en 1977, también con el título de Mi hija Hildegart), se recogía gran parte de la peripecia vivida por madre e hija, así como el entorno socio-político que condicionó el desarrollo de una historia cuyo desenlace cautivó a gran parte de la opinión pública española y, al mismo tiempo, truncó las esperanzas que la juventud de su tiempo había depositado en el futuro de una joven-prodigio republicana, primero socialista y después federal, conocida por el nombre de Hildegart, portadora como era y pionera de los valores feministas de su época, a la cual destruyó una madre inopinadamente transformada en voraz Saturno, haciendo realidad el dicho de que la revolución devora a sus hijos.
Hildegart Rodríguez
Hildegart había nacido en Madrid el día 9 de diciembre de 1914, en medio de un ambiente sumido en las convulsiones propias de los tiempos de cambio en los cuales podía surgir una niña- prodigio como ella, hija concebida expresamente por una madre soltera, innovadora y de pensamiento utopista, que cuando falleció con solo 18 años no solamente había terminado la carrera de Derecho, sino que además se expresaba fluidamente en español, alemán, inglés y francés, además de ser oradora de fácil verbo y versátil propagandista mediante conferencias, artículos y libros.
Entre los artículos que había publicado se encontraban los correspondientes a la colaboración mantenida durante los años 1932 y 1933 con el diario socialista santanderino La Región, dirigido entonces por el periodista Luciano Malumbres Francés, que sería asesinado en 1936 por un pistolero falangista. Esta relación con la prensa santanderina, solamente interrumpida por la inesperada muerte de la joven, me llevó a una investigación acerca de algunos otros extremos, fruto de la cual fue el reportaje que publiqué el 8 de mayo de 1978, pp. 12 y 21, en el semanario La hoja del Lunes, con el título “Hildegart Rodríguez pasó por Santander”, donde además se daba noticia de las dos estancias santanderinas acaecidas en el transcurso del año 1931, en ambas ocasiones acompañada de su madre: la primera de ellas el 3 de mayo en la Sala Narbón, invitada por la Juventud Socialista, disertando sobre el tema “La mujer en la política”; en su segunda visita participa en el homenaje que el Ateneo Popular dedica al Dr. Enrique Diego-Madrazo, para en los días siguientes intervenir en sendas conferencias organizadas por el PSOE local (Cine Frontón) y el Ateneo de Santander, respectivamente, abordando en esta última entidad el tema “¿Se espiritualiza el socialismo?”. Tanto la madre como la hija mantenían una antigua amistad y afinidad de ideas con el médico pasiego que recientemente había salido ileso del atentado protagonizado por dos paisanos suyos.
Enrique Diego-Madrazo y Azcona
Para realizar esta investigación no solamente me serví de algunas de las informaciones recogidas en la prensa local, sino que también pude contar con los testimonios personales de dos testigos excepcionales de aquellos momentos: el escritor Leopoldo Rodríguez Alcalde y el abogado Leandro Mateo Corral, haciendo gala de su fecunda memoria contribuyeron a recrear algunos pormenores de la presencia de ambas mujeres en Santander, así como de su peculiar personalidad.
Mateo Corral, estudiante de último curso de Derecho, recordaba perfectamente que la madre de Hildegart se encontraba pendiente en todo momento de las preguntas que se hacían a su hija y de las respuestas que ella daba, añadiendo que “ni la chica ni su madre eran tan agraciadas como luego nos las han presentado en la película”; mientras que Rodríguez Alcalde, un niño de diez años en aquellas fechas, puntualiza, “sin ser agraciada, se trataba de una niñona con cierto atractivo, muy desarrollada para su edad (alguien mantenía que era mayor de lo que confesaba en aquel tiempo) y desde luego su madre era un verdadero sargento. Los conocimientos de Hildegart y su memoria eran algo fuera de lo común para la edad y la experiencia que tenía”.
El domingo 3 de mayo de 1931 en la Sala Narbón. Foto en El Cantábrico 5 de mayo de 1931 pág. 6.
Más allá de las impresiones producidas en el ánimo de dos jóvenes procedentes de la burguesía media santanderina, las estancias de Hildegart en Santander tuvieron como consecuencia en los medios de izquierda (y, sobre todo, entre la juventud socialista local), la intensificación del interés por la promoción social femenina y, al año siguiente, coincidiendo con el cambio de propiedad del periódico La Región, se produjo la incorporación de la joven Hildegart Rodríguez al grupo de personas colaboradoras frecuentes de sus páginas, contabilizándose al menos catorce las aportaciones por ella efectuadas hasta los últimos momentos de su vida, lo cual no deja de llamar la atención si tenemos en cuenta que entre las dos visitas registradas apenas hubo un espacio temporal de medio año, pero en el pensamiento y las actividades políticas de Hildegart Rodríguez se había acentuado el viraje ideológico que la llevó a enfrentarse con el Partido Socialista, siendo expulsada de la organización como consecuencia, entre otras cuestiones, de su posicionamiento crítico con el pensamiento marxista y la actitud colaboracionista del PSOE con los partidos denominados burgueses. Pero mientras las secciones del partido la hicieron el vacío, las Juventudes Socialistas de Santander mantuvieron su apoyo hacia la joven, según alguna fuente.
Que la presencia de Hildegart Rodríguez fue muy fecunda en los medios socialistas no solamente lo corrobora la publicación de sus artículos en La Región, sino también el hecho de que en el año 1932 se vivió en Cantabria un periodo de efervescencia en lo que a la cuestión feminista se refiere, celebrándose gran cantidad de actos públicos dedicados a los temas relacionados con la mujer, en algunos de los cuales intervinieron, entre otras personalidades locales, Matilde de la Torre y Matilde Zapata.
Hildegart dando un mitin socialista en Erandio (Vizcaya) en 1931. AGA, Prensa Gráfica, IDD (03)084.001, Caja F/00707, sobre 3, titulado «Hildegart»
Pero, sería la propia madre de la joven la encargada de proporcionar un giro trágico a los acontecimientos poniendo fin con varios disparos a la vida de su hija, cuando ésta estaba a punto de adoptar una decisión decisiva para su futuro, aceptando una propuesta procedente de Inglaterra para proseguir allí sus trabajos. Irónicamente, la misma arma que Aurora había adquirido para proteger la vida amenazada de su hija, sirvió para acabar con ella en su domicilio madrileño durante la madrugada del 9 de junio de 1933, cuando la joven apenas contaba con 18 años y medio. Su currículum bibliográfico sumaba en ese momento más de una docena de publicaciones, así como decenas de artículos y conferencias, además de una relación con relevantes personalidades españolas y extranjeras que le hacía augurar un futuro brillante.
Publicación Heraldo de Madrid
El proceso al que al año siguiente se vio sometida Aurora Rodríguez Carballeira como autora confesa de la muerte violenta de su hija, no fue capaz de llegar al fondo de las verdaderas razones o sinrazones de una decisión homicida que primero la llevaría a la cárcel de mujeres de Ventas para posteriormente permanecer encerrada en el manicomio de Ciempozuelos hasta el final de sus días. Un amigo de la familia, el periodista Eduardo de Guzmán, recogiendo la versión proporcionada por la propia Aurora, esbozaría la posibilidad de que el trágico final hubiera sido pactado entre ambas como crónica del fracaso de una educación teledirigida por la madre de Frankenstein, por citar una terminología acuñada por la autora del que, por ahora, es último libro publicado sobre la vida de ambas mujeres, y que bien merecería una escenificación teatral.
Aurora Rodríguez en a la cárcel de mujeres-Mundo Grafico 31-10-1933
Almudena Grandes no consigue tampoco penetrar en ese misterio heredado. No es tal el propósito de su atractiva novela, sino más bien servirse del personaje principal para realizar un retablo de una parte de la sociedad española de posguerra, en la línea de los que durante esta década ha venido haciendo con sus novelas Inés y la alegría (2010) y Las tres bodas de Manolita (2014), enlazando con algunos de sus anteriores personajes en un intento de crear con la serie Episodios de una guerra interminable que se conformará en seis volúmenes, una a modo de continuidad histórica de los Episodios Nacionales galdosianos y los Episodios Nacionales Contemporáneos del matrimonio cántabro-catalán formado por l@s escritores Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March.
Esta historia acerca de la creación de una niña- prodigio bien pudo haber tenido un comienzo en la Galicia finisecular cuando a la casa de Aurora Rodríguez Carballeira (1879-1955) llegó un sobrino de nombre José Rodríguez Carballeira (1895-1954), al cual debido a sus dotes prematuras como pianista y luego compositor se le adjudicó la denominación artística de Pepito Arriola “el Mozart gallego”, de la misma manera que muchos años más tarde su prima Hildegart sería conocida como “la Virgen roja”. Todo indica que habiéndose desentendido la madre de sus cuidados, fue la tía Aurora la que desde muy niño se hizo cargo del mismo, volcando sobre él su pasión maternal y, a la vez, su vocación de creadora de genios. Al recuperar su madre el control del ya para ese momento niño-prodigio del piano, Aurora vio frustrados sus deseos de continuar con la educación del sobrino y desde entonces depositó sus expectativas en la concepción de una hija y el control absoluto de su personalidad, dando a luz en Madrid a la que pondría el nombre germánico de Hildegart (“jardín de sabiduría”, según su madre), con los resultados ya conocidos.
Posiblemente, entre los pensamientos utópicos y ateos maternos rondaría el deseo de fabricar una especie de robot similar al creado en 1818 por la escritora Mary Shelley en la mente del doctor Henry Frankenstein, llevado a la pantalla en 1931 con el título de Frankenstein o el moderno Prometeo, dirigido por James Whale e interpretado por el actor británico Boris Karloff. De ahí la titulación dada por Almudena Grandes en su libro La madre de Frankenstein, aunque fuera el vulgo el que acabó llamándolo así por recibir el autómata el apellido de su padre.
Siendo como era Hildegart hija de madre soltera, parece coherente que se le adjudicara, por su parte, la denominación literaria de su creadora y después asesina.
De evanescente, nada, tan querido de todos los Gutiérrez en el más acá y el más allá. No tenía idea de que el libro de Almudena tuviera alguna relación con esta historia. Lo leo ahora.