«En una guerra, las personas buenas se hacen más buenas y las personas malas, más malas»…
Aún tengo el alma en un puño, las vísceras revueltas y la cara de esa joven embarazada. a punto de parir, con la cadera abierta en canal, sujetándose con el brazo el abdomen abultado, que porta el hijo que ya no nacerá. Todavía, con la palidez que anuncia la muerte y ella intentándolo proteger, en un vano intento, por superar la barbarie de esta especie animal a la que pertenecemos.
Todavía tengo en la garganta, asida con sus dos manos trémulas, a la madre de un bebé de 18 meses al que intentan reanimar desesperados, enfermeras, médicos y todos aquellos que rodeaban a un infante que ya no crecerá.
Se ha quedado a vivir en mis ojos la mirada de un anciano con la piel cuarteada por los años y ese azul de sus ojos cansados, hastiados y horrorizados, tumbado de lado en una camilla de un pasillo abarrotado de dolor, muerte e incomprensión.
Y no puedo quitarme de la cabeza a estos hijos de la gran puta que, desde que el puto homo sapiens comenzó a caminar erguido, andan asesinando, torturando y relamiéndose con las vísceras que van quedando a su paso porque debajo de todas ellas, vísceras, sangre, dolor, desesperación y destrucción, hay oro y poder, poder y oro, a manos sucias, hediondas, manchadas de carne desmembrada y sangre coagulada.
Así puedo ver la cara de Hitler, la de Mussolini, la de Stalin, la de Bush, la de Aznar, la de Blair, la de Franco, la de Pinochet, la de Leopoldo II de Bélgica, la de Pio XII tan cristiano él «haz el bien y no mires a quién…» espera que no vomite…y un largo etc., tan etc. que no me daría la puta vida para terminar de nombrar a hijos de la gran puta, que desde que el homo sapiens es puto homo sapiens, van dejando un reguero de sangre y destrucción en todas y cada una de las etapas de vida de su propia historia.
Es verdad que las personas buenas se hacen más buenas y que las malas se hacen más malas. Pero no es menos verdad que tanto buenas como malas son tan absolutamente manipulables, dirigibles, maleables y cenutrios cuando solo cuentan con «la voz del amo» al que escuchar, es decir, cuando todos, absolutamente todos los medios de desinformación, están copados por los señores de la guerra (entiendan por ellos todos los que, cada uno de los pasos que dan, van única y exclusivamente encaminados a poder recoger con sus manos, ese oro manchado de carne desmembrada y sangre coagulada). De modo que el pueblo cenutrio y aborregado, sin una educación que les ilustre (ilumine) la mente, para aprender a ser críticos con su entorno y con ellos mismos, les sigue cual ratas siguiendo al flautista de Hamelín, hasta el mismísimo río al que adentrarse para perecer ahogados, dejando, eso si, todas sus pertenencias a la libre disposición del amo, con las llaves en la cerradura, facilitando la entrada y que coño, si puede ser con la mesa preparada.
Puto asco de especie animal. Cada día más desencantada.
Valenia Gil
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