El despertador sonó a las cuatro treinta, el sopor hizo postergar un cuarto de hora la levantada. Todo en orden, a las seis y cinco, según horario previsto, ponemos rumbo hacia Loiu. Vivir en una ciudad pequeña es lo que tiene, tomar un avión cuesta más. Aunque la lluvia acompañe el camino, al llegar una amanecida brumosa, pero seca, envolvía las alas tormentosas de la paloma de Calatrava. Aún recuerdo el impacto sentido al ver la primera vez la figura imponente de esa estructura blanca. No había sufrido el arquitecto estrella los descalabros posteriores, nos emocionaba la mole recortando el horizonte que torpedeaba el verdor de las lomas vizcaínas.
Primera sorpresa, Iberia cobra por facturación. No, no es Low Cost…No tengo la paciencia ni el valor de José Luis Serrano para emprender una batalla, pago y sigo mi camino. Un desayuno en Starbucks me reconforta con un interminable café y una pasta de pistacho.
Entramos en tromba al avión, despliego cuaderno y bolígrafo, para anotar impresiones, no en vano una hace puente entre dos siglos, así que lo utilizo como resabio arcaico del tiempo pasado.
Me acompaña Carmen Laforet, que me deslumbró en la pubertad con Nada, veremos si resiste el paso de los años (míos, claro). En el trayecto tengo tiempo de leer unas páginas, compruebo que no solo mantiene el encanto del genio, sino que se incrementa. Andrea, como Carmen, tienen la belleza de la fragilidad, expresada en prosa gloriosa.
Llegando a Valencia, miro a través del ojo del avión dudando de si habré confundido vuelo: llueve. Cae una lluvia, no diré que torrencial, pero sí abundante. La despedida de Bilbao fue soleada, tendremos que comunicar a mister Trump, que el cambio climático existe y viene al Mediterráneo para fastidiarme estos días.
Recuerdo que mi maleta se ha completado con vestiditos veraniegos, sandalias de dedo, y poco más.
Me recogen con las ganas de contar, de hablar de mil cosas pendientes; se pasa la mañana con el descubrimiento de libros, la explicación y visualización de una Polonia plena que visitó mi hijo mientras el estómago comienza a rugir en demanda de condumio.
Comida bien servida: carpaccio, arroz caldoso con pato y setas, gambas en salsa de mostaza amarga y unas fresas con nata y menta, completan el menú. Charlas, saludos a conocidos y ya entrada la noche me acerco al pc para contarles lo acaecido, después de rezarle al santo que se ocupe de la climatología que me escampe mañana. O al menos reduzca un poco el frío.
Onda espera. Tengo un papel arrugado con el pequeño discurso de la presentación dentro del bolso, espero no dejar los nervios sueltos, encontrarme con mi novela y la gente amable que la premió con la debida cordura.
Mañana día de emoción y tacón…
MariaToca
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