He perdido la turbación de la palabra,
la impostura de los adioses a destiempo,
ahora que la prosperidad vive en las ucis
y fuera los besos son delito.
Sueño con volver a casa y ya no hay casa,
la casa se deshizo con la primera muerte,
todo es una brizna fugitiva camino
de la desfloración de la metáfora, Dios no sabe
no contesta y las estrellas se suicidan todas
suavemente al amanecer. Nada cambia
con el paso de los siglos, jamás
un hombre pastoreó de verdad su vida
y los atolones se llevaron siempre mal
con los ancianos. Paremos, pues, los relojes
en este instante de piedad:
nunca más seré un animal en celo,
ni tendré los ojos azules de un niño,
yo aquí no pinto nada, aunque me gusten
todavía el olor a lluvia y las mocitas casaderas,
la oscuridad es mi cómplice
-nos amamos-
conozco ya la hostilidad del mundo
y no me importa.
Aún recuerdo el rostro de mi padre.
Valentín Martín
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