Parece que el verano no es propicio para sesiones densas, películas o series con demasiada enjundia. En las noches soleadas no apetece sumergirse en tornados intelectuales que la dejen a una maltrecha y pensativa por un tiempo. Hoy, quiero referir dos series y una película que tienen la suficiente calidad para ofrecer entretenimiento no exento de cierta calidez que nos lleva a pensar, poco después de verlas, que llevan debajo de su aparente futilidad, cargas de profundidad.
Comenzaré por orden de visionado con la más liviana del grupo. Me acerqué a Sinfonía en azul buscando relajo visual con el Mediterráneo (Jónico, en este caso) como fondo paradisiaco, atraída por el siempre atractivo de las islas griegas. Buscaba paisaje, color, romance agridulce. Vamos, lo que viene siendo, amor y lujo después de jornadas un poco cansadas aderezadas de agotamiento mental. Lo buscado está en la serie, sobradamente. Pero no se engañen, hay una subtrama de política tramposa que nos suena mucho, corrupciones variadas, costumbres ancestrales difíciles de erradicar y de amores culpables. El trasfondo de violencia de género está tan bien llevado que a veces resulta asfixiante por lo real y crudo. La serie, a pesar de ello, es bonita, porque el paisaje rebosa belleza paisajística bien fotografiada, pero también se hunde en la cloaca social que es común a tantas costas meridionales reductos sociales pequeños que cuya sociedad se ennegrece con un gregarismo culpable. Nos damos cuenta que es común a una forma de entender la sociedad y la política que nos duele como herida tratada con alcohol. La interpretación es correcta y la fotografía de lujo. Dan ganas de salir corriendo a vivir en una de esas hermosas islas helenas. La pueden ver en Netflix.
La segunda vino de una recomendación amiga y se emite en Amazon Prime. El marqués, me avisaron de la calidad interpretativa, de lo bien realizada que estaba. El tema no me esra atrayente porque una anda un poco harta del true crime, después de Asunta, a la que llegué por mi adicción confesada a Candela Peña, y algunas más similares. El guion del Marqués, se basa casi al milímetro en el crimen de Los Galindos, sucedido en el verano de 1975, que conmovió a la sociedad española. Fue un crimen no resuelto, donde nunca se encontró a los culpables porque fue tan escandaloso la forma de conducir la investigación que lo raro hubiera sido encontrar a alguien responsable de tamaña masacre. Las víctimas eran aparceros de un cortijo sevillano de esos que labraron la historia de España como un Medievo infernal. Los posibles responsables, señoritos de alta graduación aristocrática y manos muy sucias con corrupciones varias. Con esos mimbres, ya digo, lo extraño hubiera sido resolver el crimen. Con decirles que se dejó pernoctar la noche siguiente al suceso a los principales sospechosos en el lugar del crimen, está todo dicho.
La serie de Netflix, además de una interpretación soberbia de todo el elenco, donde destaca (por destacar porque todos están bien) citamos a Víctor Clavijo, el marqués, que nos retrotrae a otro personaje odioso, el señorito Iván de Los Santos Inocentes. No desmerece, se lo aseguro. Como no desmerece ninguno del resto de participantes en esta serie, casi coral, logrando gran altura. Su ambientación, el tono sepia de las imágenes del cortijo, de aquella Sevilla calcinada por el verano infernal o el tono plomizo de los meses invernales, nos sitúan perfectamente en la historia consiguiendo que entremos en la profundidad de la serie con la angustia de conocer todo el desarrollo de lo ocurrido pero sin perder ni un minuto de atención. Es lo que tiene contar bien una historia, que aunque nos la sepamos, no hipnotiza igual.
La serie se moja en deducir el intríngulis de aquel crimen irresoluto, porque hay datos que corroboran las afirmaciones que realizan los guionistas. El hijo mayor del marqués, Juan Mateo Fernández de Córdova, escribió un libro, muchos años después del crimen, responsabilizando a su padre de todo. Sí, el hijo. Además de la pura lógica que se desprende de la historia.
Nos deja el amargor en la boca de saber que el caso prescribió en 1995 y que quedaron impunes los asesinos de cinco personas que solo cometieron el delito de ser pobres, trabajar para criminales y estar en el peor momento en un sitio poco indicado. La serie es de diez ya les digo. Cuenta una realidad de la España negra, esa que se baña con sangre y sudor de pobre y se cincela con traje de señorito.
El último visionado que realicé hace unos días fue una cinta de la algo había escuchado, lo suficiente positivo para estimular la curiosidad. Nos llega desde Netflix, Goyo, nombre de la película y del delicioso personaje que la protagoniza del que nos confesamos radicalmente enamoradas.
Película argentina de sencilla factura, con pocos ingredientes en un sencillo guion que nos subyuga desde el principio, bien realizada e interpretada de forma altamente correcta y comedida. La historia sin mayores grandilocuencias avanza con suavidad mostrando personalidades diversas y la gloriosa e inocente verdad que desprende un protagonista glorioso. Una delicia que les gustará, seguro.
Es destacable la cantidad de series y cintas de países que no entran de forma masiva en el mercado visual, y que de no ser por estas nuevas formas de visionado, es posible que nos perdiéramos. La primera, Sinfonía en azul, serie es griega nos añade una ligera incursión por la música popular que es deliciosa y nos augura un mayor conocimiento. La segunda española y la película Goyo, argentina, lo cual es un añadido al visionado de historias que nos proporcionan un conocimiento de los diferentes países donde son realizadas y sus sociedades no tan distantes de la nuestra pero con ciertas peculiaridades que son de agradecer.
Cualquiera de ellas, o las tres, merecen un visionado, les aseguro que no decepcionan.
María Toca Cañedo©
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